Tras cerca de un cuarto de siglo en la dirección de “Bohemia”, murió en la madrugada de hoy alguien entregado al trabajo, y sobre cuyas cualidades en general no se extenderán estas líneas, que para eso remiten a textos publicados en Facebook por personas especialmente cercanas a él. Ahí están desde el aviso, verdadera plegaria, que dio María Victoria Valdés-Rodda sobre el agravamiento final de su salud, y el recuento biográfico aportado tras su muerte por Víctor Manuel González Albear —quien reproduce el entusiasta aval que él mismo había escrito en representación del colectivo de “Bohemia”, o de su filial de la Unión de Periodistas de Cuba, para proponer que se le otorgara nada menos que el Premio Nacional de Periodismo José Martí—, hasta el emocionado comentario, muestra de plena identificación con el director fallecido, que Liset García escribió acerca de la semblanza trazada por Dixie Edith en simpatía y con ponderación.
Las presentes líneas se centran en la que sigo percibiendo como mi mayor deuda con él: aunque algunos lo suponían poco dado a presenciar velorios, Pepe estuvo a mi lado —y personalmente, no solo dando indicaciones como director de la revista— en el momento más triste de mi vida. Eso, entre bien nacidos, basta para sentir imperecedera gratitud. Ya sé que su cadáver fue cremado, pero estoy al tanto para ver cómo correspondo con su familia por un gesto que no olvido, ni olvidaré.
A eso únicamente añado que Pepe —como se le llamaba familiarmente, y se le llama— acogió con entusiasmo mi entrada en “Bohemia”, de cuya plantilla formé parte desde abril de 2010 hasta los días iniciales de 2016, lapso brevísimo comparado con los años durante los cuales había colaborado en la publicación. Me trató con respeto y afecto —que fueron mutuos—, y hasta con paciencia, pese a que —aunque esa no era ni remotamente mi intención— le resultara un subordinado incómodo. Creo que por encima de cualquier reparo puso el estimarme como un trabajador tenaz, productivo y disciplinado.
Tampoco la modestia debe hacerme soslayar otras cualidades que pudo apreciar en mí, como las concentradas en un elogio que alguna vez me contó que me habían hecho cuando él estuvo indagando con miras a mi ingreso en “Bohemia”: “Es problemático, pero orgánicamente revolucionario”. En cualquier caso, debo reconocer que él tuvo conmigo más paciencia que yo con él. No lo digo como lo que sería un grosero alarde personal, sino casi en acto de contrición ante su partida, aunque tampoco creo que la muerte deba servir para santificaciones, a menudo impertinentes, además de innecesarias y falsas.
Supongo que los elementos valorativos citados influyeron en que me facilitara contribuir a que en la revista se trataran temas que allí parecían —¿no lo estaban?— “prohibidos”: entre otros, el llamado quinquenio gris, el feminismo revolucionario y el lugar que valía proponer en la cultura cubana para figuras como Celia Cruz, quien se tenía por innombrable. Creo que él se percataba de que introducir con seriedad esos temas en las páginas de la publicación le hacía bien no solo a ella, sino al país en su empeño de transformación revolucionaria. Con otros temas, como el secretismo de la prensa, no tuve igual suerte, y los abordé en distintas publicaciones.
Ahora, cuando termina con su muerte el largo período en que cumplió o sobrecumplió la misión con que se le puso al mando de “Bohemia”, cabe esperar que el homenaje que le rindan la fuerza de trabajo de esta —en la que nunca han faltado buenos profesionales— y quienes tengan que conducirla desde dentro o desde fuera de ella, sea contribuir denodada y lúcidamente al crecimiento o recuperación de la ya más que centenaria publicación. Vale apuntar que fue largamente la revista por antonomasia entre las editadas en Cuba. ¿Nadie recuerda haber oído hablar de “la bohemia ‘Carteles’”, o “la bohemia ‘Social’”, o la bohemia “’Verde Olivo’”? Merece no solo seguir siendo “Bohemia”, sino retomar la altura en que puede volver a situarse.
La Habana, 11 de diciembre de 2022
Testigo fui de lo que narra Toledo Sande con la lucidez y altura de siempre. Me abstengo de hacer nota propia porque hubo cosas pendientes de hablar entre Pepito y yo qie así quedarán. Pero duele mucho su partida, tanto que no puedo abstenerme de recordarle en empeños comunes, como el que nos vinculó en la Olimpiada de Barcelona-92 o él al frente del Círculo de Directores de la Upec. Igualmente su empeño en que trabajara con él al tramitar mi jubilación en Prensa Latina y sorprenderme con la encomienda de Subdirector Informativo, en el que estuve par de años e incluso llegé a ser su sustituto coyuntual y temporal, aunque con algunos enfoques diferentes, en lo que coincidí con la experiencia de Toledo. Se nos fue un fiel revolucionario y así debemos recordale siempre.