Un texto periodístico bien hecho es una joya perdurable que no muere en la factualidad del día, en la inevitable próxima edición de un periódico, en el acontecer de lo diario del que da cuenta. Un texto periodístico bien hecho se salva para la memoria, para la consulta, para recrear un tiempo, un contexto, una manera de hacer y sentir de la sociedad.
Eso aprecié cuando, para la preparación de la docencia y el próximo semestre que se avecina, nuevamente leí con pocas interrupciones La maldición del avestruz, un compendio de trabajos de periodistas de Juventud Rebelde, nacido en la Casa Editora Abril, en 2007. Un libro convertido en texto de referencia para los estudiantes, pero que también pudiera serlo para quienes hoy ejercen el periodismo.
Tengo la certeza de haber releído, página a página, con gozo. Esa sensación de tiempo continuado me llega, entonces, por un estado permanente de reencuentro, análisis, confrontación o aprobación de sus textos, entregados por sus autores con hechura buena, tan buena que pueden parecer para cualquier lector salidos de sus propias vivencias, de sus mismas palabras. Y eso, lo sabemos los periodistas, es la medida exacta de que nuestro trabajo ha hecho diana en el receptor.
Quizás ese sea el primer mérito de los casi 70 trabajos de opinión del colectivo de autores. Casi 70 historias bien contadas, no porque con afán perfeccionista se haya registrado minuciosamente el orden del sujeto, más el verbo, más el predicado en cada núcleo de ideas, sino porque estas han sido expuestas desde el corazón, con la razón.
¿Y es posible el abrazo?, pudiera preguntar un desentendido en materia de periodismo, pero los que en él estamos sabemos que no solo es posible, sino necesario, en un trabajo que no debiera arruinar las expectativas de su público meta con abigarramientos de datos, oscuridad en los términos empleados —y que esconden las propias incapacidades para la comprensión del fenómeno que se aborda—, la pesadez y arrogancia en la expresión, y los sermones filosóficos que poca o ninguna huella dejan tras su lectura.
Acá se ha buscado como continente del contenido, básicamente, el comentario y la crónica opinática. Dos géneros periodísticos comprometidos y comprometedores, y en los que los autores han eludido con acierto el didactismo y el estilo doctrinario que, desafortunadamente, suele aparecer en nuestra prensa con más recurrencia que la deseada, o necesaria, o justificada.
Ellos no nos están diciendo todo en sus textos, no nos imponen, no critican desde posturas catequísticas, no dan conclusiones absolutas ni arrinconan nuestra propia suerte de seres pensantes. En el texto se denuncia, simplemente, “sin pelos en la lengua”.
Alina, Agnerys, Pepe, Sexto, Ronquillo, José Aurelio, Osviel, Luis Raúl, Luque, Nelson y Tamayo, parten de historias y opiniones sentidas, asimiladas, vividas, analizadas, sufridas, contextualizadas en su dimensión y visión particular que las universalizan, para dejarnos en el placer de pensar, valorar, sopesar y llegar a nuestras propias lógicas como sujetos pensantes no necesariamente opuestos.
Ha sido una fiesta la relectura y una propuesta a meditar para la docencia. En un momento en que la bibliografía práctica del patio es un acto difícil, La maldición del avestruz, al compilar estos trabajos, ofrece la posibilidad a los profesores de llevar a las aulas textos nacidos de las urgencias y emergencias del cubano, narrados de manera concisa, clara y elegante como marcan las reglas más elementales del periodismo, a la vez que las estructuras lógicas y flexibles que presentan, son indicadoras de permanentes propuestas creativas en una profesión irreverente a las fórmulas.
En cursos anteriores, los alumnos de Periodismo de la Universidad de La Habana escribieron sobre sus experiencias con este libro. Cito algunos extractos de sus apreciaciones.
ARE: Los mensajes, tratados con distancia profesional, sentido del humor, ironías, pero sobre todo, con fino estilo, defienden las posiciones que la Revolución necesita para subsistir en el mundo contemporáneo. Critican lo mal hecho, buscan respuestas y, lo más importante, incitan a la acción de los enjuiciados. El robo en la sociedad, el transporte, la situación con el salario y la alimentación, entre otros, son los temas tratados. Las batallas libradas en el periódico no deben cesar, y creo que el libro es la muestra fehaciente de que la prensa puede denunciar, con ejemplos concretos, las debilidades del país. Lejos de perjudicar, los textos como este fortalecen el trabajo que realizamos los cubanos día a día para salir adelante contra un enemigo poderoso.
JRM: Este libro es un ejemplo de periodismo con mirilla y cartucho lleno, un periodismo incómodo para aquel que, al hojearlo detenidamente, se sienta acusado entre líneas. En cada página del libro se palpa la intención de alertar y educar, son trabajos en los que inteligentemente se ha evitado el estilo asertivo de afirmaciones irrevocables, para dar paso a la persuasión seductora, creativa, asentada ésta en la argumentación, el razonamiento y el análisis y sazonada con la anécdota, la ironía, el humor, la cita, el dato, la frase popular, la información factual y las esencias de un hecho, todo sostenido de manera audaz, que no altisonante, ni ampulosa, ni estirada, sino con tonos desenfadados, a veces casi coloquiales.
DGS: A partir del comentario y la crónica opinática principalmente, importunan a los indolentes, indiferentes, cansados, arrogantes, oportunistas, cautelosos y mediocres con poder que, consciente e inconscientemente, retardan el progreso colectivo del país, tal como aparece en la contraportada del libro.
ALPG: El lenguaje claro, preciso, con la frase exacta en el momento adecuado, deja al lector con ese sabor de saberse en la situación que se describe, porque lo que sí sobran son ejemplos de la cotidianidad. Maraña a granel, Volver a la carga, Esa cara oculta, son algunos de los títulos que ponen a reflexionar, por los mensajes que transmiten y la manera que lo hacen: a brazo partido y corazón abierto.
Ese es, a mi modo de ver, otro gran acierto: el de no cerrar la opinión a una sola voz: la del constructor del mensaje. La no negación de interpretaciones al lector. El no despojar al receptor de su propia mirada crítica ante el hecho comunicativo.
Por el contrario, ellos se arriman a modos de expresión que redimensionan la opinión propia para hacerla un producto participativo y robustecido con la voz de todos.
Ojalá, ante la falta de papel, se reprodujera el libro en formato digital. Por ahora, saludemos nuevamente desde la Academia ese esfuerzo del colectivo de autores de Juventud Rebelde y de la Casa Editora Abril. De esa unión que parece abrazar al poeta Baudelaire cuando expresara: “…la mejor crítica es la que resulta entretenida y poética; no esa otra fría y algebraica que, bajo pretexto de explicarlo todo, no tiene odio ni amor y se despoja voluntariamente de toda especie de temperamento”.