Para la mayoría de los cubanos, testigos dos décadas atrás de uno de los tantos episodios de la interminable saga de agresiones y amenazas imperiales contra nuestro país, el profesor mexicano Pablo González Casanova se convirtió en un ser humano familiar, como lo son aquellos que defienden casa y patio y no dejan que el odio, valiéndose de argumentos espurios, mine la unidad.
Así lo vimos en la Plaza de la Revolución el primero de mayo de 2003 cuando ante un millón de nuestros compatriotas, que celebraban el Día Internacional de los Trabajadores, leyó el mensaje A la conciencia del mundo, en el que alertó acerca de cómo el acoso del gobierno de Estados Unidos contra Cuba podía desembocar en una invasión y promulgaba el apego a los principios universales de soberanía nacional, respeto a la integridad territorial y derecho a la autodeterminación, imprescindibles para la justa convivencia de las naciones.
Así lo sentimos ahora, enhiesto e invariable en su actitud solidaria, imagen con la que perdurarán en el tiempo, estoy seguro, la entrega y la verticalidad consecuente del prominente intelectual mexicano, fallecido a los 101 años de edad el pasado 18 de abril.
Armado de su prestigio y una indiscutible autoridad moral, el amigo mexicano fue clave en la convocatoria a los firmantes de aquel mensaje –recuérdese que el gobierno de George W. Bush había iniciado la invasión a Iraq y alardeaba de someter a fuego a quien disintiera del dogma de la Casa Blanca en cualquier “oscuro rincón” del planeta-, al que se sumaron inicialmente desde México, entre otras, las voces de los venerables filósofos Adolfo Sánchez Vázquez y Leopoldo Zea, la actriz María Rojo, el ensayista y político Víctor Flores Olea y el antropólogo Miguel León Portilla.
En mi caso no fue una sorpresa el gesto de Don Pablo en la Plaza ni el nacimiento de la red de intelectuales En Defensa de la Humanidad, que tuvo en él a uno de sus animadores principales. El tránsito de la academia al activismo había trascurrido desde muchísimo antes de haber cruzado mis primeras palabras con el sabio luchador en Ciudad de México, al acompañar a Armando Hart, entonces ministro de Cultura, en una visita de trabajo a la patria de Hidalgo y Juárez en 1995. A principios de aquel año, Hart había pronunciado las palabras de elogio en la investidura de González Casanova como Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana, en las que resumió la estatura del homenajeado del siguiente modo: “Lo más importante es subrayar cómo su pensamiento sintetiza, más allá de tópicos académicos e intelectuales, profundas aspiraciones sociales, desde una óptica que articula lo más avanzado del pensamiento científico y filosófico de Occidente, el marxismo, con las más ricas tradiciones espirituales de la América nuestra. Es decir, se trata de un pensamiento revolucionario, abierto, anti doctrinario, que ha sabido enriquecerse y renovarse en nuestro tiempo”.
A la extraordinaria y fecunda obra de Don Pablo en los campos de la Historia, la Sociología y las Ciencias Políticas –libros como El misoneísmo y la modernidad cristiana en el siglo XVIII (1948), Una utopía de América (1953) y La literatura perseguida en la crisis de la Colonia (1958) , Estudio de la técnica social (1958) y los clásicos La democracia en México (1967), Sociología de la explotación (1969) e Imperialismo y liberación: una introducción a la historia contemporánea de América Latina (1978) constituyen referencias ineludibles-, hay que colocar en paralelo el ejercicio del periodismo. Hart subrayó en su momento ese “periodismo de opinión que a lo largo de años ha fijado posiciones de principios ante situaciones candentes”.
Fueron varios los medios de prensa en los que publicó artículos en los que el comentario de actualidad se fundía con una densidad reflexiva estimulante. Lo que se entiende por artículo de fondo tiene en la obra periodística de Don Pablo una muestra elocuente.
En uno de sus viajes a Cuba, al declarar mi interés por seguir sus colaboraciones en diarios y revistas, me confesó que para difundir ideas la prensa era insustituible: “Lo que el aula y la academia consiguen en años, un periódico bien manejado y con las antenas puestas puede conseguirlo en semanas. Digo periódico y pienso en una radioemisora o un canal de televisión. O esa bitácora personal que llaman blog. El problema pasa por servir, y servir a la justicia, a la verdad”. Propuso más de una vez refundar el papel de los medios. “La televisión actual –escribió en La Jornada- nos impide ver los problemas sociales para resolverlos. Convierte los problemas sociales en problemas individuales, penales, policiales y militares”.
Particularmente valiosos los textos publicados en el mexicano La Jornada, que lo tuvo entre sus fundadores. Quien los repase accede a un panorama de los conflictos ideológicos presentes en América Latina, México y a escala mundial a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y las décadas iniciales del XXI.
El periodista Don Pablo, como ha dicho el colega mexicano Luis Hernández Navarro, “aporta lucidez, rigor y creatividad en la tarea propiamente intelectual, justicia en sus juicios y un compromiso práctico para mejorar la sociedad”.