Los implacables vientos y lluvias de Ian por Pinar del Río nos habían dejado incomunicados con nuestra familia de San Andrés, una pequeña comunidad de las montañas palmeras, y hasta allá fuimos -en moto como siempre- para comprobar la suerte o desgracia de los nuestros porque los dos teléfonos fijos que hay en el barrio sufrieron averías, y si normalmente allí la conectividad de datos móviles no es una opción, cuando se pierde la electricidad la cobertura de telefonía móvil también dice adiós a los moradores de la zona. En fin, que no nos quedaba otra alternativa que ir.
Pasamos por Mariel donde nos esperaba un saco de carbón encargado desde días antes, pues la realidad sabida es que tras el paso de este tipo de fenómeno meteorológico, la corriente demora en aparecer y con leña no es fácil cocinar.
Después de casi dos horas de viaje por autopista, nos desviamos rumbo al Entronque de Herradura, entonces las huellas del desastre comenzaron a ser reiterativas: casas, escuelas, bodegas y almacenes sin techo, los más afortunados. Otras familias quedaron sin nada, con el rastro de lo que fue su vivienda… El pecho se aprieta, el camino se estrecha por las ramas y postes del tendido eléctrico, caído o por caer.
Una parada obligada a comprar caramelos para los más pequeños y otros no tan pequeños del familión, pues recordamos que a los niños eso casi siempre les conquista una sonrisa, una felicidad. Chocamos con los precios disparados; ya es normal, pero accedemos porque qué menos podemos hacer por ellos.
Continuamos recorrido, más cerca de nuestro objetivo nos percatamos del cambio geográfico. Viviendas, lugares, familias que antes no se veían ahora saltan a la vista, sin embargo entre tantas novedades en la visual del viajero habitual, algo falta, claro, la vegetación ya no está.
La primera parada es en casa de la Tía Cari. “Llegaron a la hora, estamos colando café”, así nos recibe la prima. Un portal lleno de chamas jugando, algunos de ellos en las travesuras propias de “la edad de la peseta”. Nos ofrecen una naranja (de las que tumbó el ciclón) y el sabor resulta inequívoco: no es naranja es un limón. Nos sumamos a los adultos en una reunión que no termina, de por dónde sopló más o el ruido al caer la mata de aguacate, la palma y el copón divino.
Ya en casa de Nilda, ella nos cuenta todo en detalles, hasta el mismísimo ojo, todo. Se nota a mil leguas su estado aún sobresaltado por tal acontecimiento. La noticia: la mata de Mamey, que aseguran los más viejos de la comarca que si no tenía 100 años estaba cerca de esa edad. Nos comenta de su preocupación por que los compañeros que están haciendo el levantamiento no llegaron hasta allá y de lejitos miraron y siguieron, algo que no le gustó a nadie de la zona.
Gabriel que ya casi es médico disfruta de la estancia de su pequeño en la finca y ahora utiliza la Palma caída para imaginar un puente, me pide una foto en la mata centenaria para que su pequeño algún día sepa su historia, que la sembró el abuelo Gabriel cuando aún era un mozo y que muchos le cuestionaron que para qué sembraba eso si se demoraba en dar frutos, pero él les dijo que no importaba, que si él no la llegaba a comer, sus hijos y nietos sí.
La Poti ha perdido parte de su casa y solo me dice “Sobrino, yo no quiero me den nada ahora pero por lo menos quiero estar en alguna planilla para cuando se pueda me ayuden a levantar mi casita. No quiero bloques, solo una maderita y ya”.
A la prima Danay no le hice foto, quizás por respeto o consideración, la mala suerte anda de su lado en estos últimos tiempos, y ya demasiado ha sufrido, perdió su esposo en misión en Venezuela, tiene dos pequeños y otro en camino, y ahora Ian le robó el techo de su casita; preferí darle un beso y escucharla un poco, no más.
Los cuentos son muchos, las anécdotas disímiles, desde hervir la carne cada 4 horas para conservarla, hasta soñar que llegó el helado. Ahí están sin saber siquiera el cero energía del país porque no tenían cómo conocerlo y de muchas cosas que le contamos, pero con una sonrisa y una fe en que todo se va a resolver más temprano que tarde.
Yo me sentía más triste que ellos, esa es la verdad. Quizás ya están preparados o acostumbrados, mas es duro, durísimo ver todo aquello, sin embargo, uno sale más fuerte cuando los ve, cuando los siente y se toma su agua caliente. Una pifia nuestra: no le llevamos unos pomos de hielo.
(Tomado de Cubadebate)