Dentro de ocho días se cumplirían 22 años del primer viaje de Caridad Laffita a una cobertura internacional. Y como si lo presagiara, se adelantó a otro viaje, el de la eternidad y el recuerdo de quienes tuvimos el placer de conocerla como la periodista que más sabía de leyes laborales en el país, pero sobre todo la colega que jamás perdía su sonrisa, sus ganas de vivir, su desprendimiento por ayudar al ser humano.
En aquel primer viaje a Guinea Ecuatorial Caridad iba de jefa del grupo (Marisela Presa, Yirmara Torres y quien escribe), por su experiencia y capacidad de aglutinar con su carisma a quienes la acompañaban en cualquier tarea. Desde el primer día nos dejó claro a todos que “no soy jefa ni de mi casa, así que cada uno es jefe de cada uno”, dijo antes de montarse en el avión y tomarse su pastilla de la presión “por si acaso me traiciona la novatada”, comentó entre risas.
Durante aquellos largos cuatro meses Cary acumuló decenas de anécdotas que merecerían páginas enteras de periodismo. Fue víctima de un robo de su grabadora mientras dormía en su cuarto en bata de casa; se enfermó de paludismo con fiebres que ella prefería espantar con unas cervecitas; cocinó a la zurda cuando la derecha se le inhabilitó por una mosca rara que picaba y dejaba sus huevos dentro de la piel; bailó en un funeral sin saber que la tradición allí implicaba esa fiesta para quienes fallecían.
Cary recorrió toda Guinea Ecuatorial siempre pintándose sus labios y con una vestimenta que pasaba fácilmente como una nativa. Se negó solo a comer mono con una disculpa humorística: “me parece que estoy comiéndome a un primo”. A la hora de hacer periodismo usaba la entrevista como género preferido, aunque luego terminaba contando historias de vida más humanas que profesionales. Y eso la hacía también diferente e inspiradora para los principiantes de periodismo.
Hoy puedo revelar (porque ella no gustaba de vanaglorias) que Cary fue quien me hizo no uno, sino dos flanes por mi cumpleaños. Con su parsimonia valiente me defendió ante algunos burócratas funcionarios que querían sancionarme por el ímpetu de mi joven periodismo.
Ha sido la única que me ha ido a sacar de un calabozo al que fui recluido por tirar unas fotos en una plaza pública. Y como si no bastaran los ejemplos, durmió par de noches en una cama llena de cojines para acompañar mi incomodidad, aunque a ella le habían dado una cama con colchoneta. “Todo esto tienes que escribirlo alguna vez, como recuerdo de este viaje”, resumía entre jaranas y noches a oscuras.
Hace apenas unos días, cuando supe de que estaba ingresada y a punto de operarla quise verla, pero la premura de otro viaje se me adelantó. Quizás quienes no la conocieron o lean esta crónica piensen siempre que se exageran las virtudes cuando los ojos se cierran definitivamente. Puedo corroborar que la Caridad Laffita que conocí en Cuba y en África fue la misma siempre. Dicharachera, estudiosa de las leyes laborales, preocupada por su país y sus amigos; motivadora de ideas y sin temor a los cambios, cubana empedernida y amante del periódico Trabajadores, el cual fue su único centro laboral hasta su jubilación.
La vida no le dio hijos, pero muchos lo somos por cariño, inspiración y amor. En este otro viaje solo puedo acompañarte desde estas líneas, aunque sigas conmigo en el corazón.
Tomado del perfil en Facebook del autor