Cada página cuenta y pesa. El reciente reconocimiento de la Fundación Fernando Ortiz a la revista Del Caribe, depositaria del Premio Catauro Cubano, puso de relieve la consecuencia y coherencia de un ejercicio editorial de sobrados méritos y vastísimo alcance.
Apenas un año después de la fundación de la Casa del Caribe, nació la revista. Una y la otra tuvieron un progenitor aventajado y lúcido; Joel James. Me parece estarlo viendo con su talante decidido, guayabera abierta y botas, mientras irrumpe aquí y ahora para hacernos saber una vez más que el Caribe es un espacio proteico y expansivo. Una institución que a lo largo de cuatro décadas ha devenido fragua y espejo de los saberes, las luchas, las esperanzas de los pueblos de la región tenía que plantearse la existencia de una revista que reflejara tales afanes.
La publicación recoge y resume lo mejor del pensamiento caribeño. De nuestro José Martí a Frantz Fanon, de Aime Cesaire a CLR James, de don Fernando Ortiz a Norman Girvan, ese pensamiento ha ido construyendo la ruta del autorreconocimiento y la emancipación, bajo premisas originales. Del Caribe aporta, de muy diversas maneras, a la necesaria deconstrucción de paradigmas y códigos neocoloniales y a la emergencia de nuevos e imprescindibles referentes.
Pero a la vez la revista ha sido portadora de un modo singular de entender la riqueza de ese pensamiento. Sus páginas han albergado ensayos, investigaciones y testimonios de las culturas populares, en los cuales el prejuicio se disipa, las rigideces académicas se dislocan y abren insospechadas potencialidades para el entendimiento de lo que hemos sido, somos y queremos ser.
No podía ser de otro modo, cuando con el fundador de la revista, nos asiste la certeza de que –y cito a Joel- “la cultura popular tradicional es el lugar donde el Caribe, como proyección de su espíritu que equivale a decir precisamente como autoconciencia, adquiere en una primera aproximación, corporeidad factual; es, por decirlo así, la zona de excelencia donde reside la soberanía o la posibilidad de su realización”.
Cada número de la revista es fiesta e incitación. Recuerdo el impacto de las entregas dedicadas a la Virgen de la Caridad del Cobre, o las secciones dedicadas a contar las experiencias místicas del hougan Pablo Milanés, Vicente Portuondo y Juan Madeleine González; o las colaboraciones del puertorriqueño Ricardo Alegría, o la iluminadora colección de textos agrupados en el número 35 en un abanico que recorrió las firmas paleras, la regla de Osha, la revelación de la nganga y el espiritismo en la región oriental.
Todo ello forma parte de una línea editorial para nada azarosa. Como bien han hecho saber en la promoción de la revista, el ánimo que la ha movido, desde el mismo punto de partida hasta hoy, ha sido nuclear a investigadores interesados en la región cultural caribeña, con independencia de su procedencia, dando cabida a todas las disciplinas de las ciencias sociales. Y al conceder prioridad y jerarquía, como ya apuntamos, a las culturas populares, se ha visibilizado y sistematizado el conocimiento en torno a sistemas mágico-religiosos, mitos, migraciones, y fiestas populares que llenan de vida y sentido a las comunidades.
No puedo pasar por alto la presencia de la poesía en Del Caribe. Quiero simbolizar esa huella en dos nombres para mí entrañables; Jesús Cos Cause y Teresa Melo. Es que los vasos comunicantes entre la revista y la Fiesta del Fuego, donde tiene lugar un encuentro de poetas con fuerte imantación comunitaria, se fecundan.
Del Caribe está en buenas manos. De Joel James a Orlando Vergés, la Casa y la revista expresan continuidad y renovación permanentes. El editor León Estrada cuida con celo cada número, como lo hicieron sus predecesores.
Con el premio, por demás, se anudaron dos empresas editoriales que de manera paralela contribuyen a una visión integradora de la cultura. La revista Catauro de la Fundación Fernando Ortiz, que dirige Miguel Barnet, y Del Caribe complementan contenidos y se hermanan. Larga vida para ambas publicaciones.