“Estar en Granma, reunidos, es como estar en la sala de mi papá; esta fue su casa”, leyó la periodista Mariela Pérez Valenzuela al borde de perder, en abismo de emociones, las coordenadas del texto, incapaz ella de lidiar con la improvisación durante el homenaje que en ese periódico le hicieran familiares, amigos y colegas de todo calibre que se cuentan entre los primeros lectores -y aprendices- del gran cronista cubano Rolando Pérez Betancourt, fallecido el pasado 18 de febrero.
Mariela paseó a los presentes por su propia infancia para mostrarles a su “papi Roly”, un hombre amoroso que la hacía reír, la aconsejaba, le inventaba historias -en las que ella siempre ganaba- para conseguir… que la niña comiera. “Me enseñó a nadar, a montar en bicicleta y en moto, a perder el miedo al amor, a la montaña rusa y a los truenos”, contó ella como solo se habla en la casa, antes de resumir el profundo objetivo del maestro: “Me estaba preparando para la vida”.
Esa idea del periódico Granma como espacio natural de Rolando Pérez Betancourt fue reiterada en el texto de Yailín Orta, su directora, leído por el subdirector Dilbert Reyes Rodríguez: La muerte deja su casa incompleta. Lo que sería -sintió en el ambiente Cubaperiodistas– un yate a medio enrolar.
Yailín elogió el carácter reflexivo y audaz de Rolando para ver más allá de lo epidérmico, su enorme obra periodística y literaria y su condición de excepcional profesional, sostenida a un tiempo por su cualidad de caballero y su conmovedora integridad.
Solo arquitecturas morales semejantes consiguen reunir en un espacio común los afectos -auténticos tras la muerte porque ya lo eran en vida- de sus seres más cercanos y de figuras que representan los senderos profesionales por donde anduvo, como Rolando por su casa, Pérez Betancourt: Ricardo Ronquillo, presidente nacional de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC); Luis Morlote Rivas, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), y Ramón Samada Suárez, presidente del Instituto Cubano de Industria y Arte Cinematográficos (ICAIC), asistieron a la velada en la atestada recepción del periódico Granma.
Varios premios nacionales de periodismo estaban allí, certificando con su dolor que no hay obra auténtica que no parta del reconocimiento de los limpios paradigmas.
¿A quién pertenecía Rolando? A la cultura de la nación cubana, por eso el periodista Pedro de la Hoz, también vicepresidente de la UNEAC, resaltó en sus palabras la difícil conjunción conseguida en el firmamento profesional del homenajeado: una gran visión estética, profundos principios éticos y una escritura precisa e implacable: “Escribía como un Dios”, dijo Pedro, seguramente consciente de que con su frase explicaba la magia de estilo de que hizo gala el amigo, tanto en la prensa como en la literatura.
Pedro convocó a que sea continuado, con los textos concebidos para el espacio televisual La séptima puerta, la obra Rollo crítico. En ella, como se sabe, Rolando mostró, sin sonido y sin más luz que la palabra, sus propias películas del buen cine que propuso a su público. De la Hoz llamó igualmente a rescatar las (al menos) dos novelas en las que Rolando trabajaba.
En tanto, el presidente nacional de la UPEC agradeció a la familia por decidirse a asistir, en medio de su dolor, a un homenaje que implicaba compartir la pena de la pérdida, pero también la alegría de haber tenido un periodista, intelectual y humanista de la talla de Rolando.
“Frente a periodistas e intelectuales así recordamos la idea de Fidel de que debemos trabajar unidos a favor del proyecto político de la Revolución. Ahora es más urgente que nunca”, señaló Ronquillo, quien agregó que Rolando Pérez Betancourt es un referente esencial para la transformación y el cambio a que aspiramos en el ejercicio periodístico, porque no solo alfabetizó en el gusto -como dijo de sí mismo alguna vez-, sino también en la sensibilidad humana. “Con sus columnas de opinión -comentó el presidente de la UPEC- él ayudó a los cubanos en el ejercicio de pensar”.
“Nos encontrábamos ocasionalmente. Conocí su obra como periodista; empecé a respetarlo y, finalmente, a admirarlo. Al cabo, Rolando deja una huella importante en el periodismo cubano. Mi admiración será eterna”, afirmó el cineasta Manuel Pérez.
Roberto Pérez Betancourt, hermano de Rolando, periodista como él y, como él, Premio Nacional José Martí por la Obra de la Vida, regresó a los presentes al plano más entrañable iniciado por Mariela: “Voy a hablarles del hijo de Beny, de mi hermano más chiquito, el que se ganaba la vida, junto conmigo, desde los seis o siete años, vendiendo croquetas, café… pero siempre leyendo, superándose, siempre amoroso, sentimental, queriendo a todo el mundo”.
Probablemente, lo más conmovedor de esas palabras fue lo que vino después: “Así era mi hermanito Rolando. Cuando comenzó en el periódico Hoy (como aprendiz de caja) llegó a decirme que alguna vez sería un gran periodista”.
A esa altura del discurso de Roberto, poco antes de que los presentes continuaran estampando sus firmas en un libro abierto por Granma para asentar el respeto en blanco y negro, uno admiró más aún la visión crítica de un hombre tan hábil para abrir puertas que, en plena adolescencia, cuando su nombre estaba a mil letras de las carteleras, ya sabía la película de honor que firmaría.
Foto de portada: Su hija Mariela Pérez Valenzuela. Foto: Roberto Suárez Piñón.