El «Código de los afectos» que, con un nombre más formal y preciso, votaremos en referendo el domingo 25 de septiembre, es también, y no solo para los periodistas, una norma de la comunicación. Así lo acoge la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC).
Más allá de reconocer el derecho a comunicarse a lo interno de las familias, este instrumento nace de un ejercicio extraordinario de pluralidad y transparencia que pudiera afinarse más —desde los hogares, que son la redacción central de la existencia— si la mayoría de los cubanos decide abrazarlo como se abraza a un familiar protector.
Casi seis millones y medio de compatriotas, arientes y parientes, pero sobre todo «querientes» del bien colectivo, participamos en las reuniones para perfilar el texto, que se somete a las urnas tras su vigésimo quinta versión.
Ahora emprendemos, unidos, un intento 26 en forma de referendo, y lo hacemos con buen augurio porque a los hijos y nietos de guerrilleros se nos da bien ese número.
Sí, en julio como en septiembre, este instrumento que se propone en medio de la situación adversa, con una valentía que lleva nuestro apellido — ¡Cubanos! — , puede asumirse como el Moncada de la familia, el más íntimo, el que arranca para la vida, como el viejo cuartel para la Revolución, los principales motores de la patria. Por ello, los periodistas ponemos nuestro crédito en el suyo.
Vaya un retrato doméstico: somos poco más de 11 millones de cubanos para mover un país de baja fecundidad, alta esperanza de vida y con un persistente saldo migratorio negativo. Somos menos y vivimos más, casi la mitad de los hogares está encabezada por mujeres, la tasa de divorcio es alta y alrededor del 30 por ciento de los niños y adolescentes vive con los abuelos.
El Código, que «lo sabe» porque se lo comunicamos nosotros en diálogo interactivo, apunta a prevenir y aliviar los dolores contenidos en esas cifras, impulsar proyectos y fortalecer las familias sin perder (de vista) la ternura.
Comunicadora como es, Patricia Arés lo ha dicho con amor de mujer y agudeza de sicóloga: además de atender la diversidad, este Código de las Familias considera la heterogeneidad social de la nación. ¡Si lo sabremos los periodistas: los pueblos más fuertes se tejen con hilos de sus familias!
Pocos temas alumbran tanto la agenda de un reportero, o de un medio entero, como esos dos: sociedad y nación. Los periodistas cubanos que, antes que en las academias, recibimos nuestras herramientas para mejorar el mundo en los diálogos del hogar, somos abanderados de la crónica del anciano autónomo y seguro; de la nota del cuidador bien cuidado; somos entusiastas redactores del comentario del machista vencido y la mujer en plenitud; somos orgullosos coautores de la crónica de la pareja de cualquier signo que pacta y ama por igual, desterrando violencias.
La prensa, que a menudo se ha asomado sola y desarmada —sin más recursos que la verdad y la emoción— a la ventana de mil dolores familiares, tiene su código para acompañar al Código. Con él en vigor, defenderíamos en mejores condiciones el reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos en familia, sin exclusiones ni discriminación.
No, el Código no estaría solo. Hay mucha comunicación que dar para prevenir el matrimonio infantil y el embarazo de la adolescente y educar desde edades tempranas por una sexualidad responsable. Hay mucho periodismo que hacer para ayudar a la familia a comunicarse en red, desde los viejos horcones que regaron en semilla el apellido, hasta el último vástago, donde quiera que haya germinado.
Cubanos como la palma que custodia entre lomas el cielo azul del Escudo, los periodistas comprendemos cuánto pesa una cruz en esa boleta que nos pide refrendar la igualdad, ante la ley, de todas las personas. En una pequeña raya cabe el artículo más hondo. Poca prensa en el mundo ha cruzado tantas lanzas por la igualdad como la prensa cubana, que silencia sus propios milagros cuando libra las batallas con más porqués que con qué, de modo que la mayor aspiración del Código, la equidad, es para este gremio cobertura compartida, noticia en construcción…
Al margen de cómo cada una disponga los muebles o prodigue sus afectos, los periodistas cubanos nos sentimos familia de cada familia. Su sueño, alegría o dolor son nuestros; su victoria, también lo será. El amor (se) gana con comunicación.
Unión de Periodistas de Cuba