A Manuela Martelli (Chile, 1983) la conocíamos por sus dotes actorales. Ella es la protagonista de B-Happy (Gonzalo Altamirano, 2003), con la que se alzó el Premio a mejor actriz en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (FNCL) hace 19 años. Luego la vimos, siempre convincente, en los filmes Machuca y La Buena vida (2004 y 2008) bajo la dirección de Andrés Wood y a las órdenes de Sebastián Lelio en Navidad (2009).
La muy joven intérprete creció. Y nos sorprendió como directora de dos cortos: Apnea (2015) y Marea de tierra (2016). No ha abandonado la actuación, pues encarnó a Blanca en El futuro (Alicia Scherson, 2013), aparte de papeles secundarios en cintas y series televisivas. Ahora incursiona como realizadora en largometrajes de ficción con 1976, que compitió en el apartado de ópera prima en el FNCL de este año.
Carmen (Aliñe Kuppenheim) es la clásica dama de la oligarquía chilena, de esas, como cantaba el trovador Víctor Jara, que viven en las casitas del barrio alto, “rosadas, verdecitas, blanquitas y celestitas… Todas hechas con recipol”. Son las que a medio siglo casi ya del pinochetismo, se asombran y ofenden cuando les hablan de torturados, asesinados y desaparecidos.
Con un afilado escalpelo cinematográfico Manuela Martelli la disecciona en una de las secuencias iniciales del filme: se oye pedir auxilio a una mujer pero a Carmen solo le preocupa, en la tienda donde se halla, del color con que va a pintar su casa de la playa. Al salir encuentra un zapato de mujer debajo de un auto. Únicamente cuando aparece el cadáver de una mujer desnuda en la costa es que comienza a atar cabos.
Un sacerdote (Hugo Medina) le pide ayuda a la dama de sociedad para atender a Elías (Nicolás Sepúlveda), un revolucionario herido. Y la realizadora, sin temblarle las manos, se mueve segura en lo que podríamos llamar cine de suspenso pues como espectadores, sentimos que sobre la protagonista se cierne la peligrosa sombra de los aparatos represivos de la dictadura fascista.
En el inteligente guión de la propia Martelli y Alejandra Moffat resalta el diseño de los personajes. Llamamos la atención de los espectadores sobre la secuencia del yate donde una de las amigas de Carmen hace una defensa de los crímenes y violaciones de los derechos humanos del régimen, todo en aras de ganar “la guerra contra el comunismo”. Y uno parece transportarse a la cinta Argentina 1985 cuando un militar asesino le dice al tribunal, con igual desfachatez y prepotencia, que ningún civil tiene potestad para juzgarlo.
Aunque todos los críticos lo digan, al autor de estas líneas no le queda más remedio que reiterarlo: es formidable la actuación de Aline Kuppenheim en el protagónico. El resto del elenco se mueve con eficacia y soltura lo que es una muestra palpable de que a Martelli no solo le sobra talento para manejar los tiempos dramáticos y la tensión creciente del filme.
En fin, 1976 es una ópera prima que parece estar suscrita por una realizadora de larga filmografía.