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Cuando Estados Unidos planeó invadir las Islas Canarias

La situación geoestratégica del Archipiélago Canario – entre Europa, América y África- ha ubicado siempre a las Islas en el punto de mira de las grandes potencias.

A día de hoy, las Islas Canarias están consideradas como un importante enclave para los planes militares tanto norteamericanos como de la OTAN.  El archipiélago ofrece para ellos no sólo una base logística, sino también de aprovisionamiento en el Atlántico para operaciones militares en África o en el Mediterráneo, como demuestra el hecho de que puertos y aeropuertos del Archipiélago ya hayan sido utilizados en algunas intervenciones de países de la Alianza Atlántica en el continente africano.

Pero, aunque esta realidad contemporánea tenga sus propias particularidades, y genere sus propios peligros, el “interés” foráneo por Canarias puede rastrearse prácticamente  hasta los mismos comienzos de la expansión europea hacia América y la colonización castellana del Archipiélago, a partir de la cual las Islas despertaron, en mayor o menor medida, las apetencias de potencias coloniales como Gran Bretaña.

Por su propia situación estratégica, las islas Canarias estuvieron históricamente amenazadas por enemigos exteriores, ya fueran piratas o naciones extranjeras que las atacaron regularmente. Algunas de estas incursiones e intentos de invasión, como el del almirante británico Nelson, en 1797, son especialmente célebres por la resistencia que los isleños opusieron, llegando a frustrar tales intentonas.

Mucho menos conocido es, en cambio, el plan que, con este mismo propósito, urdieron los Estados Unidos de América, cuando apenas comenzaban a despegar como la gran potencia en que acabarían convirtiéndose.

Los planes de invasión yanqui de las Islas Canarias en 1898

Los planes norteamericanos para la invasión de Canarias tuvieron lugar —según recuerda el historiador Amós Farrujia Coello (*) en un recomendable trabajo dedicado a este episodio histórico— en 1898. El año en el que España entró en guerra con los Estados Unidos, en una confrontación que supondría la pérdida de sus últimos territorios coloniales en América y Asia, Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

El contexto en el que se desarrollaron estos preparativos era complejo y estaba marcado por la rivalidad entre los imperios coloniales británico y francés, el crecimiento de los propios Estados Unidos y Alemania, y la decisiva influencia británica en la economía de Canarias que –según Farrujia Coello– se podía considerar, de facto, como una parte del “imperio informal” británico.

Inmersa en una creciente decadencia política y social, España había desatendido, de forma negligente, la defensa del Archipiélago.  La metrópoli no había articulado ningún tipo de planificación que sirviera para dotar a las Islas de una escuadra o una base naval adecuada para estar en condiciones de repeler el ataque de otras potencias.  Esta orfandad dejaba el Archipiélago en una situación de vulnerabilidad evidente.

En ese escenario, los planes de guerra secretos de Estados Unidos contra España, elaborados en el Colegio Naval de Newport desde 1897, no consideraron solamente el bloqueo de Cuba y Puerto Rico. Incluyeron también ataques contra las costas de España, contra Filipinas y contra Canarias.

En la última década del siglo XIX, la Marina estadounidense había superado ya en capacidad y potencial militar a la Armada española. Ello permitió al gobierno de Washington evaluar seriamente la posibilidad de invadir el Archipiélago.

Theodore Roosevelt, entonces Secretario adjunto para la Armada del presidente William McKinley, propuso todo un plan de operaciones en el que incluía la captura de las Islas Canarias como base para atacar luego a la Marina española.

Roosevelt, que posteriormente se convertiría en el 26º presidente de EE.UU., insistió en atacar las costas españolas hasta febrero de 1898. De hecho, antes de abril de 1898 se avistaron buques de guerra estadounidenses en Canarias, lo que obligó al gobierno de Madrid a reforzar a toda prisa las defensas militares de las Islas con más tropas peninsulares.

Por su parte, los Estados Unidos se apresuraron a adquirir buques de guerra británicos. El 4 de abril de ese mismo año, el Ministro de la Guerra español alertó al Capitán General de Canarias acerca de la presencia de cruceros norteamericanos. La Oficina de Inteligencia Naval de Estados Unidos se dedicó, asimismo, a recabar información valiosa sobre las defensas costeras y portuarias del Archipiélago.

En los Estados Unidos, el presidente del Naval War College, H.C. Taylor, expresó su desacuerdo con la ejecución de una operación en aguas españolas de Europa, debido a las dificultades logísticas que en su opinión entrañaban tales maniobras. No obstante, se propuso que una escuadra volante fuera destinada a la costa española como una demostración de fuerza, y de paso, para intentar bloquear ciudades importantes.

El Gobierno español temía que, efectivamente, se produjera el ataque estadounidense. Y aún más parecían temerlo los militares, como lo refleja la decisión tomada por el almirante Cervera, al recibir la orden del ministro de la Guerra, Bermejo, de poner rumbo a las Indias Occidentales y defender Puerto Rico:

Cervera reunió a sus capitanes a bordo del «Colón» y lanzó la siguiente pregunta:

“Bajo las presentes circunstancias, ¿esta flota debería ir a América o, por el contrario, debería proteger nuestras costas y las Canarias en previsión de cualquier contingencia?”

Los oficiales de Cervera concluyeron que la única alternativa racional era retornar a las Canarias y le enviaron un mensaje a Bermejo para comunicar esta decisión.

Cervera, en efecto, estuvo a punto de desobedecer la orden y retornar a Canarias, convencido del peligro que implicaba dejar las islas desprotegidas ante el posible ataque por mar de Estados Unidos. Sin embargo, tras la noticia del inicio de la guerra Bermejo insistió en su orden de que se dirigiera a América de inmediato, asegurándole que el archipiélago estaba completamente seguro.

“Persisto en mi opinión, la cual coincide con la de los capitanes de los barcos, sin embargo haré todo lo posible para acelerar nuestra partida, negando cualquier responsabilidad por las consecuencias”, repondió Cervera.

Esperando la invasión nocturna en Canarias

La posibilidad de una invasión norteamericana era, en efecto, tan real que se extendió entre la población canaria el convencimiento de que la intervención militar se podría producir el 19 de julio de 1898, en un ataque nocturno. Un gran número de voluntarios se movilizaron y se aprestaron a cavar trincheras para estar en condiciones de resistir la invasión yanqui.

El poeta, militar y político republicano canario Nicolás Estévanez llegó a escribir desde París sobre su determinación de regresar a su tierra para luchar contra los norteamericanos, pese a su avanzada edad:

“Salvo impedimento, me iré a la tierra en cuanto la guerra se declare. A los 60 estoy relevado de pelear en Cuba y aún en la península, pero en defensa de la patria chica pelearé hasta los 100 años […]”.

En la isla de El Hierro también se había movilizado tropas en abril de 1898.

La prensa canaria difundía información sobre las fuerzas militares y las expectativas de un ataque estadounidense, adoptando el tono del “periodismo patriótico” que suele caracterizar esos momentos de tensión y euforia bélica.

A pesar del estado de alarma y alerta que se suscitó en todo el Archipiélago, la invasión estadounidense finalmente no llegó a producirse. A finales de julio de 1898 se conoció en Madrid la decisión del presidente McKinley de no permitir desembarco alguno en las Canarias, ni siquiera para aprovechar la ocupación de las Islas como base para operaciones militares contra la Península.

Sin embargo, el periódico británico Times continuó manteniendo su hipótesis de que España perdería Canarias en el caso de que se resistiera a aceptar las condiciones que Estados Unidos estaba dispuesto a imponer en la famosa “Conferencia de Paz” de París.

Y es que, efectivamente, en las Conversaciones de París se llegó a poner sobre la mesa la cesión de algunas de las islas canarias, las Baleares o plazas españolas en el Norte de África, —concretamente Ceuta—, a los Estados Unidos.

Finalmente, la guerra Hispano-estadounidense acabó con la firma del “Tratado de París”, el 10 de diciembre de 1898.  Como consecuencia de su estrepitosa derrota, España perdió sus últimas colonias en América y Asia. Pero el Archipiélago Canario continuó manteniéndose bajo su dominio.

Una hipotética evolución alternativa de los hechos, sin embargo, podría haber concluido con una invasión que quizá hubiera convertido a las Islas en un Archipiélago bajo el dominio estadounidense, con condiciones similares a las que aún hoy continúan atando a la isla caribeña de Puerto Rico a su gigante vecino del Norte.

Sin embargo, no fue aquella la última ocasión histórica en la que una potencia anglosajona se planteó la posible ocupación de Canarias por su posición estratégica. Así lo hicieron los británicos, durante la Segunda Guerra Mundial, con su “Plan Pilgrim”, que tuvo como objetivo la invasión de Gran Canaria y de Tenerife y que, por diferentes circunstancias, tampoco llegó a realizarse.

Según sostiene el político derechista José Manuel Otero Novas Mano, ministro durante el gobierno de Adolfo Suárez, en su obra “Lo que yo viví. Memorias políticas y reflexiones”, aún durante la llamada “Transición a la democracia” tras la muerte del dictador Francisco Franco:

“La administración Carter de los Estados Unidos les llegó a lanzar de forma indirecta, pero muy clara, el mensaje de que, si España no entraba en la OTAN, Estados Unidos podría hacerse con Canarias”.

Sea cual sea la veracidad de ese testimonio, lo cierto es que los reiterados proyectos históricos de ocupación del Archipiélago canario, resultantes de la importancia de su ubicación estratégica entre tres continentes, ponen hoy más que nunca de manifiesto la necesidad de garantizar la neutralidad de las Islas frente a cualquier contingencia exterior, a través de un Estatuto que impida que las confrontaciones internacionales puedan poner en peligro nuestra existencia como pueblo con personalidad y cultura propias.

(*) Información histórica extraída del trabajo “Planes de invasión de las Islas Canarias en 1898”, del investigador Amós Farrujia Coello.

Tomado de Canarias Semanal

Foto de portada: Puerto de Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias. Imagen del archivo del periódico Granma

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