Pablo Félix Alejandro Salvador de la Torriente Brau no nació ni murió en Cuba, pero la historia de este país no puede escribirse omitiendo su nombre. Vio la luz en San Juan, Puerto Rico el 12 de diciembre de 1901, y entró en la inmortalidad en Majadahonda, Madrid, España, el 19 de diciembre de 1936.
No se vinculó a las aulas universitarias, pero es imposible referirse a las luchas estudiantiles sin mencionarlo, nunca cursó estudios de Periodismo, pero está considerado uno de los mejores periodistas cubanos de todos los tiempos.
Así definía la excepcionalidad de Pablo la maestra por siempre Nuria Nuiry Sánchez, cuando en sus clases introducía la figura de ese hombre que a sus 121 años sigue siendo vital y necesario.
De su fugaz y ejemplarizante paso por la vida, el periodismo fue la más perdurable y significativa huella que dejó; por ello, vale la pena asomarnos sucintamente a puntos nodales en su formación profesional.
De ello da fe de vida el libro Pablo de la Torriente Brau, pasión por contar, indispensable compilación de voces pablianas, realizada por nuestros colegas la Premio Nacional de Periodismo, Miriam Rodríguez Betancourt, y Jesús Arencibia Lorenzo, publicado por la casa editorial de la UPEC que lleva el nombre del héroe de Majadahonda.
En el texto de referencia hay aspectos que dan el norte tempranero de Pablo por el periodismo; así surge, como una metáfora de la vida, el hecho de haber aprendido a leer, como él afirmó, con La Edad de Oro que le entregó el abuelo Salvador Brau (periodista e historiador puertorriqueño), quien lo recibió como obsequio de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, gran amigo de Martí que compiló en un libro las cuatro revistas editadas por el Apóstol.
Aunque no tuvo una educación sistémica, decía la profesora Nuiry, Pablo encontró en el círculo familiar un espacio formativo que lo dotó de un hábito voraz por la lectura desde su infancia, guiado por sus padres Félix María de la Torriente Garrido, pedagogo, y Graziella Brau Zuzuárregui, mujer de una amplia cultura.
Cuentan que la madre solía reunir a sus hijos en las tardes y leerles obras de la literatura universal, hecho que proveyó a Pablo de una amplia cultura general incentivadora de su espíritu inquieto e investigativo que lo hacía observar y analizar continuamente su entorno.
Su hermana Zoe hacía énfasis también en la influencia que sobre ella y su hermano ejerció el tío materno, Luis Brau Zuzuárrategui, quien editó por treinta años el seminario satírico puertorriqueño Pica-Pica, con el cual ambos adolescentes se vincularon e iniciaron sus primeras lecturas políticas y antiimperialistas.
En su acervo cultural, y por tanto en su formación como periodista, medió notablemente el haber trabajado con el doctor Fernando Ortiz. La investigadora Ana Cairo Ballester considera que el eminente antropólogo lo entrenó como investigador y analista de temas políticos y sociales, lo ayudó a entender del sistema-mundo de la época y estimuló la creatividad y la autonomía del joven.
A ello se suman las relaciones que Pablo entabló con la intelectualidad vanguardista que solía acudir al despacho del sabio cubano donde, por demás, prevalecía una atmósfera de preocupación y debate sobre el derrotero del país.
Los estudiosos de la vida y la obra del joven periodista identifican al cine como espacio recreativo-formativo que también le sirvieron de plataforma para conocer, entender y expresar el mundo que lo rodeaba y más allá.
De igual manera, Pablo hizo de la oralidad narrativa asidero creativo como escritor y periodista. Contar desde la palabra viva le permitió desarrollar no solo la capacidad innata de relatar con los colores de su tiempo, sino también perfilar la singular brillantez de su prosa. Para comprenderlo, basta leer sus crónicas y reportajes y constatar en ellos el ritmo trepidante de la vida.
El presidio fue para él otra importante estación de aprendizaje. Entre 1931 y 1933, durante 27 meses, estuvo en las prisiones del Castillo del Príncipe, La Cabaña, en La Habana, y en la cárcel de Nueva Gerona y el Presidio Modelo, en la otrora Isla de Pinos.
Y como todas las cosas que hizo, la prisión la vivió con intensidad. De la cárcel salió con sus convicciones políticas fortalecidas y nos legó una obra narrativa insuperable donde, desde múltiples aristas y dramática belleza, deja constancia de una época convulsa y la prisión como una inadmisible máquina demoledora de seres humanos.
Analistas de la obra pabliana indican que para 1930, el joven periodista era ya un intelectual establecido dentro de la corriente del vanguardismo, pero desconocido, y no fue hasta un año después, tras la publicación de sus crónicas de los 105 días preso, que recibió el merecido reconocimiento.
Su periodismo es calificado de audaz y sincero. En esas dos coordenadas encontramos la búsqueda casi obsesiva que él hacía de la memoria oral, de la historia de vida para tejer el contexto y afincar a sus protagonistas para brindar así testimonio con un realismo sencillo y deslumbrante que convoca al comprometimiento del lector.
Muchos lo consideran un periodista intuitivo, testigo involucrado, participante activo que tomaba partido y desconocía por principio la imparcialidad ante los hechos.
Es tal vez por eso que se hizo de sus propias herramientas narrativas destinada a expresarse, casi siempre, con un estilo que propendía al cinematográfico y con el cual transportaba a los lectores al lugar de los hechos. Para ello se afincaba en una la narración vigorosa, escenas por escena, labradas con oraciones cortas (con verbos y adjetivos precisos) junto al manejo de la descripción y el diálogo significativo.
Pablo de la Torriente Brau fue un precursor de la corriente del periodismo narrativo o de no ficción surgida en Estados Unidos en los años 60 del siglo pasado, de la mano y el talento de figuras como Tom Wolfe, Truman Capote, entre otros, y representativa de un parteaguas en el relato periodístico que llega a nuestros días.
Pablo no conocía de géneros y estilos periodísticos, pero llegó a perfilarlos con la ayuda de su intuición y su máquina de escribir. Dicen que redactaba con espontaneidad y vehemencia dejando brotar con naturalidad y sinceridad sus ideas. No entendió de almidones y poses figurativas en sus textos, pero manejó la ironía, el sarcasmo, el humor criollo como un certero espadachín a partir de su condición de transgresor militante.
En fin, contaba de manera huracanada, tal como aseveran sus textos. De él, dijo Ambrosio Fornet que “fue el primero en escribir al ritmo de la respiración”.
En los tiempos de Pablo no había grabadoras, pero como expone Víctor Casaus, director del centro de estudios que lleva el nombre del héroe de Madajahonda, él tomaba notas y era pródigo en el uso de abreviaturas, determinados signos de su creación y también algunos tomados prestados a la taquigrafía. Se afirma que los trabajos periodísticos de Pablo bien podían ser considerados actas fidedignas del acontecimiento reportado.
Un hecho trascendental en el itinerario periodístico de Pablo de la Torriente Brau fue la corresponsalía que realizó en la Guerra Civil Española entre principios de septiembre y el 19 de diciembre de 1936, cuando cayó en combate recién cumplidos los 35 años de edad.
La huella periodística de su paso fugaz y vibrante por el mapa bélico español fue tan contundente que ha quedado registrado entre los más importantes y significativos testimonio de esa epopeya. De ello da fe el libro Peleando con los milicianos, compilación de sus crónicas de combates.
Estuvo persuadido de que la guerra es la continuación de la política por otros medios; en tal sentido, su relato periodístico partió siempre de un sincero y riguroso apego a la verdad. Desde esa postura de principios, legitimó la acción de sus compañeros a partir del empleo hábil y justificado de la heroicidad objetivada en la historia de vida del combatiente, reforzó el ideal de la causa justa que defendían, contribuyó a cohesionarlos e infundió confianza en la victoria.
Contra el enemigo, Pablo de la Torriente Brau no utilizó una retórica enajenada, lo hizo demostrando de manera contundente e irrebatible la esencia del fascismo, del peligro que representaba para la humanidad y ejemplificó con los crímenes que cometió contra la población española indefensa.
Tuvo conciencia del papel del periodismo como discurso político y lo empleó como su principal forma de comunicación, un acto que en él se daba natural dado su carisma, cultura autodidacta, cubanía, sentido del deber, patriotismo y la capacidad innata para decir. Comprendió, como pocos en su tiempo, el valor de lo simbólico como hacedor de conciencia y que el discurso es resultante del contexto que también puede ser modificado desde el propio discurso.
De Pablo, embelleció el poeta Miguel Hernández: “Este es de los muertos que crecen/ se agrandan/ aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto”. Y entre nosotros está más allá del paradigma. Va como el colega que todavía tiene mucho que decirnos.