Vijay Prashad (Calcuta, 1967) es ante todo un militante. Su obra intelectual es un intento de comprender y dar respuesta a algunos de los grandes retos de nuestra época. De origen indio, este historiador marxista ha desplegado una intensa actividad vital que lo ha llevado a numerosos países, en defensa siempre de la causa de la humanidad.
Actualmente se desempeña como director ejecutivo de la Tricontinental: Instituto de Investigación Social, tarea que alterna con sus labores como docente e investigador de varias universidades, así como con una prolífica obra en la que podemos destacar textos como The Darker Nations, The Poorer Nations y el más reciente La retirada, de conjunto con Noam Chomsky.
Cercano a Cuba y a Casa de las Américas, es de carácter franco y abierto, gran conversador y de una amplia cultura. Tuve el placer de conocerlo personalmente en un vuelo de regreso a La Habana y de esas charlas, surgió la idea de esta entrevista que, al fin, logramos concretar de modo virtual.
José Ernesto Nováez (J.E.N.) —Se habla mucho de colonialismo y neocolonialismo en la izquierda contemporánea. Sin embargo, no parece haber un consenso en qué entender bajo estos términos y, en la práctica, muchos movimientos de izquierda y progresistas acaban reproduciendo actitudes que distan de ser descolonizadoras. ¿Qué entender por colonialismo y neocolonialismo en el mundo contemporáneo? ¿Sus formas de expresión y desarrollo son las mismas del viejo colonialismo del siglo XX y anterior?
Vijay Prashad (V.P.) —Uno de los grandes procesos sociales de nuestro tiempo ha sido el proceso de descolonización. Cientos de millones de personas en los continentes de África, Asia y América Latina lucharon durante siglos contra la imposición del dominio colonial contra su soberanía y su dignidad. Estas luchas provienen de una variedad de posiciones políticas, como las lideradas por fuerzas que querían restaurar formas anteriores de soberanía política (incluidas las monarquías) y por fuerzas políticas que querían establecer formas modernas de estados nacionales y pertenencia. En 1960, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó una resolución sobre descolonización que capta el espíritu de estos tiempos: «el proceso de liberación es irresistible e irreversible». Pero, al mismo tiempo, en este período posterior a la Segunda Guerra Mundial, era evidente que las potencias imperialistas no querían permitir que los antiguos pueblos colonizados establecieran la soberanía nacional y varias conquistas de dignidad humana. Los imperialistas libraron una «guerra híbrida» contra las nuevas naciones, incluso a través de golpes y asesinatos, a través de bloqueos económicos y sanciones, así como a través de una guerra cultural e informativa que disminuyó la confianza de los pueblos en los nuevos estados. En 1965, un año antes de ser destituido por un golpe de estado, el presidente de Ghana, Kwame Nkrumah, escribió un poderoso libro llamado Neocolonialismo, en el que describió las estructuras neocoloniales del período poscolonial —estructuras que incluían el mantenimiento de la antigua economía colonial (empobrecimiento de los nuevos estados, dependencia del financiamiento externo, en gran parte occidental, crisis de deuda permanentes y dependencia de las potencias occidentales— antiguas metrópolis) para su destino. La lucha del Movimiento de Países No Alineados (establecido en 1961) fue para derribar esta estructura neocolonial. Esa lucha sigue viva hoy, pero no con el tipo de solidez que hubo en las primeras décadas del proyecto del Tercer Mundo.
De hecho, mucho ha cambiado desde las décadas de 1960 y 1970, en gran parte debido a los nuevos desarrollos tecnológicos —como satélites, bases de datos en línea, transporte de contenedores—; las cadenas mundiales de productos básicos suplantaron las antiguas formas fordistas de producción fabril, debilitando tanto a los movimientos sindicales como a la necesaria estrategia de nacionalización (clave para el intento de derrumbe de las estructuras neocoloniales). A pesar de estos cambios dramáticos en la economía global, las estructuras neocoloniales permanecieron intactas, estructuras que incluían el control imperialista sobre cinco áreas de la vida humana: finanzas, recursos, ciencia y tecnología, sistemas de armas e información. Estos cinco controles permanecieron en manos de los países imperialistas, a pesar de las contradicciones que surgieron a través del nuevo sistema global de cadenas de productos básicos que se construyó durante la fase neoliberal del capitalismo. En muchos sentidos, la estructura del neocolonialismo, por lo tanto, permanece intacta.
J.E.N. —¿Qué respuestas contiene la tradición marxista para el problema colonial en el mundo contemporáneo?
V.P. —El marxismo es la crítica más adecuada al capitalismo en todas sus formas, ya sea en el período clásico del siglo XIX o en el período neoliberal-globalizado de nuestro tiempo. Esto es por dos razones. En primer lugar, el marxismo —a partir de los propios escritos de Marx y las elaboraciones posteriores de otros autores— brinda la mejor evaluación de por qué la desigualdad social se amplía a pesar de los inmensos avances de la producción social. La respuesta se encuentra en toda la gama de análisis que comienza con los mecanismos para extraer un valor excedente y conduce al decisivo control privado sobre la apropiación de la plusvalía. En segundo lugar, porque el marxismo —a diferencia de muchas otras tradiciones— es una ciencia de la sociedad que continúa aprendiendo de su principal objeto de investigación, a saber, el capitalismo. A medida que cambia el capitalismo, también lo hace el marxismo, siguiendo –científicamente– los nuevos desarrollos. Desde sus orígenes, el marxismo ha sido consciente del papel del colonialismo y las estructuras neocoloniales, tanto en los escritos de Marx como en la obra de la liberación nacional o tradición leninista que incluye la obra de Mariátegui, Mao, Ho Chi Minh, y Cabral. Hay una fuerte raíz anticolonial en el marxismo, que emerge fundamentalmente en esta tradición leninista o de liberación nacional. Debemos construir sobre esta tradición y revivirla en nuestro tiempo.
En sus escritos, Mariátegui señaló que el pasado debe ser un recurso y no un destino. Creo que esta fórmula es fundamental para un enfoque marxista de las historias de los antiguos pueblos colonizados. Creer que debemos volver al pasado como destino es un error fundamental de análisis y una negativa a comprender la dinámica de las historias humanas. El restauracionismo a menudo conduce a hábitos culturales profundamente conservadores, como queda claro en el ejemplo de la India, donde la derecha hindú cree que un «regreso al pasado» es esencial. Esto también está ahí en muchas corrientes de «pensamiento decolonial». No estamos interesados en un «regreso al pasado», sino que queremos «regresar a la fuente» para hacer avanzar la historia, inspirándonos —sobre todo— en las diversas tradiciones emancipatorias del mundo, incluida la de clase trabajadora europea (como la Comuna de París de 1871). Lo que se hace pasar por tradiciones europeas de libertad, por ejemplo, no siempre es «europeo», sino que se basa en tradiciones establecidas en Asia y África (como ha demostrado Zhu Qianzhi, The Influence of Chinese Philosophy on Europe [中国哲学对欧洲的影响], Hebei People’s Publishing House, 1999).
J.E.N. —Estamos ante un escenario en el cual las élites tradicionales del capitalismo parecen no saber cómo contener las diversas crisis que aquejan al sistema y producto de esas mismas crisis vemos la emergencia de movimientos sociales y políticos con enfoques de enfrentamiento más radical al capitalismo y sus consecuencias, incluso en los países del núcleo duro del capitalismo. ¿Cómo valoras estos procesos, viéndolos desde un enfoque histórico y global?
V.P. —Ha habido una degradación significativa de la visión intelectual de las élites capitalistas tradicionales, cuyos representantes mediocres (Biden, Macron, Schulz) son un signo de esta degradación. Ninguno de estos líderes tiene ningún proyecto para responder a los problemas apremiantes de nuestro tiempo, como los peligros de la catástrofe climática y el abismo cada vez más profundo de la desigualdad social. Más bien, escuchamos de ellos las ideas desgastadas de la privatización y la dependencia del capital privado —que está organizado para beneficiarse a sí mismo— como fórmulas para resolver problemas universales. En lugar de poner sobre la mesa nuevas ideas para abordar los peligros de nuestro tiempo, los líderes de la clase capitalista tradicional en Occidente —cuando menos— están ansiosos por acelerar los conflictos con China y Rusia como una forma de compensar su incapacidad para tener éxito comercialmente contra China, por ejemplo. China ha avanzado en varias áreas clave de la producción social, como robótica, 5G, inteligencia artificial y tecnología ecológica, y las empresas chinas pueden superar a las empresas occidentales en muchas de estas áreas. Incapaces de recaudar los fondos públicos necesarios para responder al desafío de la producción social china, y reacios a secuestrar estos fondos del sector privado, los estados guerreros occidentales ahora mueven una peligrosa agenda de conflicto contra China y Rusia. Ese es el límite de su contribución intelectual a los problemas de nuestro tiempo: confrontación más que colaboración.
El giro habitual hacia la confrontación de los estados guerreros occidentales y las élites capitalistas tradicionales en estos estados es una gran decepción para las élites capitalistas emergentes en el Sur Global, quienes por lo tanto están instando a sus propios gobiernos a no caer en la trampa de la polarización y la confrontación global. El surgimiento de un nuevo «no alineamiento» no está impulsado por la movilización de masas y los nuevos movimientos sociales, que —hasta cierto punto— había sido el caso en el siglo XX, sino que está impulsado principalmente por estas nuevas élites capitalistas que son cautelosas acerca de quedar subordinadas a la agenda de confrontación de los estados guerreros occidentales. Este nuevo «no alineamiento» crea tanto desafíos como contradicciones para los movimientos políticos y sociales de masas en el Sur Global y para la Izquierda del Sur. ¿Cuál debería ser la postura de la izquierda del sur con respecto a estos movimientos de la élite capitalista del sur? Esta pregunta plantea un debate sobre la estrategia para nuestro tiempo, que está siendo respondida de diferentes maneras en diferentes países, planteando nuevas formas de entender el frente único para este momento.
J.E.N. —En tu más reciente libro conversas con Noam Chomsky sobre diversos procesos en la crisis hegemónica que vive el imperialismo norteamericano. Particularmente en las implicaciones de la desastrosa retirada de las tropas de Afganistán en 2021. ¿Qué implicaciones tienen para la hegemonía occidental y especialmente norteamericana, tal y como la hemos conocido, la creciente fuerza e interconexión de poderes como Rusia y China y procesos relacionados, como la guerra de Ucrania y la propia retirada que ya mencioné?
V.P. —No hay duda de que los estados guerreros occidentales han agotado sus recursos y voluntad para liderar un orden mundial construido alrededor de las ventajas para el imperialismo. Esto quedó claro después de la Gran Depresión de 2007-08, que llevó al capital occidental a retirarse aún más de cualquier responsabilidad con los estados occidentales, y quedó claro después del fracaso de las guerras estadounidenses desde 2001 (Afganistán, Irak y Libia) y de la Guerras híbridas estadounidenses del período reciente (contra Cuba, Irán y Venezuela). El nuevo lenguaje de «no alineación» que ha surgido en el Sur Global, independientemente de su carácter no socialista, es un síntoma del declive de la autoridad occidental. Ahora, está claro que la situación no se trata simplemente del declive de la autoridad estadounidense y occidental, sino del cambio en el equilibrio de fuerzas en el mundo. En primer lugar, desde 2008 ha habido un crecimiento de la economía china, que ha estado guiada por el control estatal (bajo la dirección del Partido Comunista de China). En segundo lugar, este crecimiento permitió al estado chino, así como a las fuerzas económicas dentro de China, construir un proyecto regional y luego global llamado Iniciativa de la Franja y la Ruta a partir de 2013. Tercero, junto con el desarrollo de la Iniciativa de la Franja y la Ruta en Asia y partes de Europa —en los años iniciales— vimos el renacimiento del estado ruso y sus fuerzas económicas a través del restablecimiento del poder estatal sobre el sector energético y sobre la oligarquía, así como la creciente importancia de las ventas de energía rusa a Europa. Estos procesos, junto con el auge de las economías del Sur Global (desde Indonesia hasta México), vinieron junto con la afirmación de las ideas de soberanía y desarrollo económico Sur-Sur. Lo que vemos como resultado de estas maniobras es la integración de Eurasia que no está dominada por Estados Unidos, y es esta integración tanto de Eurasia como de otras partes del mundo independientes de Washington lo que provocó los conflictos de Estados Unidos contra China y Rusia, con epicentros en Ucrania y Taiwán. El conflicto en Ucrania —que comenzó hace más de diez años— es parte del intento de los estados guerreros occidentales de aislar a Rusia y someterla; el conflicto sobre Taiwán y las fuerzas económicas chinas imita ese conflicto, pero hasta ahora —gracias al comportamiento prudente de los líderes chinos— no ha estallado un enfrentamiento armado.
J.E.N. —¿Puede decirse que estamos ante una encrucijada donde se abre la posibilidad, con la emergencia de un mundo multipolar, de transformar el mundo que el capitalismo configuró en el último siglo en beneficio de la humanidad o es solo un reordenamiento de fuerzas en el cual los viejos poderes imperiales son sustituidos por poderes emergentes, pero en esencia permanece el orden capitalista mundial? En otras palabras ¿hay en Rusia y China, principales potencias emergentes, un potencial radicalmente transformador para el orden establecido?
V.P. —Creo que estamos cerca del final de la era de la supremacía estadounidense, que la crisis otoñal por la caída del poder estadounidense es evidente. Este es un proceso largo, ya que EE. UU. sigue dominando los asuntos militares y la guerra de la información. Tomará mucho tiempo para que el poder estadounidense se erosione. Sin embargo, las nuevas fuerzas que están surgiendo no están interesadas en establecer un mundo multipolar. Esto se desprende claramente de las declaraciones públicas que provienen de Beijing, así como de otras capitales en las secciones avanzadas del Sur Global. En cambio, el apetito en estos sectores es por un desarrollo de dos frentes. Primero, que a medida que Estados Unidos retire sus tentáculos de la interferencia en los asuntos mundiales, se debe desarrollar un regionalismo más sólido. Esto ya es evidente a través de foros como la Comunidad de Países Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). En segundo lugar, que los países cuya influencia está creciendo en el mundo —como los estados BRICS— han dejado en claro que les gustaría establecer la autoridad de las organizaciones multilaterales como la principal en las discusiones globales. Estas incluyen las agencias de las Naciones Unidas, así como las diversas plataformas ajenas a las Naciones Unidas para el diálogo y la acción global. Estos dos conceptos de regionalismo y multilateralismo prevalecen en las discusiones en el Sur Global, y no cuestiones de nueva hegemonía o de multipolaridad. Ni China ni Rusia han manifestado ningún interés en un nuevo Consenso de Pekín o Moscú y tampoco están dando forma al orden mundial de tal manera que se necesite «un solo maestro» (la cita es de Putin, cuando dijo en la Conferencia de Seguridad de Munich en 2007 que el mundo no necesita «un solo maestro»).
J.E.N. —Con la crisis de la hegemonía occidental vemos emerger voces y posturas en lo que tú sueles denominar el Sur Global que contradicen y enfrentan el discurso y las posturas de las viejas metrópolis y el gran capital. ¿Cómo ves la situación de las fuerzas revolucionarias en Asia, África, América Latina e incluso en Europa?
V.P. —Las reservas de las fuerzas de la clase trabajadora — incluidos los trabajadores precarizados y el campesinado— se han agotado a nivel mundial por el proceso de globalización. A los principales partidos revolucionarios les ha resultado difícil mantener y extender su fuerza en el contexto de sistemas democráticos que han sido tomados por el poder del dinero. Hay que registrar la debilidad de la izquierda en nuestro tiempo. Es por eso que corresponde a las fuerzas revolucionarias ser muy inteligentes en el desarrollo de estrategias y tácticas para construir nuestra propia fuerza y reunir cualquier fuerza que debamos impulsar en una agenda. La construcción de agendas de frente único y de frente popular, por lo tanto, es clave. Además, es muy importante para nosotros construir nuestras propias filas a través de la educación política, la batalla de las ideas y la batalla de las emociones, y a través de la construcción sostenida de organizaciones y la movilización precisa de las masas.
Tomado de Red en Defensa de la Humanidad, Capítulo Cuba.
(Imagen de portada: Vijay Prashad durante el Segundo Coloquio Internacional Patria, celebrado en marzo de este año en Casa de las Américas. Foto: Omara García Mederos/ACN).