Texto leído en el homenaje a Darcy Ribeiro con motivo de su centenario, organizado por la Fundación Darcy Ribeiro y la Universidad de Brasilia, en el mes de octubre de 2022, y cuya primera publicación ha sido en la revista Casa de las Américas, No 308-309 – julio-diciembre/2022 pp. 170-185.
A partir de aquel viaje a Cuba se sucederían otros. En el mes de abril de 1989 se cumplían treinta años de fundación de la Casa de las Américas. Por tal motivo la institución invitó a un grupo de notables intelectuales del Continente a tomar parte del programa de celebraciones, que incluyó el otorgamiento de la medalla que lleva el nombre de la heroína de la Revolución Cubana y fundadora de la propia Casa, Haydee Santamaría, de manos del presidente Fidel Castro. Entre aquellos –además de Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Leopoldo Zea, Thiago de Mello y Fernando Morais, entre otros– estuvo Darcy. «Vendo a Revolução Cubana como o acontecimento mais importante de toda a história política da America Latina, é de comprender como aquella homenagem me comoveu [Viendo la Revolución Cubana como el acontecimento más importante de toda la historia política de la América Latina, se comprende como aquel homenaje me conmovió]», expresó este[1], quien de paso intervino durante aquellos días en las mesas redondas Brasil en la América Latina y América Latina: Historia, identidad, integración y pensamiento. Tales jornadas celebratorias no impidieron que él fuera convocado para otro diálogo. En ese momento, como se recordará, el Muro de Berlín todavía estaba en pie, aún existía un país llamado Unión Soviética, y muchos –como Darcy mismo– creían que la perestroika podía ser una salida socialista a las diversas crisis que atravesaban ese país y los demás de la Europa del Este. Sin embargo, los acontecimientos que sí habían ocurrido exigían pensar los problemas concretos y hallar soluciones más allá de las establecidas por la tradición o los dogmas. Cuba no fue ajena –como sujeto y como objeto– a tales reflexiones. De ahí que la revista Casa de las Américas aprovechara la visita de Darcy en 1989 para conversar sobre esos temas, que habían ido apareciendo una y otra vez en las mesas redondas y reuniones sostenidas en aquellos días.
«No tener miedo a pensar» es el título de la entrevista que el antropólogo concedió a Esther Pérez y Arturo Arango, y que apareció en el número 176 de la publicación (1989). Vale la pena detenerse en las opiniones del entrevistado, las cuales él mismo glosaría ampliamente, tiempo después, en el artículo «Sem medo de pensar Cuba», recogido en el volumen Testemunho. Gloso, a mi vez, sus palabras: debemos meditar sobre «la crisis del pensamiento de la izquierda, la necesidad de establecer una reflexión propia de nuestras realidades y, en el centro de esa reflexión, lo que Cuba está obligada a aportar desde su singularidad al entendimiento de la historia y al diseño del futuro de nuestros pueblos» (102). «[L]a izquierda mundial […] está descorazonada», dice. «[…] encuentro descorazonamiento y encuentro la falta de algo en qué creer entre la gente joven» (103). Para Darcy queda claro que «[l]a derecha está armada, organizada, para enaltecer, para apoyar, para sobornar a los intelectuales que la apoyen o que tengan una actitud ambigua. Pero castiga y proscribe, marginaliza, a los intelectuales con una posición de izquierda» (104). Sin embargo, cree que la respuesta no es quedarse de brazos cruzados y que resulta necesario modificar las tácticas:
Los materiales que necesitamos [para la discusión] no son los que se producen actualmente. No adelanta nada en la América Latina hacer nuevas ediciones de El 18 Brumario. El 18 Brumario es muy importante como texto, pero no es a partir de él que vamos a entender la América Latina. Hay que entender la Revolución Cubana, por qué se logró, por qué cuajó; o la guatemalteca, que no cuajó; o la nicaragüense, adónde está. Y eso con un análisis de mayor profundidad y con textos más abiertos y menos formales. // Uno de mis sentimientos es el de la mediocridad con que a veces se piensa la Revolución Cubana como si fuera una extensión de otras revoluciones, cuando se trata de la primera revolución original [104].
La compara con la rusa, las de Europa del Este, la china, la vietnamita, asociadas con la primera y segunda guerras mundiales, o las luchas de liberación nacional, y de ahí concluye que «podemos alegar que esta es la revolución más parecida al ideal de un acto revolucionario autónomo, a una voluntad de transformación de una sociedad» (104). Formula entonces la gran pregunta: «Y treinta años después, ¿qué?», con sus inevitables implicaciones: «Ser herederos de la postura de Marx mucho más que repetidores de los textos de Marx, esa es nuestra tarea. // Y lo que yo encuentro en la Unión Soviética es un marxismo esclerosado, viejo, que repite fórmulas. Y encuentro lo mismo en Cuba» (195); «nosotros vivimos de él, nos alimentamos de aquella leche, de la leche de Marx, que es una leche del coraje de mirar el mundo. De lavarse los ojos y buscar transformaciones y buscar crear instituciones nuevas, originales» (106).
De la juventud cubana, asegura, «la América Latina tiene el derecho de esperar que surjan algunas mentes, las más claras», advirtiendo que «una mente clara, una mente creativa, no puede ser creada sobre la base del catecismo. No puede ser alguien a quien le enseñen cosas de modo ritualista. Es preciso la contradicción. Es preciso que se haga la contestación. Es preciso no tener miedo a pensar». Insiste en la importancia de que Cuba se abra: «no hay por qué tener miedo. Si hay una revolución que está clara en su pueblo, y que el pueblo asumió, es la de Cuba» (106). E insiste en la idea expresada el año anterior en el prefacio de Calibán e outros ensaios: «En Cuba se muestra que la América Latina es viable. Fue posible darle a toda persona una garantía de empleo. Fue posible darles a todos la satisfacción de comer todos los días. Fue posible darles a todos educación. Con eso cambió la calidad de la población» (108). Lamenta el ridículo formalismo en el lenguaje de la izquierda, incluso en Cuba, y no olvida que Pensamiento Crítico –en cuyas páginas conoció gente que pensaba el marxismo con originalidad– fue proscrita. Si existe un intelectual que ama la Revolución Cubana, dice, él es uno; sin embargo, su obra no es legible para los cubanos según los criterios de quienes deciden qué debe ser publicado y qué no. ¿Por qué no soy accesible a los jóvenes cubanos?, pregunta. Y atribuye esa ausencia al hecho de ser muy contestatario y no comulgar con un marxismo que horrorizaría al propio Marx. Añade entonces una confesión incómoda: «Yo nunca digo que no estoy publicado en Cuba porque es vergonzoso. Pero de hecho: ¿sobre qué base está formada la juventud cubana, si gente como yo no está visible?» (110)[2].
Junto con las hazañas de la Revolución Cubana –continúa Darcy en sus respuestas a Casa de las Américas– cabe tener una actitud más inteligente, más abierta, más pluralista. «La conciencia crítica que yo exijo de Cuba, de la Casa de las Américas, es mucho más grande porque yo soy preciosista para la Revolución Cubana». Elogia el trabajo de Casa y su papel de enlace entre la intelectualidad latinoamericana, al tiempo que le reprocha no correr riesgos: «nadie da pasos adelante sin el derecho de errar. Sin el derecho de errar nadie puede ir adelante. Cuando siempre se tiene que acertar se cae en la tontería de poner el pie donde ya otro lo puso. Nadie progresa con eso. La Casa y la revista tienen que reivindicar el derecho de cometer errores, porque solo errando es que se puede progresar» (110). No es difícil imaginar el impacto de las palabras y de la franqueza de Darcy, lejano de aquel joven que se negó a conocer a Mário de Andrade cuando lo vio conversando con dos trotskistas, sectarismo que el Darcy maduro nunca se perdonó.
«Para alegría nuestra» –le escribiría el 12 de enero de 1990 Arturo Arango, uno de los entrevistadores y entonces director de la publicación–, el número de Casa «con su entrevista ha tenido una magnífica recepción en los medios intelectuales cubanos, e, incluso la revista fue presentada en un Seminario sobre “Cultura, Ideología y Sociedad: balance de los 80”, que congregó en la Universidad de La Habana a un importante grupo de profesores de Filosofía e investigadores de las ciencias sociales». Y añadiría Arango: la entrevista «nos está siendo útil para mover ideas, intentar reflexiones más urgentes y contemporáneas, asumir los riesgos a que usted nos incitó». Entre esas reacciones, por cierto, estuvo la carta abierta del ministro de Cultura Armando Hart, que la revista publicó poco después.[3] Hart veía algunas de las preocupaciones de Darcy desde otra perspectiva. Si bien había un aspecto que entendía en su sentido profundo –dice–, se lo planteaba de forma diferente. «[E]stoy volviendo a la relectura y divulgación de algunos párrafos esenciales» de Marx, Engels y Lenin, expresaba, porque «[h]a sido tanta la tergiversación y la confusión, que me ha parecido instructivo para destruirlas, y confirmar las verdades científicas de nuestras ideas, ir a los originales y mostrar con ellos el engaño» (115). Lo cierto es que a las sugerencias y preocupaciones expresadas en aquella entrevista y a la versión recogida luego en Testemunho, Darcy no dudaría en agregar su convicción de que la cubana es «a revolução de nossos povos feita de lucidez, ousadia e garra» («Sem medo de pensar Cuba», 174).
Cuba sozinha, sendo embora tantas veces menor, vale mais, internacionalmente falando, que todos nós latino-americanos juntos. Vale no sentido de que existe mais perentoriamente e de que representa un papel mais relevante, altivo e ativo no quadro mundial [Cuba solita, siendo muchas veces menor, vale más, internacionalmente hablando, que todos nosotros los latinoamericanos juntos. Vale en el sentido de que existe más perentoriamente y de que representa un papel más relevante, altivo y activo en el panorama mundial, 175].
En febrero de 1992, Darcy Ribeiro visitó Cuba por última vez. Llegó invitado de nuevo por la Casa al encuentro Nuestra América ante el Quinto Centenario. Y en esa ocasión, por fin, se presentó la edición cubana de Las Américas y la civilización, sueño tantas veces pospuesto.[4] Pero así como fue de accidentada la salida del libro, lo fue también su presentación: a última hora debieron cambiarse el día y lugar de esta porque la Casa de las Américas fue invadida por el mar, en lo que los cubanos llamamos entonces, no sin cierta exageración, la «tormenta del siglo». El número de la revista Casa dedicado al Quinto Centenario (187, 1992) retomó el texto de Darcy «El pueblo latinoamericano»en que su autor arranca, de plano, comentando que «[l]a celebración del Quinto Centenario asume en ocasiones un tono detestable de festividad y de glorificación de las hazañas de la conquista». Rechaza tanto el bien intencionado artificio de que, en lugar de conquista, invasión o choque, hubo un encuentro de civilizaciones, y la demagogia de quienes afirman que en la invasión de las Américas no hubo ni vencedores ni vencidos (16). Y si se entiende que «España, vejada por la leyenda negra, quiera exhibir la hazaña mayor de su historia», y que «Italia quiera mostrar sus manos limpias en homenajes a Colón y a Vespucio, repitiendo siempre que de ella no salió ningún Próspero», los latinoamericanos «no podemos unirnos a esa danza de gloria y de reminiscencias macabras. Aquellos horrores fueron los dolores del parto del que nacimos. Lo que merece consideración no es solo la sangre derramada, sino la criatura que allí se engendró y vino a la vida» (21). Pero lo que me interesa destacar de ese combativo artículo es la pregunta que le sirve casi de colofón: «¿Existe la América Latina?»; una pregunta que no era nada nueva dentro de la obra de Darcy,[5] y que el propio texto explica de inmediato:
Cierta vez, para responderle a una inglesa malcriada que dudaba de la existencia de la América Latina argumenté largamente para demostrar que, gracias a Dios, existimos. Vehementemente. Existimos como gente que hasta puede hacer bien, porque ni quiere ni necesita quitarle nada a nadie, porque fue hecha de hombres y mujeres venidos de todas las latitudes y de todas las razas [23].
Si me interesa detenerme, tanto en la pregunta como en la respuesta, es porque ambas nos remiten, precisamente, al conocido inicio del «Caliban» de Retamar:
Un periodista europeo, de izquierda por más señas, me ha preguntado hace unos días: «¿Existe una cultura latinoamericana?». […] [La pregunta] podría enunciarse también de esta otra manera: «¿Existen ustedes?». Pues poner en duda nuestra cultura es poner en duda nuestra propia existencia, nuestra realidad humana misma.
En 1992 Roberto Fernández Retamar volvió a coincidir con Darcy en Río de Janeiro. A su regreso a La Habana le envió, fechada el 4 de mayo, la carta más sentida que se conserva entre ellos. Después de agradecerle por los días de Río, el cubano le dice: «déjame recordarte (para aplicártelas) las últimas líneas de uno de los libros más nobles que conozco entre las escritas en este triste siglo que está a punto de acabarse». Dichas líneas pertenecen al estudio que Chesterton consagró a George Bernard Shaw. En la carta esas palabras están citadas según el original inglés,[6] pero Retamar volvería a ellas, debidamente traducidas, para cerrar y titular su evocación de Darcy –a quien Liliana Weinberg llamó «nuestro Voltaire»–, en el homenaje que le rendiría Cuadernos Americanos: «esto es lo que se escribirá de nuestro tiempo: que cuando el espíritu que niega sitiaba la última ciudadela, blasfemando contra la vida, hubo algunos, uno especialmente, cuya voz fue oída y cuya lanza no se quebró jamás».[7] En la mencionada carta Retamar advertía que si bien Chesterton, a pesar de la nobleza de sus palabras, discrepaba de la mayoría de las ideas esenciales de Shaw, él compartía la gran mayoría de las profesadas por Darcy. Y concluía la misiva rescatando lo mejor de su relación, aun en los tiempos sombríos que corrían, y que suenan hoy como una suerte de vaticinio: «no quiero dejar de ratificarte, con tales palabras, mi admiración y mi gratitud, especialmente en estos tiempos en que se extingue la segunda posguerra mundial ¿y se inicia la tercera preguerra mundial?».
«Sobre Darcy, cuya lanza no se quebró jamás», que tal es el título de la referida evocación de Retamar para Cuadernos Americanos (No. 57, 1996), es en cierta medida una continuación de aquella carta privada. Su autor la incluiría luego, dicho sea de paso, en dos libros suyos: Concierto para la mano izquierda y Algunos usos de civilización y barbarie. Confiesa el cubano haber aprendido a admirar y a citar a Darcy desde que a finales de los sesenta o principio de los setenta leyó Las Américas y la civilización, cuyos criterios centrales hizo suyos –dice– y lo llevó a leer el resto de una obra de la que espera que algún día se publiquen en Cuba sus Ensayos insólitos y también Utopía salvaje, para la cual, según dedicatoria de Darcy, Retamar sirvió de modelo al personaje de Pitum. Y repitiendo un lugar común al calificar a ese hombre que fue «un hontanar de ideas, un incansable transgresor», asegura que «la tarea cumplida por Darcy no parece la de un solo ser humano, sino la de un equipo multidisciplinario, erudito, chispeante, enamoradizo y enamorador, heterodoxo, ambicioso, talentosísimo y raigalmente bueno».[8]
Cierta vez Darcy Ribeiro contó una anécdota que probablemente ustedes recuerden: que en una ocasión, luego de nueve meses viviendo en una comunidad indígena, recibió un pequeño envío preparado en su momento por él mismo. Lo abrió ansioso, esperando encontrar jabón, sal o dentífrico, pero todo lo que iba saliendo (cuchillos, o unas inútiles tijeras, por ejemplo) era para los indígenas. Quería algo para él y lo halló en el fondo del paquete. Allí estaba, gracias a su prevención, el regalo que esperaba: un ejemplar del Quijote. Lo tomó, se recostó en una hamaca y empezó a leerlo; «reía frenética, histéricamente», cuenta. Ese libro era «mi comunicación con mi gente». Pero luego de dos horas, cansado, lo dejó a un lado y salió. Entonces Anacampocu, un indígena muy inteligente, se acostó en la hamaca de Darcy, tomó el libro en sus manos y comenzó a carcajearse, seguro de que el libro mismo era un objeto para hacer reír.[9] Todos podemos, de alguna manera, reivindicar ese gesto, porque los libros de Darcy, porque su vida, son tan contagiosos como las carcajadas de Anacampocu.
[1] Darcy Ribeiro: «Sem medo de pensar Cuba», en Testemunho, São Paulo, Siciliano, 1990, p. 159.
[2] Su heterodoxia fue parte natural del modo en que se movía e interpretaba el mundo. Dos estudiosos de su obra aludían a esa combinación teórica en que asomaba su eclecticismo: «usa Marx, mas não perdoa o serviçalismo do PCB ante Moscou; usa [Gilberto] Freyre, mas não poupa sua abordagem idílica na relação entre a casa-grande e a senzala». Agnaldo dos Santos e Isa Grinspum Ferraz: «Darcy Ribeiro», en Intérpretes do Brasil. Clássicos, rebeldes e renegado, orgs. Luiz Bernardo Pericás y Lincoln Secco, São Paulo, Editorial Boitempo, 2014, p. 334.
[3] «Carta a Darcy Ribeiro», en Casa de las Américas, No. 180, 1990, pp. 115-118.
[4] En carta del 3 de julio de 1984, Retamar le aseguraba: «Dando pruebas de su habitual sagacidad, la Casa de las Américas se dispone a publicar ¡al fin! Las Américas y la civilización. Más vale tarde que nunca, dice el viejo refrán español». Por razones que ignoro, el libro no apareció entonces. Darcy, por su parte, escribiría en la carta del 18 de marzo de 1988, que a su paso por Buenos Aires acordó con Boris Spivacov, director del CEAL, que enviara los fotolitos de ese libro para que fueran aprovechados en la edición cubana. Sus derechos, le comenta a Retamar, podían ser pagados en crédito local, para comprar libros o comer juntos en la Bodeguita [del Medio]. Aun así, hubo que esperar otros cuatro años antes de que la edición cubana viera la luz.
[5] Se recordará que la pregunta «Existe uma América Latina?», por poner un claro ejemplo, abre el texto «A América Latina existe?» publicado originalmente en 1976 e incluido en Ensaios insólitos.
[6] Humanity never produces optimists till it has ceased to produce happy men. […] But this shall be written of our time: that when the spirit who denies besieged the last citadel, blaspheming life itself, there were some, there was one specially, whose voice was heard and whose spear was never broken.
[7] 19 «Sobre Darcy, cuya lanza no se quebró jamás», en Concierto para la mano izquierda, La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2000, p. 95.
[8] Concierto para la mano izquierda, ed.cit., p. 94.
[9] Darcy Ribeiro: «Autocrítica demagógica», en Cuadernos Americanos, No. 57, 1996, p. 16.
(Tomado de La Ventana)