Yo también estoy contra la violencia, desde la temprana infancia, cuando muy al principio del triunfo del 59 fue quemada la casa de los Guerras, mis tíos, y vi convertida en cenizas las mejores vacaciones del mundo, de río, cabalgatas, paseos en la chispa del ferrocarril, polémicas por los más diversos temas, broncas por quien buscaba agua del pozo, los enigmas de los cantos de los haitianos del batey cercano y la lectura de mi primera novela romántica en décimas, Camilo y Estrella, bajo la lumbre olorosa a keroseno.
Desde entonces aprendí con tristeza que había vecinos, pobres y explotados capaces de tal crueldad sólo porque les habían dicho que los Guerras eran comunistas. Crecí viendo campos de caña arder, entre atentados en cualquier parte del país, agresiones y crímenes horrendos de maestros y alfabetizadores perpetrados por nacidos en Cuba igual que yo, influidos por sus enemigos naturales, cegados por ignorancia y maldad. Con el tiempo aprendí que entre los originarios de esta tierra había gente como el adorable Camilo Cienfuegos, pero también como el asesino Posada Carriles, como los torturadores de Batista, que, por cierto, cuando se hizo justicia por sus horrores surgió una ola pacifista que no se había manifestado con tanta fuerza cuando mataban jóvenes todos los días.
Esa oposición sangrienta desde el 1 de enero de 1959, alentada y sostenida por el vecino poderoso del Norte, impidió el funcionamiento de una plena democracia tradicional, porque cuando se quiere destruir todo lo que intentas hacer para beneficio mayoritario no tienes otra alternativa que defenderte y eso fue lo que nos enseñó Fidel ante el plan macabro de desunirnos, dividirnos, acabar con el empeño de ser una pequeña nación soberana.
Sólo hay que seguir la secuencia de los hechos históricos para tener la evidencia de que nos violentaron como nación, nos obligaron a la violencia. Y sólo los ingenuos, superficiales o malvados pueden negar que están, ahora mismo, luego de acentuar al máximo las penurias, creando abierta e impúdicamente un escenario de violencia, porque nadie puede justificar como pacífica cierre de calles con niños, apedramientos, ofensas, quemas de neumáticos, amenazas, cuando el pais sufre una verdadera tragedia por los efectos del ciclón IAN. Y si no se frenan esas manifestaciones, encabezadas muchas veces por elementos de dudosa catadura social y moral, pueden llegar a crímenes como los ocurridos en Caracas y Managua. Y entonces, ¿qué dirán los pacifistas que comulgan con quienes dicen reclamar derechos y no cumplen los más elementales deberes de convivencia y censuran la legitimidad de la defensa? ¿Acaso no saben los pacifistas que si el caos prima lo único que podemos esperar son mayores desdichas?
Porque amo la paz, porque se que la paz es garante fundamental para deshacer nuestros entuertos, creo que se debe dialogar con los protestantes, evitar represiones dolosas, agotar las fórmulas de entendimiento hasta con esos guapetones amenazadores, pero no se puede permitir que la espiral de violencia crezca. Y, por supuesto, no vamos a dejar de manifestarnos frente a lo que puede funcionar mejor, no vamos a dejar de exigir, de luchar en su verdadero sentido, contra el acomodamiento, la burocracia, la insensibilidad en nuestra sociedad, pero también contra los que quieren aniquilar nuestra nación, que es lo que está en juego.
Plan contra plan, como diría José Martí, sin renegar de la luz del sol, aunque hayamos sufrido quemaduras, elevando la estatura espiritual, porque la tarea es grande.