El área de redacción del periódico Juventud Rebelde es como una pecera. Detrás de los cristales que deslindan el espacio —atrapados por el diarismo— reporteros y editores de páginas se sumergían en sus escrituras, enajenados del bullicio inevitable.
Era la segunda mitad de la década de los 90 y Elio Menéndez García ocupaba uno de los cobijos del lugar, donde las mesas suponían fronteras al estilo (decían) de las redacciones de los rotativos más modernos.
Allí, en su minifundio —el de Deportes— estaba Elio frente a una máquina de escribir marca Robotrón, o se movía de un lado a otro con su andar cadencioso y gesto noble, su sonrisa discreta y transparente.
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—¿Por qué no te vas conmigo para el periódico Hoy?, le dijo un día el periodista Bobby Salamanca, su amigo del barrio y la escuela, cuando lo encontró en la calle vendiendo recortes de galletas.
—Coño, eso sería lo mejor para mí.
Había aprendido a escribir a máquina en la de otro amigo suyo y su ortografía y conocimientos de redacción eran suficientes para un joven que no pudo cursar más estudios que los primarios ante la necesidad de contribuir al sustento familiar. También, porque era un empedernido aficionado a la pelota y al boxeo, y un ferviente lector, sobre todo, de las páginas deportivas de los diarios.
—El director de Hoy me aceptó, solo que sin pagarme un sueldo por trabajar todas las noches hasta el cierre del periódico, llevando cosas de aquí para allá. Pero hubo un viejo que me cogió amistad: José González Barros, Pepe. Me vio interesado en aprender y se empeñó en ayudarme. Empezaron a darme coberturas y comencé a escribir. También tuve un gran apoyo de Daniel Reguera, el jefe de la página deportiva.
Recuerda la primera que hizo en su vida. Fue de un juego de pelota en Regla. “Manolo Hurtado picheó muy bien, era muy buen pitcher, y escribí: `Hurtado picheó como los ángeles y Regla venció. González Barros me llamó y me hizo romper la plana.
—¿Por qué?
—Porque los ángeles no pichean, viejo ¿Alguna vez tú has visto un ángel? Quita eso, no te vayas por esa corriente.
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Ramón, el padre de Elio, no le había podido pagar la matrícula en el Instituto del Vedado y, con pesar, le dijo: “vete a trabajar y búscate cinco pesos, porque no los tengo”. Tenía 14 años cuando empezó como aprendiz de panadero.
En 1952, a los 22, se quedó desempleado. Las necesidades crecían y tuvo que irse a vender dulces en las escuelas, galletas en las calles, billetes de lotería en la esquina de Galiano y Neptuno y, más tarde, a la construcción como peón de albañil.
Seis años transcurrieron y decidió embarcarse en el vapor Florida, como fregador de platos y calderos. En 1959, en New York, lo contrataron en el Club Long Island: barría la playa y atendía las cabañas de los huéspedes. Sufrió los avatares de un trabajador sin papeles en Estados Unidos. Lo despidieron por alargar un permiso de visita a La Habana. Ya entonces estaba casado y había nacido su hija Marina. En diciembre de 1960, regresó a Cuba.
En el periódico Hoy, adonde lo había llevado Bobby, estuvo alrededor de un año, hasta 1961, cuando decidió irse para el departamento de prensa del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder), a solicitud de José Llanusa, en ese momento recién nombrado director del nuevo organismo. “Le faltaba personal, y los pocos periodistas que tenía simpatizaban con la otra sociedad, con la que se fue, necesitaba a jóvenes que trabajaran por y para la Revolución”.
Fue parte del staff de El Mundo en 1964, y en el ´65 del naciente Granma, del que fue fundador y donde estuvo hasta 1971, cuando llega a Juventud Rebelde. Allí permaneció hasta su jubilación en diciembre de 2002. Tenía entonces 72 años de edad.
—En el Granma, empezó en verdad mi carrera profesional, la que había cultivado desde que era un veinteañero. Tuve magníficos maestros, y muy buenos compañeros como el gallego Ricardo Sáenz, con quien coincidí después también en Juventud Rebelde. Y en este periódico, con el entonces director Jorge López Pimentel, entre otros. He tenido mucha suerte. Conocí a gente muy buena que fueron mis amigos. También trabajé en emisoras de radio: Rebelde, Progreso y la COCO.
—Mi gran sueño en cuanto entré al periodismo fue escribir crónicas. Tal vez no lo parezca, para quienes no me han tratado o me han tratado poco, pero yo soy un tipo muy sentimental, tanguero, me gusta el tango, me gustan las cosas sentimentales.
Fue Eladio Secades —quien reactivó el costumbrismo en la prensa cubana del siglo XX— el que lo inspiró a escribir crónicas, sin que lo hubiera conocido nunca. “Era muy pintoresco, hacía un periodismo híbrido, como un Onelio Jorge Cardoso ligado con grandes del diarismo deportivo.
Y fue gracias a Secades que Elio comenzó a hacer crónicas sobre las glorias pasadas, y sobre otros que nunca llegarían a serlo.
—Pronto todo eso gustó y tuve bastante aceptación con las crónicas de mi barrio, que se convirtieron en el espacio Sucedió en mi barrio. Contaba muchas anécdotas de los muchachos pobres, de cómo se hacían figura a base de sacrificio, cuando no tenían ni cómo comprarse un guante.
En contra de la voluntad de muchos —dice— escribí sobre gente y hechos del deporte cubano que apenas se conocían hasta ese momento: El Caballero Alejandro Oms, Martin Dihigo, Gavilán, Chocolate, “una pléyade de ellos”. Así surgió la sección Tiempo.
—Ahora hablamos de las glorias deportivas. Las glorias deportivas de hoy tienen al Estado, con todo lo que digan algunos. Antes no había ni terrenos para jugar, antes estaba La Tropical, hasta que hicieron el estadio. Antes, los muchachos jugaban en la calle. Donde hubiera un muchacho con un guante había un juego de pelota.
Elio piensa que el periodismo deportivo informativo es tan complicado como la crónica, de acuerdo con el carácter y la personalidad de quien escribe. “El cronista debe especializarse en narrar lo que conmueve, lo que llegue. Yo sabía lo que yo daba y no me quise tirar contra nadie, me tiré contra mí mismo, busqué, seguí ese cauce y luego me pidieron que hiciera esas crónicas. Me dediqué a ellas y si volviera a hacer periodismo algún día (no lo veo posible) volvería a la crónica.
— Yo vi a Chocolate en el ocaso de su carrera, lo vi y lo conocí. Eso es lo que me inclinó a la crónica, el haber estado “tocado” por él.
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Fue la vida, fue Dios, o sabe Dios qué fue…Lo cierto es que le dieron la aptitud para hacer crónicas de agua, ajenas siempre a la grisura de lo contaminado. Y le salen con naturalidad pasmosa, porque las lleva dentro, a flor de la garganta, y únicamente tiene que escupirlas cuando le viene en gana.
Ha ejercido el oficio de juglar. Juglar de anécdotas. Y, en ocasiones, porque imaginación le sobra, sus historias acaban siendo fábulas. Fábulas de entrañable moraleja, escribió el periodista Michel Contreras en enero de 2004 en el prólogo de Swines a la nostalgia.
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Elio Menéndez era el penúltimo de siete hijos. Nació el 1 de marzo de 1930, en El Vedado, en la calle C, frente a lo que era el Liceo de La Habana. Su padre, asturiano, emigró a Cuba. Puso una panadería, se asoció con otros españoles y llegó a ser dueño de ese negocio y de una bodega.
—Fabricó una casa frente al cine Maxim, en Bruzón, e hizo algún dinero. Se fue a España de visita con mi mamá y allí nació uno de mis hermanos, el segundo. Cuando regresaron a Cuba continuó sus negocios. Fue presidente del Club de Asociados Panaderos, se dio buena vida y le gustó el juego. La situación económica del país empeoró, y perdió gran parte del capital que había reunido, mientras iban teniendo un hijo tras otro.
Tenía siete u ocho años de edad cuando la familia se fue a vivir al reparto Juanelo. Su padre tenía una casa allí para el futuro de sus hijos. “Estaba mal construida, la compró muy barata y empezó a mejorarla”. Y ese fue su hogar el resto de su infancia y adolescencia.
Desde niño cultivó sus grandes aficiones deportivas: el beisbol y el boxeo. A la bodega que tuvo su padre en la esquina de Almendares y Bruzón, cerca del primitivo Almendares Park, iban todos los peloteros que jugaban allí.
—A Papá le interesaba la pelota, el boxeo y las carreras de caballo. Iba a ver las peleas de boxeo y arrancaba con los dos más chiquitos, un hermano mío, Mario, que murió, y yo. Por eso conocí a Chocolate.
—Yo hice originalmente el libro sobre Chocolate, era una deuda que tenía con él, y lo concluí con Joaquín Ortega, con quien me une una gran amistad. Satisfizo tanto que hubo que hacer otra edición bastante copiosa. Después escribí Swignes a la nostalgia, donde reuní muchas de las anécdotas publicadas en Juventud Rebelde y otras inéditas.
— Todavía me pongo a pensar en las cosas de antes, en las cosas buenas de antes, porque antes hubo cosas malas, muy malas, y en el periodismo hubo cosas muy buenas.
—No puedo pasar por alto figuras y momentos grandes del deporte cubano de ayer, que hay muchos. Pero si tuviera que escoger, mencionaría los nockouts de Stevenson, que me estremecían como si estuviera viendo mi primera pelea de boxeo, y ya yo llevaba años viendo boxeo. En especial, la victoria en Reno en 1986, que le dio su tercer campeonato del mundo cuando ya lo daban por acabado.
“Y además, soy industrialista hasta la médula; antes no lo podía decir porque debía ser imparcial, pero ahora lo declaro”.
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De manera que Elio ha vuelto. Retorna con el brío del que sabe de deportes, del que sabe de alegrías y tristeza, del que conoce el corazón como un cardiólogo. Y vuelve a manejarnos la emoción con este libro, Swines a la nostalgia. […] Ahí, en ese volumen, está la añoranza de un hombre que vivió febrilmente el deporte. Que lo quiso como al hermano que se quiere más. Que batalló porque nosotros, los que desconocimos una época, la conociéramos mejor, dice una nota de su amigo y discípulo Contreras, en el periódico Juventud Rebelde.
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—¿El periodismo? Significó todo para mí: alimentar a mis hijas cuando no tenía cómo, pagar un alquiler. Pero, sobre todo, ha sido mi gran pasión, mi gran placer, triunfar en la vida.
— Fíjate, que yo aprendí a leer con las páginas deportivas del Diario de la Marina.
—De joven soñé con ser maestro y terminé siendo periodista por las vueltas que da la vida. Y me siento muy satisfecho conmigo mismo. Y lo que quisiera es que cuando los lectores lean este comentario, se acuerden de este hombre que soñó con complacerlos, que soñó con hacer un periodismo humano, y que cree que lo hizo. Quiero dar las gracias a los oyentes, a los lectores, por todas las atenciones que tuve a mi paso por la prensa.
(Elio Menéndez, Premio Nacional José Martí por la obra de la vida, 2003, falleció en la tarde del viernes 12 de junio de 2020, a los 90 años de edad. Esta entrevista fue realizada unos 12 meses antes).
(Foto de portada: Daniel Chile).
Muy buena. Merecido homenaje.
No hay nada que decir, sencillamente gracias, a él por todo lo que nos regalo y a la periodista por su trabajo tan lindo y sentimental.