En esa ciudad dominicana y en esa misma fecha fueron suscritos por José Martí el Manifiesto de Montecristi, la histórica carta a Don Federico Henriquez y Carvajal, -devenida su Manifiesto Antillano,- y la carta de despedida a su madre, Doña Leonor Pérez Cabrera.
No sin razones profundas, en sus “Páginas dominicanas sobre la vida de José Martí” su gran amigo entrañable Don Federico Henríquez y Carvajal pudo escribir: “Montecristi estaba predestinado a un papel histórico en la vida y la obra revolucionaria asumida por el Apóstol de la causa cubana. (…) Por el abra de su puerto marítimo entró Martí y sintió bajo sus plantas de caballero andante, por primera vez, el calor hospitalario del suelo dominicano. Eso fue a principios de septiembre de 1892: el del Centenario de América. Era la gran puerta de entrada, sin celador ni carcelero, que daba acceso al hogar campestre de Máximo Gómez. Por esa misma puerta franca saldría el 1º de abril de 1895….”
Se afirma que estas páginas no aparecen recogidas en la obra de Don Federico sobre Martí, publicada en 1945, sin embargo aparecen en la Revista Bimestre Cubana, de la Sociedad Económica de Amigos del País, en su edición de enero-febrero de 1932.
Desde entonces, la ciudad dominicana de Montecristi, al noroeste del país y frente a las aguas del Atlántico, se convierte en escenario habitual y destacado de la peregrinación martiana durante la etapa final de preparación de “la guerra necesaria”.
El hecho de que allí se hubiese radicado el Generalísimo Máximo Gómez con su familia y fijado su vivienda entre esa urbe y la finca no lejana de La Reforma, -nombre que le adjudicó en recuerdo de La Reforma espirituana de Cuba,- fue decisiva para las reiteradas visitas de Martí a Montecristi, tres veces en menos de tres años.
En todas las ocasiones esa ciudad es punto de partida y lugar de los más importantes encuentros preparatorios de la nueva guerra independentista; en el segundo viaje, por ejemplo, permanece tres días en reunión con Gómez, habiendo llegado el 3 de junio de 1893 para salir de regreso el día 5 en un arriesgado y complicado recorrido hasta Nueva York a través de Haití y Centroamérica.
Es oportuno apuntar que en cada uno de estos viajes Martí corría riesgos y se jugaba la vida, al hacerlo de manera reiterada ya sea en goleta o en un sencillo bote, solo con las escasas medidas de seguridad de la época. Su azaroso desembarco en Playitas de Cajobabo no debe haber sido para él algo sorprendente, acostumbrado como estaba a largas y peligrosas travesías marítimas.
Un cercano acompañante del Apóstol en Montecristi fue el dominicano Américo Lugo, autor de “Martí en Montecristi”, quién en carta al estudioso martiano Félix Lizaso, en 1948, le dice: “Remenbranzas divinas de mi primera juventud, no quisiera narrarlas por temor de que dejen de ser lo que para mi son. Apenas me es posible mencionarlas incompletas y desordenadamente. Me parece que el sentimiento de amor y admiración que guarda mi alma por Martí se quebrantaría. Adoro en él porque él es la más perfecta personificación de humildad y grandeza que he conocido. En Montecristi se le ve tal cual fue. Si yo fuese a esa ciudad, seguro está que el tempestuoso viento que barre la arena de sus calles ha dejado intactas las huellas de sus pasos y que aún flota en el ambiente el aliento de aquel hombre maravilloso y dulce…”
Una idea martiana que tuvo amplia repercusión y alcance en el Santo Domingo de entonces fue la de los “maestros ambulantes”, que el Apóstol formulase detalladamente en su artículo de la revista neoyorquina La América (1884), reproducido en la Revista Científica y Literaria del país caribeño. Fueron el presidente Francisco Gregorio Bellini, -recién llegado al cargo,- y el secretario de educación José Joaquín Pérez. -gran amigo y divulgador de la obra martiana,- quienes emitieron el Reglamento para Maestros Ambulantes y organizaron esa legión precursora que en Quisqueya vio la luz primera americana.
Según recogen los testimonios de la época, no eran pocos los dominicanos amigos de las luchas por la independencia de Cuba que fueron acompañantes constantes del Apóstol durante sus visitas y entre ellos sobresalen, junto a los hermanos Henríquez y Carvajal, Rafael Abreu Licairas, Federico García Godoy, Eugenio Deschamps, Fidelio Despradel, Américo Lugo, Augusto Franco Bidó, M.A.Duvergé y Emilio Joubert.
Las puertas de los hogares cubanos radicados en diversos puntos de Santo Domingo también se abrieron generosas y solidarias al paso del Apóstol, como el de Nicolás Ramírez, -fiel veterano de los Diez Años,- del médico Ulpiano Dellundé, -también en Cabo Haitiano,- del entrañable isleño canario Joaquín Montesino, -compañero en las canteras de San Lázaro,- de Santiago Massenet y tantos otros, como Eleuterio Hatton, de padre inglés y madre cubana, rico hombre de negocios.
Mención aparte merecen los generales patriotas cubanos Francisco (Paquito) Borrero, José María (Mayía) Rodríguez y Serafín Sánchez, quienes en tierra dominicana fueron admirables, confiables y útiles colaboradores de Martí y Gómez, quienes les confiaron difíciles y complejas misiones que siempre cumplieron de modo ejemplar. No pudiera hablarse de estas gloriosas jornadas sin darles lugar preferente.
“Tierra pequeña es la República Dominicana, pero tierra grande”, ya había dicho Martí en homenaje a Luperón y añadido: “Hija favorecida me parece de América, que no escribe poemas, pero los hace; que recogió de sus dominadores unas cuantas ruinas y aposentados en ellas como buhos los odios de raza, está amasando con ellas a toda prisa un pueblo; que he advertido que la condición de la felicidad es el trabajo, la libertad del individuo, la condición de la libertad de la República y el dominio íntegro de su territorio, ni participado ni hipotecado, la condición de su ventura actual y su grandeza futura”.
Varios de los más importantes conceptos del pensamiento martiano aparecen por vez primera en materiales periodísticos referidos a temas o cuestiones relacionadas con el acontecer dominicano, com es el caso de “La Revista Literaria Dominicense”, donde afirma: “Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca y en que nos tocó nacer…”
También “Maestros Ambulantes” es ocasión para recoger: “Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno…”
El homenaje dominicano al insigne puertorriqueño Baldorioty Castro le inspira para reiterar su idea antillana de que “las tres Antillas, que han de salvarse juntas o juntas han de perecer, las tres vigías de la América hospitalaria y durable, las tres hermanas que de siglos atrás se vienen cambiando los hijos y enviándose los libertadores, las tres islas abrazadas de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo…”
El Manifiesto de Montecristi culmina reiterando esa idea antillana, que sigue vigente y actual, cuando expresa: “La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas. Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierras de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo…”
Bibliografia: “Martí en Santo Domingo, de Emilio Rodríguez Demorizi. Edic. Conmemorativa del Gobierno de la República Dominicana, 1953, Año del Centenario Martiano, Gráficas Pareja 1978, Barcelona, España.
Imagen de portada: Casa donde se firmó el manifiesto de Montecristi (Listín diario)
Dibujo: Martí en Montecristi- Isis de Lázaro
Un escrito muy interesante, en el conocí muchos datos no vistos anteriormente. Debe dársele mayor publicidad.