Si con hermosas palabras —mejor que barro, mármoles finos y bronces— puede moldearse la escultura más fiel a su modelo, la mañana de este viernes fue develada en la UPEC la que honrará para siempre la memoria de Elsa Páez Hernández, una de las más firmes aliadas no solo de la Presidencia y los presidentes del gremio, sino de los periodistas cubanos, para los que trabajó, aun sin conocerlos a todos, hasta su último día, desde la sede central de la organización.
De modo que su familia de hogar: su esposo Armando, su hijo Armandito, su nuera Silvita, sus sobrinos y cuñada, se unió en la velada con esa «familia extendida» de la UPEC —definida así por la vice presidenta primera de la organización, Rosa Miriam Elizalde— en un homenaje entrañable en el que Tubal, hermano suyo y Presidente de Honor de los periodistas, encarnó el puente de afectos a un lado y otro que Elsa andaba a diario como la caminata más placentera del mundo.
«Era el cordón umbilical entre los periodistas y esta Casa de la Prensa», dijo Rosa Miriam antes de apuntar su inagotable vocación de servicio, sensibilidad y empatía con los problemas de cualquier colega. Así, sin escribir periodismo, Elsa puso un crédito dorado a un lugar que a la postre se le parece: esta «UPEC silenciosa que hace posible todo lo demás», según afirmó la vice presidenta primera.
Rosa Miriam retrató en pocas palabras la doble militancia, con el deber y el amor, de Elsa Páez: «Cuando nos veía atormentados haciendo cosas venía hasta los sábados para prepararnos café y después irse a “hacer vida de novios” con Armando».
Una suerte de close up espiritual resultó también el mensaje dejado, para el homenaje, por el presidente Ricardo Ronquillo Bello, quien cumplía en ese momento deberes que Elsa hubiera sido la primera en respaldar.
Antes de concluir que en la UPEC hemos sido dichosos por tener dentro un ser tan especial, Ronquillo elogió la múltiple hermosura de quien fuera por muchos años secretaria, asistente, amiga…: «Venía al trabajo con el encanto y decisión de las periodistas que se ponen las mejores galas para ir al Palacio de Convenciones».
El presidente coincidió con la línea central de todas las intervenciones: el lugar de la familia en la vida de Elsa. «Quiero recordarla en la sobremesa, hablando de su familia. Estaba obsesionada con la suerte de su prole como con la de su tierra», escribió Ronquillo, quien ha podido conocer, en parte de esa prole, «lo bello que dejó su siembra».
Haciendo un «esfuerzo extraordinario», Armando García contó cómo conoció a su amada, cómo se enamoraron y levantaron esa familia. «Tenía —dijo de su esposa— un valor extraordinario ante cualquier situación. Yo fui de misión a Angola por dos años y ella se echó la casa al hombro», comentó orgulloso antes de confesar, ya cercano al derrumbe de emociones, que todos los días llora un poco por ella.
En la velada fue leído el texto con que su hijo Vladimir —quien reside en Estados Unidos— acompañó hace unos días en Cuba la partida de Elsa, un amoroso repaso construido desde la mano de la mamá que, dulce, deja y recoge a su niño en la escuela: «estoy orgulloso de haber nacido de ti», escribió entonces en texto que, como las flores nobles del cementerio, no se marchita jamás.
Tubal Páez Hernández hizo un repaso de infancia para pintar a su hermana de raíz a copa, desde el ejemplo de los abuelos, las injusticias de entonces en el Jaruco de ambos, el amor inculcado por la tierra, las personas y hasta los animales, los constantes debates en plena mesa, la lucha clandestina primero y después la lucha pública por la Revolución… la patria en tierra chica. Él mismo, que fue presidente nacional de la UPEC durante muchos años, no tuvo en Elsa solamente a la hermana: «Ella fue mi defensora y también mi… fiscal».
Esa Elsa de origen fue recordada también por Mario Rodríguez, amigo de infancia de los Páez Hernández que refirió el aliento que ella daba a muchos cuando, en la cárcel por pelear contra Batista, no tenían el calor de las familias.
«Veo que sus virtudes juveniles se convirtieron en raíces muy profundas en la conciencia de sus compañeros», comentó Rodríguez, quien calificó a la amiga como «más que comunista» por ver primero que muchos que el único camino honroso para Cuba era seguir a Fidel Castro.
Esa conciencia plena de su militancia fue destacada por Juan Carlos Ramírez, organizador de la UPEC nacional y secretario de su núcleo del Partido Comunista. «Perdimos a nuestra mejor militante, la mujer que se refería a la organización como “¡mi Partido!”, la que no aceptaba ser excluida de ninguna tarea».
El desvelo de Elsa Páez por la UPEC y su membresía fue reciprocado en toda su vida por la organización, con atenciones que se tornaron especiales al final de sus días. Su propio esposo —que, agradecido, se confesó comprometido para con cualquier solicitud del gremio— lo reconoció durante el homenaje.
Toda la estructura, del presidente hacia abajo, respaldó el tratamiento médico y el estado de ánimo de esta hermana mayor, pero fueron particularmente valiosos los desvelos de las funcionarias del área de atención a los periodistas Madelín Ramos de Labat y Mariela González Balado.
Es la cosecha del amor que sembró Elsa Páez, quien esparció buenos referentes éticos que la joven periodista Patricia María Guerra Soriano aprovecha para a(r)mar su carrera y su vida.
Es el mismo amor «elsiano» que su amiga Ángela Oramas ve como aglutinante de la Casa de la Prensa: «Ella supo unirnos a todos. La conocías y parecía que la habías visto toda la vida; era como una medicina que nos hacía seguir adelante: delicada como la flor mariposa, pero fuerte como la palma real. No se rendía, porque, como la palma, solo un rayo podría rendirla». Que este dolor sea acotado, porque ese rayo no ha caído.
Como no pude estar allí, como deseaba, envié mis palabras sobre Elsa. No se si recibieron el mensaje. Las reproduzco aquí;
Lamento no poder estar en este homenaje a la gran Elsa Paéz, y trasmito a su esposo, hijos y nietos, y a nuestro Tubal Paéz, las condolencias que también nos corresponden, por haber tenido aquí durante años a ese ser de luz.
Elsa Páez dejará una gran huella en esa oficina preámbulo de la Presidencia, en los pasillos y las dependencias de la UPEC. Y en el gremio periodístico todo, por su voluntad de servir, su cordialidad y alegría, por su profunda fibra humana.
Elsa te mimaba como una gran madre. Era la sonrisa anticipada, el solícito auxilio y ayuda. Personalmente y hasta por teléfono. Las personas dulces y cálidas como Elsa anulan las asperezas y rugosidades de la vida, con solo hacerte una llamada, indicarte un aviso, siempre deseándote lo mejor a ti y a los tuyos. Siempre que hablábamos, me preguntaba por mis tres muchachas: mi esposa, mi hija y mi nieta. Y acogía con gran entusiasmo los avances de mi pequeña Lucía.
El mundo, y Cuba incluida, necesita mucho hoy de seres como Elsa: magnánimos, sensibles y con esa melaza del cariño que no cree en muros ni estiramientos. La vida sería más placentera con personas como Elsa, con su don expansivo.
Querida amiga: No podré olvidar nunca tu apoyo y aliento, tus bromas y tu risa como un cascabel, Tu calidez. En cada taza de café o de te mañaneros. cuando llegue a la UPEC, allí estará tu protección y tu cariño acompañándome…. Acompañándonos.
Siempre leal a sus ideales revolucionarios,su incansable voz retumban ante mis oídos cuando pasaba en los momentos del servicio militar activo mientras me decía que el deber ante la patria era primordial.No pude verla después de licenciarme en primer operador radar con su buen estado de salud. siempre recordaré aquel día del cual le regalé un origami con forma de estrella porque se que era muy poco para honrarla,no bastaba con mis dibujos siempre bastaba con un beso de su sobrino que la quiere con el alma y nunca la olvidará