Si Paquita no se hubiera ido antes, habría esperado desde la madrugada el juego de pelota entre Cuba y Australia y luego, con una colada de café, habría festejado la (su) victoria y el paso a las semifinales. No sabía tanto de beisboll, al menos su amigo, el trovador Fidel Díaz lo aseguró, pero para ella – afirmó la documentalista y escritora Lourdes de los Santos – Cuba fue el origen de todos sus desvelos, entre lo cual, por supuesto, estuvo el deporte nacional.
En realidad, ni los familiares, amigos, vecinos o hijos (aunque no carnales) de Francisca Armas Fonseca, la Paquita de muchos, la Paca de otros tantos, quienes se reunieron en la sala Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) este miércoles para recordarla, tienen la certeza de que no haya visto el partido.
Luis Morlote, presidente de dicha organización, dijo que el mejor de los premios de Paquita fue quedarse, incluso después de su muerte el 27 de febrero. En eso todos coincidieron, especialmente el cineasta Rudy Mora, quien dijo, casi después de una hora de conversación, que no le pareció hablar sobre ella, sino con ella.
Para ser amigo de “esa vividora absoluta” – como la describió Fidel Díaz – o de la “tejedora de personas y encuentros” – según la periodista Magda Resik – existían algunas condiciones. Luis Morlote las resumió y en primer lugar situó a las “torturas telefónicas”.
Ahora, esas conversaciones casi interminables y punzantes con las que le llamaba la atención a sus amigos, les reprochaba alguna pifia que oscurecía su otro mundo, la Televisión, criticaba o aplaudía cada estreno audiovisual, pedía medicamentos, se despojaba de las tristezas y compartía sus alegrías, son las que todos extrañan. Entre ellos se cuenta Waldo Ramírez, vicepresidente primero del Instituto Cubano de Radio y Televisión.
Ir a casa de Paquita – recordó – significaba tener reuniones donde, además del café, no faltaba un trago de ron y donde su clásico “arroz con vegetales” curaba, al final, todos los malentendidos derivados de debates en los que – contó Waldo – pocas veces coincidían, pues si algo la caracterizaba, era su condición de “provocadora”.
Si no estabas de acuerdo con ella – apuntó Rudy Mora – al menos te provocaba pensar en su punto de vista. Y eso lo logran pocas personas, quizás solo quienes son como un volcán.
Paquita era como la explosión de un volcán. El presidente de la Unión de Periodistas de Cuba, Ricardo Ronquillo Bello, la recordó con esa imagen intensa, pues – zanjó – “en esta profesión todos tienen firma, pero no crédito”.
Además de crédito – continuó Ronquillo – demostró, con su manera de hacer periodismo, que “cada uno tiene una función social dentro de la prensa” y en ella – señaló Magda Resik – el sistema de la Radio y la Televisión encontró, con sus críticas, a “una guardiana de la calidad”.
Tal era así que el locutor Marino Luzardo, a veces pedía mentalmente que Paquita no tuviera electricidad mientras él televisaba porque después no faltaría la llamada cuestionadora de cualquier detalle con el que no estuviera de acuerdo.
“No era complaciente con nadie”, agregó Marino y lo secundó, “otro de sus hijos”, Yasel Toledo Garnache, director de la revista El Caimán Barbudo, cuando añadió que en Paquita se daba la particularidad de “ser muy crítica y profundamente revolucionaria”.
Paquita tuvo muchos amores; sin embargo, los tres primeros, sin distinción de lugar, fueron Carlos Marx, Fidel Castro y su Caimán Barbudo, la publicación frente a la cual estuvo como directora y desde donde también se pueden contar los pedazos más importantes de su vida.
“Vamos a dedicarte lo que ganemos en la pelota, Paca”, le dijo al final Fidel Díaz y enseguida le regaló Historia de las sillas, una de sus canciones preferidas, una de Silvio Rodríguez que “invita a no acomodarse en nada”, una que también es como Paquita, irreverente ante las peligrosas sillas que, en el buen camino, la invitaron a parar.
Foto de portada (de izquierda a derecha): Ricardo Ronquillo Bello, Fidel Díaz, Magda Resik y Yasel Toledo.