La verdad tiene fuerza telúrica. Emerge desde las entrañas, como los volcanes. Posee, incluso, el calor abrasador de su lava. Tal vez por ello algunos la temen o la coartan o la mediatizan. Prevén que su erupción pueda arrasarlos.
Así dije hace unos años. Y agregué que nuestro Héroe Nacional José Martí, hombre de espiritualidad conmovedora, rendía culto infinito a la verdad. La situaba en el centro mismo de la realización humana, personal. También en su perspectiva social: “Libertad – sostenía el Apóstol- es el derecho que todo hombre tiene… a pensar y hablar sin hipocresía…
Usted se preguntará por que regreso tanto tiempo después a las mismas elucubraciones. La respuesta es que tienen más actualidad que entonces. Los cubanos estamos cada vez más al filo de la disyuntiva entre la verdad y los demonios que la acosan, lo mismo hacia dentro que hacia el exterior de la nación.
Tal vez el dilema hacia la Cuba profunda lo planteó Fidel el 17 de noviembre en la Universidad de La Habana. Ese día nos sorprendió a casi todos con esa posibilidad que advertíamos, pero éramos incapaces de reconocer públicamente: La Revolución Cubana es reversible, es posible su autoaniquilación, si permitimos que las distorsiones y errores le carcoman el cuerpo sano de sus sueños.
Por eso es preferible interpretar semejante desafío desde lo filosófico, pues podría considerarse que en esa grave amenaza reconocida por Fidel, palpita más una lección renovadora que una advertencia apocalíptica: Ninguna verdad puede ser tan grave como ignorarla, para acallarla.
Por ello debemos preocuparnos cuando escuchamos u observamos a quien mediatiza, esconde o hace escurridiza la verdad, debe decirse tal cual es:lo demandan la sabiduría y el sentido común. Porque, aunque nos duele, la verdad nos mejora y también nos salva…
Pero hay otra razón por la que recurro a aquellas meditaciones. Me las incitaron a repasar varios análisis realizados por periodistas y científicos sociales, entre otros imbuidos en la polémica acerca de lo que el futuro le depara a Cuba tras la desaparición física de Fidel y la Generación histórica que junto a él construyó la Revolución.
Me sorprendió la coincidencia de que uno de los analistas insistía en la urgencia de salvaguardar la noción martiana de libertad: inspiración y sustento del proyecto de redención social, reconstrucción moral e independencia nacional iniciado en 1959.
Este polemista de quien hablo sostiene con fervor que la Revolución es heredera de la noción martiana de decir lo que se piensa, optar por el bien común y enarbolar el decoro y la coherencia como valores en un mundo cada vez más fatuo, hipócrita y perverso.
Aunque a veces se nos escapan detalles en el examen de nuestra espiritualidad, nunca debería ocurrir con la elevada dimensión ética que palpita en el corazón de nuestra nación. Porque nos desmoronaríamos como pueblo si la ética se nos separara como el alma del cuerpo, a semejanza de las muertes bíblicas.
No perdamos de vista que cuando José Martí inspiraba una nueva república para Cuba, le situaba un apellido que es como un altar, tabernáculo de todas las ofrendas, pues se trataba, nada menos, que de una “república moral”.
Es en esa dimensión donde debe buscarse la respuesta del porqué la corrupción duele y mella tanto el cuerpo de la Patria, y no tanto en otras naciones, aunque incluso esté más extendida.
No es extraño que el investigador ya mencionado sostenga lo imprescindible de consensuar auténticos pactos sociales, que permitan superar un asunto que hasta hoy erosiona no solo la gobernabilidad y el espíritu cívico en el contexto de nuestra sociedad: “La contradicción entre lo legal (en tanto cuerpo normativo institucionalmente determinado) y lo legítimo (actitudes ineludibles y cotidianas de los ciudadanos puestos ante la inapelable disyuntiva de sobrevivir).
Lo planteado no es tema secundario más, sino una esencia incuestionable. La república moral que nos hemos propuesto no puede continuar -distorsionada por los desajustes- imponiendo a los ciudadanos dos vidas paralelas contrapuestas: una pública y una privada. Menos situarlo en contradicción con los valores que como pueblo hemos promulgado y estimulado hasta con delirio: la honestidad, la decencia, el decoro, la integridad, la honorabilidad, la rectitud y la pudicia.
Tal vez algunas apatías y desmoralizaciones que observamos en diversos ámbitos estén asociadas a esos desequilibrios.
Así se expresaba, con la inquietante pregunta que se hacía- un funcionario de la Asamblea Nacional: ¿Por qué los delegados a las instancias municipales y otros actores sociales no denuncian a embaucadores, tergiversadores y corruptos que tomaron fuerza en los últimos años?
El mismo cuestionamiento se escucha en diversas asambleas sindicales, de barrio y de organizaciones políticas y sociales. ¿Acaso la respuesta es que abandonamos la utopía de construir nuestra república moral? Tajantemente no. Solo que para sostenerla y levantarla hay que devolverle a la verdad su fuerza telúrica, desde el concepto martiano de libertad.
(Actualizado del publicado en la edición dominical del 21 de mayo de 2006 en el diario Juventud Rebelde)
Foto de portada: Yander Zamora