Cuba vive una situación crítica. Para unos más que para otros, como suele ocurrir en cualquier parte. Nunca antes el vecino malvado y poderoso apretó tanto las clavijas para asfixiar a sus gentes, sabedor de que las penurias fomentan la incapacidad de discernir sensatamente. Nunca antes fue tan fuerte la campaña mediática, la guerra con los instrumentos de las nuevas tecnologías, el reportar desde la isla hasta el más mínimo incidente para incentivar motivos de inconformidad como si sólo ocurrieran aquí por culpa del comunismo.
Los chilenos se rebelaron en sus calles, los colombianos, los ecuatorianos, los centroamericanos se marchan a pie por miles de sus países, hay problemas de energía eléctrica en Puerto Rico, República Dominicana, suben los precios en los llamados países desarrollados, hay manifestaciones de protestas en los más diversos sitios del planeta, el desastre ecológico crece por día, pero los grandes medios comunicacionales no culpan al capitalismo, ni al imperialismo de todo eso, ni de los millones de pobres en la mayor potencia, ni de los que pasan hambre en países de enormes riquezas naturales bajo control de las grandes trasnacionales.
Por todo eso es absolutamente inmoral la presión implacable sobre Cuba, culpabilizar a su sistema político por parte de nacidos en su suelo que llegan a la potencia hegemónica y se ufanan de privilegios que les conceden, sin preguntarse por qué no gozan de los mismos otros inmigrantes. De manera que las condiciones están diseñadas para atacar a la isla caribeña, acusarla de estado fallido y desconocer las extremas presiones en todos los ámbitos.
Es cierto también que la dinámica de transformaciones por parte del estado cubano ha sido menos intensa de lo necesario. Los cambios de medidas económicas aprobadas por la población demoraron en aplicarse al punto de que el ordenamiento monetario llegó diez años después y en condiciones poco propicias. Y aquellas aplicadas como la entrega de la tierra han encontrado trabas hasta el día de hoy, por burocratismo de unos, aferramientos de otros a una mentalidad restrictiva explicable por el acoso sufrido desde el mismo año 59, porque no hay que ser especialista para comprender que el asedio constante de la mayor potencia mundial sobre el país ha condicionado limitaciones y autolimitaciones, censuras y autocensuras, extremos justificados para defender un proyecto de sociedad que consiguió ventajas sociales no alcanzadas por la mayoría de países pobres del mundo.
Sin embargo, se acumularon muchos problemas desde la crisis de los 90, tanto en el plano espiritual como en el material a la vez que se dejaron de usar resortes de estímulo a la laboriosidad de los trabajadores que vieron minimizadas sus posibilidades mientras otros factores económicos ganaba notoriedad que ellos no podían alcanzar con sus salarios y mucho menos con su jubilación. Es un tema que requiere análisis y estudios mayores porque se tiene la impresión de que al dañino paternalismo anterior se trató de subsanar con ciertos tintes economicistas.
Una mirada somera demuestra también que fue lamentable que todo lo que se hizo por mejorar la matriz energética no incluyera de modo prioritario las energías limpias, los paneles solares que podrían ser una fuerte inversión inicial pero nos hubieran aliviado la pesadilla que volvemos a vivir con los prolongados apagones.
Cierto, negarlo no tiene ningún sentido. Las cubanas y cubanos, unos más que otros, vivimos una situación crítica aunque no hay tiroteos en las escuelas, ni se roban a niños para vender sus órganos, ni a las muchachas para prostituirlas, se camina por las calles sin esperar ataque repentino, la mayor parte de la población está vacunada contra la covid, se crean nuevas vacunas para las variables de ese virus y también para contrarrestar al dengue; hay un nuevo Código de las Familias enaltecedor del respeto a las diferencias y a los afectos. Esos son algunos tesoros que vale la pena defender frente al agobio por resolver la comida, el transporte público, los apagones que deberán ser mitigados por las nuevas propuestas para impulsar la economía.
Ante un nuevo 26 de julio, ante tan heroico y arriesgado acto patriótico, un buen homenaje es asumir los riesgos de definitivamente cambiar todo lo que deba ser cambiado, con prontitud. La vida y la historia demuestran que el que no se arriesga ni pierde, ni gana. Cuba está obligada a ganar para seguir siendo soberana.