I. Encrucijada-Constancia
Abel [Santamaría] decía desde niño que teníamos o éramos de un origen que todavía no he podido definir. Empezó a trabajar a los nueve años en el almacén del central Constancia, y no por un problema de necesidad, empezó en ese almacén –supongo que en casi todos los centrales era así–, porque eran los hijos de los jefes los que entraban desde pequeñitos en lugares de cierta importancia, aunque fuera barriendo, para hacerse con ese cargo en el futuro. Un tío político nuestro era el jefe financiero, y Abel empieza a descubrir cómo se robaba ahí; descubre cómo a un pequeño campesino, agricultor de caña que tenía un pequeño pedacito, nunca se le molía la caña, pero sí se le daba una cuenta, es decir, se le fiaba hasta llevarlo a un punto en que no podía pagar ni en cincuenta años lo que había cogido en la tienda. Entonces le decían: «Bueno, te saldamos la deuda a cambio de ese pedacito»; pero es que ese pedacito estaba al lado del otro pedacito y este pedacito estaba al lado de aquel otro pedacito, así se fueron haciendo latifundios de dos o tres personas y solo se molía la caña de dos o tres personas. Abel descubrió esa monstruosidad, las cosas tan canallas que se hacían con el campesino; y luego, cuando le compraban el pedacito de tierra, le quitaban el bohío de guano y de yagua y aquella familia se lanzaba a ver dónde conseguía un pedazo de la tierra de nadie para hacer otro bohío; así entonces volvía a su propia tierra y por un real, como se decía, volvía a guataquear y sembrar la misma extensión que antes había sido de él. Abel veía eso en la práctica, no por procedencia ni porque nos rodeara algo que fuera marxista, sino por sensibilidad humana. Se une al campesinado de una manera tremenda, tanto, que decía que nuestros verdaderos obreros, nuestra verdadera clase eran los campesinos, cosa que está en contra, o por lo menos no muy a favor, de todo lo que se leía y lo que se decía. Él decía que nuestro país era un país de latifundios, que nadie era dueño de la tierra y que el campesino era un trabajador. Después, cuando trabajó en la oficina de la textilera Ariguanabo, decía que el trabajador de la fábrica, aunque era tremendamente explotado por los dueños norteamericanos de la textilera, aun dentro de eso, eran privilegiados porque ganaban un salario el año entero y tenían cierta forma de vida, no decía que no eran explotados, y que, en cambio, el campesino cubano era una clase tan explotada que en el momento en que al latifundista le daba la gana lo lanzaba a la calle, le quemaba la casa, no tenía donde vivir y se convertía en un asalariado.
Abel no leía libros marxistas, pero tenía una verdadera vocación por la Reforma Agraria, leía todo lo que se publicaba y hablaba de Reforma Agraria, y también consideraba que al campesino no se le podía entregar la tierra y decirle trabájala y ya, porque vendría otro campesino más vivo y lo volvería a explotar. Te estoy hablando de momentos en nuestro centralito. Abel creía y decía que la tierra había que dársela al campesino, pero siempre con una vigilancia del Estado, cuando hablaba de ese Estado decía que tenía que ser el Estado de los trabajadores, aunque él no lo supiera, porque ¿quién podía vigilar, qué Estado podía vigilar? Era el Estado de los trabajadores, el partido, el Gobierno, el nombre que le queramos dar, pero de los trabajadores. Eso fue en sus primeros años.
Después conoció a Jesús Menéndez y las luchas de Jesús Menéndez en el central Constancia fueron grandes y, para nosotros –para Abel y para mí– fue descubrir otra cosa. Hablábamos con Jesús Menéndez, que era purgador cuando había que hacer el azúcar con una paleta de palo. Abel le decía que él –Jesús– daba grandes luchas por los centrales, por los azucareros, pero que no podía olvidarse de que el que sembraba la caña, picaba la caña y echaba la caña en las carretas o en los vagones de ferrocarril era también un obrero azucarero; y recuerdo que Jesús le dijo: «No, las luchas tienen que comenzar por donde haya fuerza y la fuerza hoy está en los trabajadores azucareros que están dentro del central porque los campesinos están dispersos. ¿Cómo aglutinamos a todos esos campesinos para hacerlos una fuerza? Uno vive a una legua del otro, el otro a tres leguas del otro y los azucareros de un central están todos concentrados en un pequeño poblado». Lo que Abel le decía sería una lucha del futuro.
Abel era muy joven y no estaba muy convencido. Vivía la tragedia del campesino, le chocaba aquello, porque lo vivía, pero sentía un respeto tremendo por Jesús Menéndez, tanto, que cuando lo asesinan se brinda para vengar su muerte y se va a ver a quien era en aquel momento el jefe del Partido Socialista Popular (Psp)[2] en Encrucijada y aquel hombre –seguramente– se horrorizó porque un muchacho le decía eso. Nosotros éramos jóvenes, no estábamos dentro de un partido y pensábamos que no podía seguir viviendo quien había asesinado a Jesús Menéndez.
Empiezan sus lecturas y empiezan sus transformaciones. Se hace mayor. ¿Por qué no pertenecer al Partido Socialista Popular? Se lo pregunté algunas veces. Abel tenía algunas contradicciones. ¿Quién tendría la razón? Yo no lo puedo ni lo debo decir. Tenía sus contradicciones, no ideológicas, pero si en otros órdenes, como tenía una gran contradicción con el Partido Ortodoxo. Entonces yo le decía: «Si tú tienes esas contradicciones» –no porque yo quisiera que el militara allí, lo mismo me daba, para mí Abel era Abel donde quiera que estuviera militando– «¿por qué militas en el Ortodoxo?, ¿por qué…?», y me decía: «Porque en el Ortodoxo tengo más libertad y en ese partido, el Psp, ya no tengo libertad, en ese yo tengo que cumplir una disciplina, y aunque milite, ya no puedo ser una rueda suelta, tengo que militar en un partido». Dentro de los partidos existentes en nuestro país estaba el Partido Ortodoxo, Abel pertenecía a la rama radical del Partido Ortodoxo, que era la Juventud Ortodoxa, donde siempre había grandes contradicciones dentro de esa juventud y sus dirigentes. Nunca vi reunido a Abel con Max Lesnik, y Abel tenía condiciones y una personalidad que, si se reúne con Max Lesnik, Max Lesnik lo pone de dirigente de algo; pero no, a Abel no le interesaba eso, lo que sí le interesaba era estar dentro de un partido donde predominara la juventud, donde estuviera la juventud del país. Abel viene con una gran influencia de la vida de un central y de la vida de un pequeño pueblo que se llamaba Encrucijada y de la vida de un pueblo más grande que se llamaba Sagua y de la vida de una ciudad un poco mayor que se llamaba Santa Clara y había una realidad, la masa de la juventud de esos lugares que nosotros conocíamos pertenecía a la Juventud Ortodoxa y Abel quería tener esa gran influencia, toda la que pudiera, de la juventud cubana, y opinaba que él tenía una gran libertad dentro de la Juventud Ortodoxa para hablarle a esa juventud cubana aún más que dentro del Partido Ortodoxo. Ustedes comprenderán que no hay que aclarar que eso no se podía hacer dentro del Psp, pero tampoco quiero ocultarlo porque en la historia no tengo que ocultar nada de Abel, nada, como no hay que ocultar nada de Mella ni de Guiteras. Mella es el fundador del primer partido marxista de Cuba y no hay que ocultar nada de la vida de Mella, como no hay que ocultar nada de la vida de Guiteras; y no estoy comparando a Abel con Guiteras, ni con Mella, pero creo que no tengo que ocultar nada de la vida de Abel.
Abel no odiaba a nadie, pero odiaba a Batista de tal manera que a mí me extrañaba y le preguntaba: «¿Por qué si tú no odias a nadie, odias a Batista de esa manera?». No estoy hablando del Batista del golpe del 10 de marzo, estoy hablando del inicio, cuando Batista llega a ser un sargentico conocido. «¿Por qué? Tú no odias a nadie, ¿por qué odias de esa manera a Batista?». Y me decía: «Porque es el asesino de Tony Guiteras, y Tony Guiteras pudo ser mi dirigente, y yo hubiera tenido un dirigente; y si hoy no lo tenemos es porque Batista lo asesinó».
Si esto es una verdad en la vida de Abel, si su figura no estaba clara como revolucionario, se lo dejo a los historiadores, pero digo la verdad que conocí, mi deber es decir la verdad para que lleguen los historiadores a decir que Abel estaba equivocado o no estaba equivocado. No lo van a empequeñecer porque digan que estaba equivocado, ni lo van a hacer más grande porque digan que tenía la razón. Abel ya tiene un estatus en la historia de nuestro país.
Quiero decir que cuando hablo de cosas que son de Abel tengo que decir la verdad, aunque sea impolítico, pero si me preguntan, lo digo: él tenía contradicciones de método y de cómo no podía tener libertad dentro de una juventud como la del Partido Socialista Popular, como la podía tener en el Partido Ortodoxo, donde cada cual decía lo que quería, ¿no? Pero también tenía algunas contradicciones con métodos para la conquista del poder y con los de métodos para apoyar a alguien, porque ese alguien hubiera sido de clase humilde. Abel explicaba que él no tenía que apoyar en ningún momento a Batista porque había sido un humilde y que al que Batista le había dado el golpe no era un humilde, era un burgués; ya sabíamos y conocíamos que había una clase que era burguesa. Abel tenía un profundo, un infinito desprecio por Batista. Abel no esperaba nada de Batista, nunca, porque había asesinado a Guiteras y no se lo perdonaba. Pensaba, yo tendría un dirigente, la juventud cubana tendría un dirigente, y ese dirigente sería Antonio Guiteras, porque hoy tendría edad para dirigirnos, no sé qué edad tendría Antonio Guiteras en esta fecha que yo les estoy hablando, ¿qué edad hubiera tenido Antonio Guiteras en esa fecha? No cuando lo asesinaron sino en el año [19]44. Ahí, fíjate si está claro, que él consideraba que podía haber sido su jefe, su orientador, ¿no?
Abel era un estudioso del marxismo, Fidel lo llevó a estudiar más; Fidel le buscaba tiempo para que estudiara más y es que ideológicamente no había contradicción. Recuerdo a Abel amigo de Flavio Bravo y teniendo una admiración por Flavio Bravo y discutiendo con Flavio Bravo, ¿no?, sin tener problemas de principios; y eso es lo que yo te puedo decir, aunque a lo mejor a ti no te dé la figura de Abel como lo que tú esperabas.
Abel era la alegría, una fuerza, un motor que te impulsaba hasta con un gesto, una actitud, pero no quiero decir con esto que no meditaba, y Frank País era la meditación constante, pero no era la alegría. La vida siempre se nos presentaba en Frank como la vida pensando en la vida de otros o en la vida que vivirían otros, y Abel siempre se nos presentaba como que él podía ser también esa misma vida. Eran figuras tremendas, pero a mí no se me parecían en nada. Abel era de una alegría muy grande, era un joven que disfrutaba cualquier encuentro, cualquier fiesta familiar o no familiar. Yo vi a Frank en muy pocas fiestas o en ninguna, y ni siquiera cuando nos reuníamos clandestinamente Frank sonreía, nunca le oí una carcajada, y Abel era de una risa contagiosa. Frank hasta cuando sonreía era triste. Sus personalidades no se me parecían en nada, aunque eran dos personas que pensaran y lucharan por lo mismo y tuvieran pensamientos muy parecidos, pero aquí hablo de personalidad y no de pensamiento, porque el pensamiento lo conocemos.
Siempre veía a Frank entre lo militar y el arte, podía ser un militar y un artista. Lo veía en el futuro Ejército de Cuba, pero que jamás se separaría del arte. Veo a Frank artista y no maestro, no digo que el maestro no sea un artista, pero ya ustedes me están entendiendo, me refiero a que le gustaba intensamente la música, siempre que tenía un papelito pintaba, no digo si bien o mal, eso es otra cosa, pero se entusiasmaba con eso, siempre oía música, en momentos en que no estábamos muy acostumbrados a escuchar la llamada música culta, se le oía en el piano interpretando cosas que creía que eran música culta y cuando venías a ver eran cosas de él. Frank estaba muy ligado al arte, creo, me parece, no sé, la vida y la Revolución lo hubieran situado a donde fuera, pero yo creo que Frank tenía un alma, un ser –para no decir un alma porque es un poco abstracto– y una personalidad muy de artista, aunque tenía una cosa militar muy grande, y Abel era, digamos, más político.