Enero del 59 entrada a La Habana Fidel Castro
NOTAS DESTACADAS

Enero del 59: la Revolución no cabía en la pantalla

Tengo suficiente edad para disfrutar el privilegio de haber vivido o protagonizado muchos acontecimientos del pasado, tan frescos en la memoria como para compararlos unos con otros.

Criado y formado en un entorno familiar que conoció y heredó las frustraciones de la república martiana y la Revolución inacabada de 1933, ambas por la participación del imperialismo yanqui, enseguida comprendí que el triunfo del Ejército Rebelde en 1959 estaba abriendo las compuertas de una esperanza acumulada, difícil de contener y, todavía más, de darle un cauce irreversible.

Para mí, el primero de enero de ese año fue el inicio de un enorme estallido popular en cadena, que terminaría con la entrada de Fidel Castro a La Habana en una semana imposible de olvidar. Vendrían otros júbilos inmensos, como la liquidación de la brigada mercenaria en Girón, o la fiesta en la Plaza cuando se izó la bandera de la alfabetización total, o el disfrute generalizado de la dignidad nacional; pero nada comparable con de alegría del primer día del año de la liberación.

Con el inicio del calendario de 1959 la guerra llegaba a su fin, el tirano había huido, las personas se abrazaban, en ciudades y pueblos la bandera cubana era agitaba por las calles, sonaban las campanas y las bocinas de los vehículos; se abrían las cárceles y de los centros de tortura se rescataban seres humanos a punto de morir.

Las tropas derrotadas del ejército batistiano, verdadera fuerza de ocupación del país, deponían las armas. La alegría llorada y esperada por los cubanos, especialmente aquellos y aquellas sensibilizados con la realidad nacional, se compartía con un sentimiento de particular respeto y solidaridad con las familias de los más de 20 mil asesinados por la tiranía o caídos en combate en las montañas o el llano. En todas partes los barbudos de las fuerzas rebeldes eran acogidos con cariño y hasta con lágrimas, como a santos milagrosos.

En pocos días, casi minuto a minuto y por lo general simultáneos, se desencadenaron acontecimientos extraordinarios de gran impacto en el país y en la opinión pública mundial. Fidel denunciaba la conjura en la capital que dejó escapar al dictador y pretendió, con un golpe cívico-militar también promovido por EE:UU. Unidos, escamotear el triunfo a los revolucionarios.

El Comandante en Jefe ordenó a las columnas de Camilo y Che, cumplido su paso liberador por Las Villas, que avanzaran hacia la capital, y a Raúl que entrara al Moncada con el objetivo de lograr que los oficiales y toda la guarnición reconocieran a las nuevas autoridades, lo que el jefe del Segundo frente cumplió sin disparar sin un tiro. Aquello constituyó un derechazo al mentón del gobierno de Estados Unidos que había calificado horas antes a la dirección de la Revolución como incapaz de gobernar en Cuba.

Esa noche Fidel entró a la capital de Oriente y les habló a los santiagueros desbordados en el Parque Céspedes, engalanado para la ocasión con las banderas de las naciones latinoamericanas, sin faltar la puertorriqueña. A la mañana del día 2, sin dormir, partió hacia Occidente al frente de la Caravana de la Libertad. Durante el trayecto, en discursos o mensajes el tema de los periodistas, el periodismo y la prensa no dejó de estar presente.

“Es para nosotros y para ustedes, un motivo de orgullo…tener delante un camión lleno de periodistas cubanos y extranjeros. Bien merecen los periodistas la oportunidad de trabajar, el periodista trabaja para el pueblo, el periodista informa al pueblo. El pueblo solo necesita que le informen los hechos, las conclusiones las saca él, porque para eso es suficientemente inteligente”, expresó en Camagüey.

En el escenario de los medios cubanos, casi en absoluto de propiedad privada, se produjo una fuerte competencia para informar o comentar los acontecimientos sin precedentes que estremecían a la mayor de las Antillas. En los primeros días, los diarios cubanos tenían interrumpidas sus tiradas por la paralización del país, y las principales revistas preparaban ediciones extraordinarias con materiales que la censura militar prohibió.

La primicia de las grandes noticias la tenían en primer lugar las agencias cablegráficas y las emisoras de radio y la televisión, esta última consolidaba así la rápida expansión de sus canales, abiertos en la Isla en años recientes. La fuente de la verdad continuaba siendo Radio Rebelde, que concluida la guerra se integró en la Cadena de la Libertad con el resto de las plantas de otros frentes de combate y la incorporación de decenas de las radioemisoras nacionales y locales.

Entre los enviados a Cuba, llegado en el primer amanecer de enero estaba el norteamericano Burt Glinn, de la agencia fotográfica Magnum, quien dejó su en su mirada, a través del visor de sus cámaras, imágenes de gran valor sobre aquellas jornadas en la capital y las posteriores del avance de Fidel hacia Occidente.

La labor de Glinn, Perfecto Romero, corresponsal de guerra revolucionario, y muchos otros fotógrafos y camarógrafos del cine, la televisión y de los medios impresos, se uniría a las informaciones, reportajes, artículos, crónicas, editoriales y caricaturas de la prensa de papel ─con el enfoque político de sus dueños─ que junto al diario Revolución, órgano del 26 de Julio salido a la luz el día 5, nos dejarían un valioso testimonio de aquellos esos días de una Revolución triunfal que no cabía en la pantalla mediática.

De la memorable noche en Ciudad Libertad, de la paloma en el hombro del jefe vencedor y del “¿Voy bien, Camilo?” han pasado 64 años, durante los cuales más de una generación han protagonizado, de una forma u otra, las distintas etapas del proceso revolucionario cubano, que han demostrado la veracidad de la advertencia del Fidel al pueblo entusiasmado aquella noche, consciente del gran desafío histórico que inexorablemente tendríamos que enfrentar.

“No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil. Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario. Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo”, declararía allí ante el mundo y la muchedumbre expectante.

No quedaba otra alternativa tras el triunfo en la guerra que continuar la Revolución hasta las últimas consecuencias. Un combustible moral alimentaría el fuego permanente y renovador que daría, y sigue dando, un ejemplo de heroísmo, solidaridad y resistencia creativa, frente al adversario más poderoso y falto de escrúpulos de la historia, decidido a destruir la autodeterminación de la pequeña, indócil y vecina nación.

En pocos años de poder revolucionario las transformaciones económicas y sociales se convirtieron en referente mundial, en especial para América Latina. Había quedado atrás el pasado descrito por García Márquez cuando escribió:

“Cuba había sido la colonia más culta de España, la única culta de verdad, y que la tradición de las tertulias literarias y los juegos florales permanecía incorruptible mientras los marineros gringos se orinaban en las estatuas de los héroes y los pistoleros de los presidentes de la República asaltaban los tribunales a mano armada para robarse los expedientes.”

Mas el compromiso y el desafío históricos siguen siendo los mismos. Nuestro Cintio Vitier, en su Discurso de la Intensidad, de 1993 –en diciembre cumplirá 30 años–-, resumió magistralmente nuestro destino ineludible.

“Lo que está en peligro, lo sabemos, es la nación misma ─escribió. La nación ya es inseparable de la Revolución que desde el 10 de octubre de 1868 la constituye, y no tiene otra alternativa: o es independiente o deja de ser en absoluto. Si la Revolución fuera derrotada caeríamos en el vacío histórico que el enemigo nos desea y nos prepara, que hasta lo más elemental del pueblo olfatea. A la derrota puede llegarse, lo sabemos, por la interrelación del bloqueo, el desgaste interno, y las tentaciones impuestas por la nueva situación hegemónica del mundo. Esa posibilidad es nuestro imposible.”

Foto del avatar
Tubal Páez Hernández
Periodista cubano. Presidente de Honor de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC).

One thought on “Enero del 59: la Revolución no cabía en la pantalla

  1. Es una crónica que recoge como en una fotografía aquellos primeros momentos del triunfo revolucionario y el papel de los medios de comunicación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *