Al habanero Félix “Andarín” Carvajal le birlaron la medalla de bronce del maratón de San Luis 1904. No es de extrañar: aun periodistas y funcionarios pocos cercanos a la izquierda calificaron de juerga deportiva a esta tercera edición del certamen olímpico. La mancha mayor: el show racista llamado Jornadas Antropológicas: competencias extraoficiales entre aborígenes de diversas naciones o descendientes de ellos enclavados en Estados Unidos, muchos con deficiencias físicas y mentales.
Integrantes de tribus africanas, latinoamericanas, asiáticas, hasta de EE.UU., corrían, saltaban, lanzaban, se caían, se lesionaban, volvían a contender, mientras despertaban lo peor del público que se carcajeaba. Según el historiador cubano Elías Bermúdez Brito “aquel espectáculo (lucha de pigmeos en el fango, subida de palos verticales, etcétera) consiguió una dura repulsa de Coubertin que no asistió a los Juegos…”.
Al no poder ocultar la barbarie hubo un alto dirigente olímpico que publicó: “…pero a los yanquis todo se le puede tolerar y su juvenil exuberancia habría obtenido la indulgencia de los antiguos griegos…”. ¡Qué toallazo!
Los organizadores no lograron tapar el escándalo ocurrido en maratón: después de llegar primero el estadounidense Fred Lordz, los jueces lo descalificaron porque varios tramos lo recorrió sobre un auto. Varios exaltados persiguieron y apedrearon al tramposo, quien fue expulsado para siempre del olimpismo, aunque años después fue perdonado y hasta compitió. Hay más: el Andarín encabezaba con gran ventaja la carrera, pero llevaba dos días sin comer por falta de recursos. Ingirió manzanas verdes para calmar el hambre, y apareció la colitis. A duras penas cuarto. Merecía el tercer puesto.
El reconocido campeón, Tom Hicks (EE.UU.) había sido ayudado por algunos amigos que lo levantaron del piso y lo acompañaron en medio de la carrera El colmo: a 15 kilómetros de la meta se desmayó, lo atendieron y hasta le inyectaron una sustancia estimulante. Obligaron a los árbitros a callar, nadie se enteró del fraude y jamás fue publicado. Varios dirigentes del olimpismo lo aceptaron: no querían humillar de nuevo a la sede ya golpeada por el caso de Lordz.
Desgraciadamente, no es el único hecho de este tipo ocultado en el olimpismo. Uno de ellos es la admisión, y sin crítica profunda en los medios, del triunfo de Ralph Craig en los 100 metros planos de Amberes 1912, seguido de sus coterráneos Meyer y Lippincott, mientras Howard Drew, uno de los mejores velocistas de la época, había sido encerrado en una habitación por el entrenador quien había manifestado días antes: “Prefiero la victoria de un extranjero a la de un negro al que me han incluido en contra mía en la delegación”.
Las pocas protestas fueron débiles ante el muro del silencio. “Dar a conocer ese suceso daña la reputación del clásico. Lo mejor es callar”, plantearon los organizadores. ¡Cuántas veces he escuchado opiniones de esta clase ante hechos parecidos! Por cierto, el golpe a Drew quedó chico frente a lo que le hicieron al extraordinario Jim Thorpe, el más destacado en esa misma justa, despojado de su gloria y sus medallas con pretextos. En realidad lo que no le perdonaban era ser un aborigen norteamericano.
Tampoco hicieron público lo justo ante el triunfo de Eddie Tolan en los 200 lisos de Ángeles 1932. Años después se supo que al favorito, su paisano Ralph Metcalfe, le habían agregado un metro y cincuenta centímetros de más a su carrilera y debió conformarse con el bronce.
Otro yerro laceró esa misma cita: no se hizo nada para resolverlo y lo alejaron del auge noticioso. El triunfador de los 3000 con obstáculos, el finés Volman Iso-Hollo, rompió la marca mundial en la distancia requerida mas al no estar todos los jueces en su sitio, se agregó una vuelta suplementaria. Fue inaceptado aquel tiempo y terminó con 10: 33.4. Y de nuevo el cobarde ¡sio…! suplantó a la verdad.
Foto de portada: Félix “Andarín” Carvajal