El recién concluido mes de mayo, nos deparó una noticia de esas que enorgullece a todo buen cubano, por inesperada y por llegar en un momento en que todo nuevo aliento augura un mejor destino para nuestro pueblo: la UNESCO proclamó al cartel cubano de cine Patrimonio Documental de la Humanidad, en razón de ser este enorme caudal de obras gráficas impresas en serigrafía, parte inalienable de la “memoria del mundo”.
Esta universalidad temática de nuestro cartel de cine, sin duda, se aviene con la diversidad de países y culturas presentes en las cinematografías que promocionó desde inicios de la segunda mitad del pasado siglo, siempre bajo los presupuestos estético-comunicativos de vanguardia que caracterizaron el trabajo creativo del equipo de diseño del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).
El cartel del ICAIC, como el pueblo lo bautizó, asumió desde temprano esta universalidad con un lenguaje visual realmente innovador para su época y función, al anticipar el código fílmico desde una perspectiva estética y comunicativa no comercial ni literal, que hizo del receptor un ente activo, reflexivo, sin demeritar un ápice la callada belleza con la que nos recibía –y recibe—antes de entrar en la sala oscura. Cualidades estas que hicieron extensiva su influencia al resto del ámbito gráfico nacional, poniéndose de manifiesto en el mejor cartel político del período y en el diseño editorial, en particular, el de cubierta de libros.
Con este reconocimiento a nuestro cartel de cine, también se rinde homenaje a aquellos creadores que, desde la perspectiva de una cultura cinematográfica internacional, le impusieron un sello personal y nacional a este medio de comunicación, a no dudar, la primera manifestación representativa de una cultura visual de vanguardia gestada con la Revolución cubana.
¡Hasta la gráfica siempre!