En este mundo mal repartido y peor informado, a menudo se escucha una sola voz, para la cual la nuestra no existe. Por eso la noticia de que en Cuba hubo elecciones este 27 de noviembre no le llegó a muchos. Otros, que no quieren ver la verdad, y entenderla aún menos, continuarán obstinadamente en silencio o repitiendo lo mismo.
Pues sí, ese día casi 24 mil colegios electorales abrieron sus puertas a la ciudadanía para que decidiera quiénes serán los delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular, los que ejercerán gobierno en cada una de sus demarcaciones, a nombre de sus electores.
Fue un domingo de oportunidades no solo para ejercer el voto, sino para fortalecer la gobernabilidad, esa posibilidad que el sistema democrático cubano concibe por ley para la participación, el diálogo y dar voz a quien con acierto pueda asumir el mandato y contribuir a mejorar el funcionamiento de las estructuras de base, en el barrio y más allá, donde transcurre la vida diaria.
Cuba no desiste en la búsqueda de soluciones, y la mayoría del pueblo que respalda esa voluntad salió a votar en estas elecciones, pese a la embarazosa situación económica nacional, que provoca sinsabores, escaseces de todo tipo, en primer lugar de alimentación y medicamentos; en medio de apagones (que son alumbrones en varios territorios), dado el déficit de generación de electricidad, roturas de termoeléctricas… y otras dificultades cotidianas.
Quienes predijeron amplio abstencionismo y declararon de antemano el fracaso en las urnas, se quedaron con las ganas, incluso aunque la concurrencia no haya sido tan abrumadoramente masiva, como es tradicional en el país, donde el sufragio no es obligatorio. Y seguirán sin entender cómo pese a las circunstancias muchos siguen considerando que votar es un deber.
Las respuestas están a la vista para quien las quiera apreciar: Este es un pueblo en resistencia, no por un milagro o por su heroicidad, que también ayudan. Lo hace porque ha vivido y cree todavía en los resortes que sostienen su sistema político, nacido en lo más humilde de cada barrio. Tiene muchas historias contadas y otras por contar desde la vivencia personal de quienes han fungido como delegados y conforman esa experiencia de Poder Popular, que no es perfecto y también acumula entuertos, pero en la balanza lo valioso pesa más.
Para empezar, la verdad, imposible de tapar con un dedo, habla en Cuba de comicios transparentes, sin bulla, donde solo importa la altura cívica y la intención de ayudar a los demás. Cualquiera de los electos este domingo 27 pudiera ocupar la presidencia y vicepresidencia de las Asambleas Municipales, cuando sean constituidas próximamente. Todos, de hecho, integrarán los consejos populares investidos de autoridad para encaminar los problemas de las comunidades, con lo que se refuerza el quehacer individual del delegado en cada circunscripción en función del control y la fiscalización a las entidades.
Asimismo, formarán parte de comisiones de trabajo que las propias asambleas constituyan, de acuerdo con las necesidades de su territorio, precisamente para que las entidades administrativas cumplan su misión de cara a los vecinos.
Estos delegados también podrán integrar el Parlamento –cuya elección y constitución se aproximan–, cuyos miembros son hasta un 50 por ciento delegados de base, y consta de amplia representatividad femenina y de todos los sectores sociales. Esa característica distingue al máximo órgano del poder en Cuba, pensado para el pueblo y por el pueblo, a quien se le otorga el derecho de nominar y luego elegir. Además de que son los propios vecinos los encargados de fungir como autoridades electorales.
Claro que hoy realidades, contradicciones, aciertos y tropiezos en la labor del Poder Popular, en sus casi cinco décadas de existencia, siguen invitando al debate desde dentro para afianzar su validez, despojarse de lastres, que fluya una mayor autoridad de los delegados, con el empuje de los vecinos, participando más y ayudando a la renovación.
Casi todo está dicho y escrito sobre sus misiones. Pero la práctica, que es el criterio de la verdad, pasa por los individuos, que no siempre comprenden ni han sabido ser consecuentes con las esencias que le dieron origen a ese ejercicio de gobierno, que obligadamente tiene que germinar a partir de la contribución de muchos, como todo lo que en una revolución intenta ser mejor.
Para fortalecer la democracia y la institucionalidad que a Cuba le urge; para que el poder de los delegados, ejercido en nombre del pueblo, se convierta en motor impulsor del desarrollo local, hace falta disciplina, organización y que cada cual haga lo que le corresponde. Hace falta sumar inteligencias y buenas voluntades en aras de hacer real la gobernabilidad desde la circunscripción, célula primaria del Poder Popular.
Eso es lo que Cuba necesita e intenta, siguiendo la ruta trazada por sus héroes, por sus líderes históricos y quienes continúan elevando sus banderas junto al pueblo, pese al cerco yanqui que intenta la asfixia y la parálisis mortal. Así llegó Cuba a este 27 de noviembre, para vivir otro “milagro”, de frente a quienes siguen negados a darse cuenta y continúan empecinadamente en la acera de enfrente, exiliados de la verdad.
(Foto de portada: Rafael Fernández Rosel/ACN)