No conozco al autor de esta foto, ni siquiera tuvo el cuidado de darle su crédito, de afincar su nombre en alguna parte de los bordes. Incluso, ni se preocupó por acuñarla con tinta fresca en la parte inferior de sus cimientos. Seguramente, es de los que no se anda con protagonismos, y ante la urgencia de las circunstancias, la compartió en las redes sociales por esa necesidad de anclar luz, donde la oscuridad asecha.
Es la oscuridad que transita cabizbaja y sumisa por los cerros del amanecer, dispuesta a tomarlo todo, para “pretender ser la protagonista” de una narrativa, discurso o verdad que, en su errático camino, se diluye, cual, sin nada, por los cauces de la historia.
La fragmentada negritud se viste de palabras efímeras, de vestuarios para la ocasión y termina, tras muchos aletazos, moribunda, adolorida, desojada en los excrementos del olvido. No por los golpes de la vida, más bien por la indecencia de sus adjetivaciones, dispuestas a quebrar los pilares de la nación.
Aprestan sus dianas, que son de una envoltura plomiza, como dispares fauces. Pretenden anular el tiempo para ubicarnos en los nichos de un espacio congelado, donde el futuro parece estar en algún museo virtual, construido por engendros ajenos a la identidad que nos define como espacio vivo y culto.
Prestan sus delgados servicios para quemar las brisas que calman el agotamiento, construir el caos, la desmemoria y la fortaleza de la solidaridad que habita, sin asombros, en los pilares de nuestra Isla y la humanidad toda.
Por ciclos, labran una ennegrecida telaraña mientras le afloran hediondas brasas, dispuestas a taponear el sentido de nuestra lucha y el sabernos vivos. Su preferido encuadre, la muerte súbita de la esperanza y la unidad que arropa, que converge, sin pausa, en la palabra Cuba.
Estos desalmados aprovechan el dolor y las huellas de la furia de un huracán inmenso, y convierten duras escenas en un guion escrito con plumas importadas, traídas de ese Norte que quiere enterrarnos, hace ya más de seis décadas.
Los mercenarios de siempre, y los de ocasión, se alistan sumisos y dispuestos a resquebrajar las ceibas que nos amparan y a encender los fuegos que apuntan hacia los ojos, para quemarlo todo, hasta el mar que abraza. Se aprestan a sembrar la penumbra cegadora de sueños y de paso, a despoblar de sentido la legítima necesidad de luchar por todos, como anónimos servidores de los que están en el horizonte de nuestras miradas, y también, de los que no alcanzamos a ver en los andares de la vida.
Entonces, emerge “cual sin nada” una encendida foto. Se apropia sin permiso de esa oscuridad construida, tejida con falsos adjetivos y verbos sacados de probetas clonadas, de última generación.
Es una foto hermosa, potente, ejemplar, poblada de significados y lecturas.
En toda su escritura se avista la crónica de un niño, de apenas cinco años, que ha quebrado los cerros, el tiempo, las muchas miradas que nos convergen y ha puesto sus manos, sus menudas manos, al servicio de Cuba. Y lo hace sin asombros, aunque el dolor nos duela.
Es un cubano ejemplar que tampoco busca la gloria, porque ella habita en la necesidad del momento, en la urgencia de las circunstancias. Su mirada se enfoca hacia donde está lo derruido y se alista presto a encender la luz, que aquellos despreciables plomizos pretenden anclar en los cimientos de un país con derecho a existir, a ser soberano, aunque nos vaya en ello, la vida.
(Tomado de Cubaenresumen)