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Siempre adelante, Harry Belafonte

La muerte de Harry Belafonte, al amanecer del martes a los 96 años de edad, en Manhattan, dejó una estela de pesar y a la vez de esperanza entre los que en su país, Estados Unidos, y otras partes del orbe, aplaudieron su fecunda cosecha en la música y el cine, y lo sintieron cercano, solidario y combativo en las luchas por la justicia social.

De una parte, el dolor ante la pérdida de una criatura excepcional; de otra, la confianza en que su ejemplo de consecuencia y coherencia en favor del género humano sirva de guía para completar la impostergable conquista de un mundo mejor.

En Cuba, donde cultivó afectos imborrables y mereció la Medalla de la Amistad, el Presidente de la República publicó en las redes sociales el siguiente mensaje: «Un amigo entrañable de Fidel y de Cuba ha muerto: Harry Belafonte, gran artista y activista estadounidense que defendió la justicia como un auténtico revolucionario. Entonemos We are the World, himno contra el hambre que fue idea suya, para celebrar su valiosa vida».

Cada encuentro de Fidel con Belafonte profundizó un vínculo nacido de una plena identidad de ideales y principios: entender la naturaleza de la amistad entre pueblos y culturas por encima de la hostilidad de las administraciones estadounidenses contra Cuba, ponerse al lado de los pobres de la Tierra, trabajar por sociedades donde el racismo y la xenofobia sean definitivamente erradicados, y asumir la solidaridad internacionalista como entrega desinteresada.

Cuando elementos reaccionarios y conservadores pretendieron enturbiar esa amistad, Harry respondió: «Si usted cree en la justicia, si usted cree en la democracia, si usted cree en los derechos de las personas, si usted cree en la armonía de toda la humanidad, entonces no tendrá más remedio que hacer una copia de Fidel Castro, siempre que sea necesario». En cuanto a su invariable apoyo al pueblo cubano, explicó: «No lo veo como un esfuerzo supremo, es una forma de vida».

Belafonte abrió los ojos el primer día de marzo de 1927 en la barriada neoyorquina de Harlem, pero pasó su infancia en Jamaica. Desde muy temprano tomó conciencia de sus dos grandes pasiones: la música y la reivindicación de los excluidos y discriminados por el color de la piel. Una, que lo llevó a incursionar en la actuación, al escuchar el rico caudal sonoro de las islas del Caribe y de las comunidades afroestadounidenses; la otra, por vivencias personales, su paso por las fuerzas armadas de EE. UU., en las que padeció tratos discriminatorios, y la inmersión en el movimiento pro derechos civiles liderado por el reverendo Martin Luther King Jr., mentor y amigo.

«Cuando me preguntan por el momento en que el artista se convirtió en activista —afirmó en una entrevista—, respondo que fui activista mucho antes de ser artista. Ambos se sirven mutuamente, pero el activismo es lo primero».

Tanto fue así, que el diario The New York Times, al dar la noticia de su deceso, publicó: «Durante la década de 1950, cuando la segregación aún estaba muy extendida, su ascenso al escalón más alto del mundo del espectáculo fue histórico. Pero su enfoque principal eran los derechos civiles».

Y no solo consagró sus empeños a la consecución de los derechos conculcados; su voz se alzó más de una vez contra el rumbo lacerante de los políticos de su país. A raíz de la invasión de EE. UU. a Iraq, calificó al presidente George W. Bush como «el mayor de los terroristas». Y ante la elección de Donald Trump, se dirigió a la comunidad negra con estas palabras: «Con él perdemos el sueño, lo perdemos todo».

La trayectoria musical de Belafonte se catapultó luego de su tercer álbum, Calypso, (1956), el primero de larga duración que vendió más de un millón de copias en Estados Unidos y alcanzó la cima de la lista de la revista Billboard por 31 semanas ininterrumpidas. El disco incluyó la que sería emblema del artista, Day-O (The Banana Boat Song). Su carrera ascendió a planos estelares solo conseguidos, entre los negros y mulatos en tiempos de aguzado racismo, por Louis Armstrong y Ella Fitzgerald. Grabó más de 30 álbumes, algunos en colaboraciones con Nana Mouskouri, Lena Horne y Miriam Makeba.

En el cine actuó en Carmen Jones (1955, versión de la ópera Carmen, de Bizet, ambientada en EE. UU. con artistas negros), Una isla al sol (1957, que desató la ira de los racistas, al exponer la relación sentimental de un hombre negro con una mujer de piel blanca), El mundo, la carne y el diablo (1959), Buck y el predicador (1972, western junto a Sidney Poitier), y en tiempos más recientes en Bobby o El día que mataron a Kennedy (2006) e Infiltrado en el KKKlan (2018, de Spike Lee). En 2014 lo distinguieron con un Oscar honorífico por su contribución a la cinematografía.

Entre los muchos honores recibidos figuran también la inscripción en el Libro de Honor del Kennedy Center, en 1989; la Medalla Nacional de las Artes, en 1994, y el premio Grammy a la trayectoria, en 2000. En 2011, fue protagonista del filme documental Sing your song, y publicó su autobiografía My song, que contiene pasajes emotivos sobre sus viajes a Cuba y la amistad con Fidel.

Al mirarse a sí mismo, al filo de su cumpleaños 90, expresó: «Sobre mi propia vida, no tengo quejas. Sin embargo, los problemas que enfrenta la mayoría de los estadounidenses de piel negra parecen tan terribles y arraigados como lo eran hace medio siglo». Palabras estas de un hombre que siempre puso a la humanidad por delante (Tomado de Granma. Imagen de portada: Harry Belafonte. Foto: AP).

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Pedro de la Hoz González
(Cienfuegos, 1953) Periodista y crítico de arte. Premio Nacional de Periodismo José Martí en 2017. Forma parte de la redacción cultural de Granma. Fue electo Vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Entre sus libros figuran África en la Revolución Cubana (ensayo, 2004) y Como el primer día (entrevistas, 2009).

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