Todavía circulan los titulares de quienes han valorado el triunfo del Partido Republicano en las elecciones de los llamados consejeros constitucionales de Chile como «un giro a la derecha», junto a la mar de exclamaciones de júbilo de que hicieron gala sus adeptos en las redes sociales. Y no fueron pocos.
Ciertamente, el ejercicio del sufragio ha condicionado que la ultraderecha, con más de dos quintos de los asientos de la Comisión Constitucional que debe dejar a punto la segunda versión de la pretendida nueva Carta Magna, tenga suficiente mayoría para imponer el articulado pues los candidatos de la gubernamental y centroizquierdista alianza Unidad para Chile obtuvieron solo 17 asientos, lejos de los dos quintos necesarios, a su vez, para el poder de veto, aunque siempre podrían darse alianzas con fuerzas minoritarias que tampoco alcanzarían, empero, a desbancar las propuestas de los vencedores.
Ello puede dar a luz, como se ha apuntado, a un texto tan conservador como el que dejó instaurado el exdictador Augusto Pinochet, que es justamente la ley de leyes que una mayoría del 78 por ciento del electorado pidió fuera sustituida, durante el referendo de octubre de 2020.
Bajo esa aura se constató la victoria, un año después, de Gabriel Boric sobre el ahora triunfante líder del PR, José Antonio Kast. Por eso el resultado dominical tiene cierto sabor a revancha, e infunde la preocupación de que el titular del partido con más asientos en el denominado Consejo Constitucional, constituye una buena muestra de lo que se ha llamado el pinochetismo sin Pinochet. Esa corriente, como se ve, pervive y conserva fuerza.
Sin embargo, nada de eso debería ser leído literalmente como una regresión en el sentir del país al cabo de cuatro años de un largo proceso en pos del cambio, que estalló con las protestas de 2019: empezaron por el rechazo a un decretado aumento del pasaje y terminaron en el clamor por una Constituyente que, sabiamente, acogió el entonces mandatario Sebastián Piñera para seguir montado un rato más en el carro del poder.
¿Acaso la sociedad chilena, en su conjunto, ha olvidado la entrega de quienes se inmolaron o perdieron parcial o totalmente la visión, víctimas de los perdigonazos disparados «a cegar» por los carabineros, y ha echado el esfuerzo de dos campañas electorales —incluyendo la que dio el triunfo a Boric— al cajón…?
No lo creo. Entonces, la máxima que unió a los del cambio fue frenar a la ahora vencedora ultraderecha. Eso es lo que ahora no ha ocurrido mas, no opino que porque la ciudadanía sea más derechista.
Una lectura cabal de los resultados debe tomar en cuenta dos sentimientos subyacentes al emprenderse esta votación: por un lado, el desencanto de ciertos sectores del progresismo con lo que va de mandato de Boric, periodo durante el cual se ha cumplido poco de sus aspiraciones contenidas en el programa de gobierno y, por el otro, el descontento con este proceso constituyente en sí, muy distinto al que se adoptó luego del plebiscito de hace tres años.
Recordemos que en aquel momento, consecuentemente con la euforia provocada por haber conseguido un cauce institucional a los reclamos exhibidos en las protestas, los sectores populares eligieron una Asamblea Constituyente desalmidonada y plural semejante a ellos, y cuya membresía quedó integrada, mayoritariamente, por aspirantes independientes y del mundo digamos que «callejero». Allí estaba el chileno de a pie.
Ahora, sin embargo, el texto al que dará visto bueno la denominada Asamblea Constitucional ya ha sido previamente redactado por un grupo de 24 expertos elegidos por el Congreso, y entre quienes muchos son políticos de formación y militancia en otros gobiernos.
Ese fue uno de los postulados del llamado Acuerdo por Chile, firmado en diciembre pasado como remedio para brindar nuevos railes al tren constituyente, desbarrancado luego de la derrota sufrida en las urnas por el proyecto de Carta Magna que elaboró aquella primera Asamblea.
Se trataba de un texto afín a las aspiraciones de los de abajo pero, posiblemente, «demasiado radical» para un país que mantiene tanto de conservadurismo como Chile. Aquel primer descalabro pudo sentar la pauta para el desinterés o el desencanto que hoy son ostensibles en una parte de la población.
De ahí el llamado de Boric a la ultraderecha para que aprenda de lo que calificó como «nuestros errores», y la exhortación a que procure un texto que tome en cuenta a todos. Como diría un chileno, misión «harto» difícil en un contexto de franca polarización y, por demás, improbable, atendiendo a la membresía de la Comisión elegida.
En todo caso, otra vez en diciembre deberá votarse el texto que se redacte, cualquiera que sea. Si prima el Rechazo se sabrá que el triunfo electoral obtenido por la ultraderecha el domingo 7 de mayo, no se consumó. Pero también se habrán cerrado las puertas a la redacción de una Constitución nueva, si es que no se hallan otras maneras de llevar adelante ese anhelo, que es una necesidad para transitar a un Chile realmente nuevo.
Las pruebas
Pero, ¿dónde están las evidencias para pensar que Chile no se ha derechizado?
Una votación menos tomada en cuenta por los observadores es la de quienes anularon o dejaron en blanco sus votos, ascendentes a un total, entre ambos, de 2 673 525, cifra muy cercana a los 2 782 956 que obtuvo la oficialista Unidad para Chile y superior, de hecho, a los 2 053 165 ganados por Chile Seguro, donde se aglutina la derecha tradicional. De manera que el tercer lugar en la contienda lo obtuvieron los votos nulos y blancos, y no esa fuerza.
Podrá entenderse mejor el significado de esa postura en las urnas si se considera que sectores de la centroizquierda y, en general, del progresismo, ejercieron previamente una campaña a favor de anular el voto como manera de cuestionar el proceso, pese a las opiniones en contra de otros representantes de ese entorno, para quienes la ausencia de criterio beneficiaría a la derecha, por omisión.
Hubo, incluso, sitios web que indicaban cómo proceder para anular una boleta.
Otros elementos invitan a mirar el contexto a la hora de las valoraciones, y no atender solo a la cantidad de asientos obtenidos por el Partido Republicano. Por ejemplo, el hecho de que, aunque la votación en Chile es obligatoria, 2,3 millones de electores no acudieran, por distintos motivos, a los colegios.
Con los votos nulos y blancos, ellos engrosan la masa de electores cuyas posturas, en todo caso, se ignoran, y quienes suman, en total, un espectro de casi cinco millones de personas.
Las cifras son frías y no alcanzan a retratar las realidades nacionales, pero son útiles para equilibrar.
Muy probablemente la nación no esté más a la derecha sino, contrariamente a lo pensado por muchos, más a la izquierda del actual gobierno y del proceso constituyente en marcha.
Sin embargo, el resultado de la táctica adoptada por quienes lo adversan —una nueva Carta Magna retrógrada o ninguna, si no se halla otra vía constituyente— supondría que la derecha se habría llevado, definitivamente, el gato al agua, fruto, sobre todo, de una falta de posición común.
De cara a esta y otras batallas, el progresismo chileno podría hallar, en ello, un alerta.