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El control de la mente pública

Eran los días de la Primera Guerra Mundial y la Casa Blanca evaluaba el momento oportuno para entrar en el escenario bélico europeo, pero al llegar ese momento, tenía en su contra la voluntad pacifista del pueblo norteamericano.

Tan apremiante fue la necesidad del gobierno de cambiar la opinión pública estadounidense a su favor, que el entonces presidente Woodrow Wilson dispuso la creación de un Comité de Información Pública para lograr el propósito a toda costa y con prontitud.

El estratégico encargo recayó sobre el avezado periodista y político George Creel, y el objetivo de esa primera agencia estatal de propaganda fue crear una histeria nacionalista contra Alemania en pocos meses.

Entonces, la historia corrió por cada rincón de Estados Unidos provocando alarma e indignación: soldados alemanes pasaban por las bayonetas a niños en los territorios del adversario y les comían el corazón.

El Comité de Información Pública, conocido también como Comisión Creel, nucleó a escritores, artistas, músicos, pintores, guionistas encargados de hacer todo tipo de propaganda contra Alemania y la necesidad de ir a la guerra.

A tan colosal esfuerzo se sumaron coros, clubes sociales, iglesias, grupos de voluntarios, empresarios en lo que se considera «la mayor campaña de publicidad de Estados Unidos de inicios del siglo veinte».

Considerada entre las más efectivas y espectaculares acciones de proselitismo político de la época, estuvo la que hicieron setenta y cinco mil «hombres de cuatro minutos», pues durante ese tiempo, que es el espacio de máxima atención del ser humano, ellos hablaban, cara a cara, sobre la guerra en pequeños corrillos sociales.

Los mensajes apelaban al miedo, la exageración y la mentira para fomentar el odio al enemigo, elevar el sentido patriótico y la moral de la población. Al finalizar la guerra, esos activistas habían brindado siete millones de mítines a trescientos millones de personas.

Uno de los gurúes de la Comisión Creel, Edward Bernays, concluyó que era posible “reglamentar la mente pública exactamente igual que un ejército reglamenta a sus soldados”.

Así lo dejó plasmado en su libro Propaganda donde, al analizar las experiencias de la Primera Guerra Mundial, sostiene que las minorías inteligentes tienen que utilizar esas nuevas técnicas de reglamentación de las mentes para asegurar que “la chusma” estuviera en su sitio.

Sin embargo, Bernays alcanzó el pináculo de la fama cuando en los años 20 rompió el generalizado estereotipo conservador de que el cigarro no era para mujeres. Él encabezó una gran campaña publicitaria para la marca Chestefield mediante la cual puso a fumar a las féminas estadounidenses abriendo así un fabuloso segmento de mercado para el poderoso clan económico de las compañías tabacaleras del país norteño.

Para lograr su objetivo, empleó la experiencia y las técnicas provenientes de la actividad propagandística aplicadas por el equipo Creel en su cruzada contra Alemania. No pocos entonces coincidieron en señalar que tras ese éxito, hacer política era como poner a fumar a las mujeres.

Otro de los miembros destacados del comité, el reputado periodista, devenido teórico de la comunicación, Walter Lippman, escribió los llamados ensayos progresistas sobre la democracia. En ellos sostuvo la existencia de un nuevo arte para ejercer influencia en la población acuñado por él para la historia como “manufactura del consenso”, al asegurar que las opciones y actitudes del público deberían estar estructuradas para responder siempre a lo que se les decía.

La concepción de Lippman iluminaba las certezas de poder saltar el acto formal del ejercicio del voto, pues al fabricarse el consenso se aseguraba que las opciones y actitudes de la masa de votantes estuvieran conformadas a favor de lo inculcado mediante una acción propagandística bien pensada y así tener una democracia real. “Eso es aplicar las lecciones de la agencia de propaganda”, subrayó el afamado periodista norteamericano.

Al evaluar el trabajo de la Comisión Creel, el lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky afirmaría que su más notable resultado fue demostrar que era posible trabajar con éxito en el control de las mentes.

No por gusto y tiempo después, Chomsky y su connacional Edward S. Herman, economista y analista de medios, especializado en corporaciones, volverían sobre los criterios de Lippman. Ambos desarrollarían el modelo de propaganda de los medios de comunicación donde suscriben que la mayor parte de estos solo transmiten las opiniones de las élites económicas y políticas y/o de los gobiernos.

Aun cuando la reglamentación de la mente pública viene de principios del siglo pasado, su vigencia sigue siendo notable y constituye un campo de experimentación de amplio espectro a partir del desarrollo de nuevas tecnologías de la información y la comunicación como son, por ejemplo, los usos de la big data y la inteligencia artificial. (Imagen de portada: virtualeduca.com).

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Roger Ricardo Luis
DrC. Roger Ricardo Luis. Profesor Titular de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Jefe de la Disciplina de Periodismo Impreso y Agencias. Dos veces Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí.

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