En la Isla de Pascua antes de la llegada de los colonizadores, los clanes del pueblo ‘rapa nui’ que se peleaban entre sí por el poder, concebían la victoria militar de la siguiente manera: había que derribar a todos los ‘moai’ del clan derrotado y sacarle de sus ojos de coral, las pupilas de piedra volcánica. Los ‘moai’ son gigantescas estatuas sobre las sepulturas, que representaban a los líderes difuntos y encarnaban su poder y su capacidad de proteger a sus descendientes. Quitarles los ojos significaba destruir su maná: los poderes sobrenaturales para cuidar a su pueblo. Después de que una tradición y una fe son derrotadas y humilladas, se supone que los pueblos no tienen nada más que defender.
Tal vez en la historia de todas las guerras por el dominio, siempre encontraremos una u otra forma de la cancelación de la cultura del adversario. Para matar al otro, primero es necesario deshumanizarlo, y como lo más humano en nuestras sociedades es nuestra cultura, es muy lógico convertirla en el primer objetivo militar. Por eso es muy importante entender, que los proyectos actuales de la cancelación de una u otra cultura, no son solamente contra el otro, un país o un pueblo, sino siempre contra toda la humanidad en su conjunto.
Pocos en Europa se acuerdan ahora que, para afirmar en el poder en Alemania a la dictadura nazi, primero fue cancelada la misma cultura germana, prohibiendo 5.800 libros de más de 300 autores (entre ellos Betrolt Brecht, Tomas Mann, Stefan Zweig, Erich Kästner, Erich Maria Remarque, Lion Feuctwanger y varios otros, hasta Heinrich Heine), que pronto ardían en las plazas. El pensamiento “judío, humanista y comunista” claramente fue incompatible con el delirio mesiánico fascista y tenía que ser erradicado. Lo mismo tenía que suceder con la música, la pintura y todas las expresiones de la Alemania civilizada.
¿Y la cancelación de la cultura rusa? Es un caso más mediático y escandaloso, pero en eso también hay dos detalles que lamentablemente se omiten:
Incluso en la guerra cognitiva contra Rusia no se trata de cancelar la cultura solo rusa. El objetivo es más grande y preciso: todo lo que queda del mundo soviético, con nuestros valores, relaciones, modos y creencias. La culpa de la cultura rusa fue ser la base humanista para la construcción del primer estado socialista del mundo, que, en las condiciones extremadamente adversas y casi imposibles en un mínimo de tiempo histórico, llegó a competir el dominio ideológico mundial, con el imperio más rico y poderoso del planeta. Ucrania, sin lugar a duda, sigue siendo parte de este mundo, más allá de la capa de las creencias de una parte de su población, víctima de un astuto trabajo mediático. En este sentido, Ucrania es un polígono de la destrucción de la identidad soviética dentro del territorio que Occidente pretende resetear. En este sentido, la guerra contra la cultura rusa, iniciada por las autoridades ucranianas, comenzó mucho antes del actual conflicto armado e incluso antes del golpe del Maidán en el 2014. Los nacionalistas ucranianos desde la abolición de la censura política en los tiempos de la perestroika, cuando Ucrania y Rusia eran todavía un solo país, se dedicaron a atacar a toda la cultura ucraniana, que, reconociendo su enorme cercanía con la rusa, no encajaba en su discurso divisionista. Llamando hoy ‘separatistas’ a la parte no antirrusa de la población de Ucrania, los que realmente dividieron su país fueron ellos, contraponiendo cultural y políticamente las diferentes partes del mismo pueblo y del mismo territorio.
La cancelación de la cultura rusa tampoco es un genuino producto de la guerra en Ucrania y no solo es una imposición desde afuera. Desde hace décadas, cuando ya se acabó la necesidad de aparentar las convicciones comunistas para acceder al poder y al dinero, una buena parte de los grupos privilegiados soviéticos se quitaron las máscaras y exigieron más capitalismo para ser como su verdadero ídolo: los Estados Unidos de América. La cultura rusa que muchos de ellos pretendían representar, ya más les molestaba de lo que les servía. La gran tradición cultural rusa, formada muchísimo antes de la Revolución de Octubre, la que impregnó las culturas vecinas y fuertemente contagió a todo el mundo por su espíritu irreverente, humanista y sobre todo colectivista, igual que la de los autores germanos prohibidos en Alemania nazi, entra en un irreconciliable conflicto con la construcción del mundo neoliberal y la única forma de combatirla es anulándola o convirtiéndola en un ‘show’ folclórico barato carente de contenidos. O sea, castrándola. Es una lógica muy conocida y tan representativa de las élites coloniales tercermundistas, que suelen definir las políticas culturales en sus países, hablando inglés en la intimidad de su casa. Varios seudo intelectuales rusos y soviéticos, optando por el ‘mundo democrático’ llegaron a ser canceladores de su propia cultura mucho más eficientes que los medios occidentales.
Lo demás es más conocido: el bloqueo de los medios y canales rusos en las redes y plataformas internacionales, que mucho más que internacionales, son norteamericanas. La suspensión de los conciertos, obras de teatro y eventos científicos, relacionados con actores, pensadores o directores rusos, o lo que suponga cualquier participación rusa. En las exrepúblicas soviéticas del Báltico y las vecinas Polonia y República Checa, la masiva destrucción de los monumentos a los soldados soviéticos que los liberaron del fascismo alemán. En Ucrania, primero fueron demolidos todos los monumentos a Lenin, luego a los héroes militares soviéticos, y ahora, a todos los poetas, escritores y científicos rusos. Lo que hace unos años era un escándalo, ahora ya ni siquiera es noticia.
Por todo eso, es importante analizar la lógica de la ‘cancelación cultural’ de Rusia no solamente como una enorme injusticia histórica y por la provocación política, sino como un crimen de lesa humanidad dirigido contra todos, incluidos los pueblos de los países que promueven estas políticas. El sistema neoliberal, en su afán de conservar su poderío en el mundo, está a punto de sacarle las pupilas a los rostros de nuestras culturas, a las que está derrumbando. La salvación y la supervivencia misma, ahora más que nunca, son una tarea colectiva.