Ocurrió en noviembre de 1974 y la escribo por vez primera. Elio Menéndez quería hacer un reportaje en las montañas que servían de entrenamiento a los ciclistas escaladores y a mí comenzaba a brotarme el interés por la historia del ajedrez.
Alguien hizo las coordinaciones y acompañados por el querido fotorreportero Panchito, viajamos en un jeep recién llegado a Juventud Rebelde. Mi interés era una casa campestre ubicada en Valles de Picadura, cerca del poblado Aguacate, en la que vivió por un tiempo el niño José Raúl Capablanca.
Llegamos bien temprano y al cabo de un rato apareció el jefe del plan Valles de Picadura, Ramón Castro Ruz. Se disculpó porque estaba en una reunión. ¿Los del Periódico? Sigan a mi “yipi”.
Pero cuando pasaba por el lado del nuestro se acodó en la ventanilla del chofer y nos dijo. –Ustedes saben lo que pasa… que yo con mi padre trabajaba como un mulo, y ahora con Fidel trabajo como dos mulos.
Y echó a andar sin esperar la lógica reacción. Nos acompañó a los lugares de interés. La casa “de Capablanca” tuve que conformarme con bojearla, porque estaba cerrada, pero Panchito la retrató. Al final del recorrido nos señaló un reluciente mirador, en la punta de una loma, con buen pedazo que parecía flotar en el aire.
Entonces nos dijo; -Allí no los puedo llevar, porque la llave la tiene Fidel.
Como vio que yo fumaba, luego del almuerzo me invitó a su casa para tomar café y brindarme un tabaco. Su casa no era una casa, sino un par de trailes en línea sobre la cima de una elevación, donde vivía con su joven esposa y si mal no recuerdo un par de niñas.
Nos sentamos a conversar de lo real y lo imaginario en lo que sería la sala, sentados uno frente al otro. Y mientras un leve rayo de sol le sacaba brillos rojizos a su barba, le dije: -Ramón, qué gran parecido tiene Fidel con usted.
Alzó su voz y su cuerpo al mismo tiempo: -¡Tú estás equivocado…! Y de pronto frenó en seco. –No… Coño gordo, tú eres el primero que lo dice bien.
Como un bólido se abalanzó sobre mí y me abrazó una y otra vez, diciendo: -Coño, lo dijiste bien, porque yo soy el mayor, así que el que se parece a mí es Fidel, y no como dicen que yo me parezco a él.
Contentísimo estaba Ramón Castro Ruz. Lo que no le dije, no podía decírselo, es que, utilizando una imagen beisbolera, yo estaba bateando avisado, porque conocía las anécdotas de sus desafueros cuando querían restarle un mérito físico-cronológico que le pertenecía.
Gracias Bayolo, por esta nueva entrega que además de curiosa por los hechos que relaciona, resulta simpática y de final feliz.