La tarde es un presagio. Y no porque en una de las paredes del teatro en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí (IIPJM) cuelgue una foto de Guillermo Cabrera Álvarez, ni porque a la plataforma delantera de esa sala hayan subido dos mesas con dos micrófonos sobre cada una, ni porque en una pantalla se proyecten fotografías que ahora algunos miran y más tarde volverán a mirar como si no las hubieran visto. No. La tarde es un presagio constante porque la vida de Guillermo Cabrera Álvarez también lo fue, y hoy en la víspera de cumplirse 15 años de su repentina muerte, él está ahí y lo recuerda.
Dice Ileana González, la subdirectora docente del Instituto, que son alrededor de 15 o 20 minutos para que cada persona cuente al Guille que conoció.
“Traiga lo que quiera; sobre todo, tráigase a usted”, eso que escribió una vez en uno de sus textos, es la condición que hoy dirige al homenaje. De ahí que de las esquinas de todas las memorias presentes, empiezan a brotar historias. Ya no importa el tiempo. Guillermo no entendía de esas rigideces, así que no tiene sentido vetar los recuerdos.
En la pantalla se derraman algunos de los pensamientos extraídos de su columna, en el diario Juventud Rebelde, La tecla ocurrente: Disfruto el raro privilegio de ser lector de mis lectores / Los periodistas tienen que hablar, escribir y filmar en nombre de quienes no pueden hacerlo / Un periodista sin documentación carece de brújula / Creo en el valor de la palabra y en el compromiso de los seres humanos.
Al terminar esa síntesis, la periodista Katiuska Blanco, cita a Aristóteles quien dijo que “la finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia”. Ahí-precisa Katiuska-hay un punto de partida para pensar qué es una crónica.
Tras sus propios preceptos sobre el género, aprendidos en gran medida de Guillermo Cabrera, leyó uno de sus textos, “Las olas traen los versos”, para rememorar los desafíos asumidos por el periodista, maestro y amigo, como cuando soñó y contó, “a partir de la carcasa de un barco abandonado” en Isabela de Sagua, “las navegaciones y personas que habitaron la nave”.
En la primera fila de sillas, están sentados de derecha a izquierda, Ricardo Ronquillo Bello, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC); Rogelio Polanco, Miembro del Secretariado del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Jefe del Departamento Ideológico y Ariel Terrero, vicepresidente de la UPEC. Más allá de esas responsabilidades, el cargo primero que los hace participar en el encuentro, es haber sido amigos de Guillermo.
-Nos sigue acompañando cuando necesitamos un periodismo más participativo, del cual aflore tanta creación, apunta Polanco y agrega que logró, mediante la crónica, trascender a los espacios físicos.
Guillermo lo decía: “Camino atento a la vida y las cosas van golpeando la sensibilidad”. Una sensibilidad indetenible que también está en “los milagros cotidianos” de los que habla la crónica de Katiuska y que ahora justifica el periodista Roger Ricardo Luis al narrar la relación cariñosa entre Niño y el Guille, “el rey perruno del Instituto” o el “subdirector primero” en los tiempos en los que Guillermo estaba al frente de la institución.
El periodista César Gómez leyó una crónica cargada “de sudor, recuerdos y cocotazos de amor”, cuando “un grupo de ochenta jóvenes de todas las edades, y de toda Cuba, subieron el 21 de julio de 2007, a Llanos del Infierno, en la Sierra Maestra” a esparcir las cenizas que “cayeron felices sobre la hierba” de aquel lomerío.
Halando fuerzas, incluso poniendo en práctica un turismo revolucionario-cuenta César-cual “huracán de espontaneidad que fue siempre”, Guillermo logró, hasta después de muerto, unir a todos y a todas, sin importar si eran “ministros, camioneros, futuros cosmonautas, o ex cualquier cosa”.
“Lo de la Tecla ocurrente-continúa César- fue la obra cumbre del Guille”. En esa idea coinciden todos, tanto los periodistas presentes, los que están conectados a través del sistema de videoconferencias de la UPEC como los propios tecleros, nombre asumido por los integrantes de ese movimiento que se armó a partir de las tertulias sobre sus textos y que no demoró en expandirse por toda la Isla.
Solo alguien que-como escribió- se ha metido en la vida del pueblo al que pertenece puede “convertir su columna semanal en Juventud Rebelde, así de estrechita-describe César-en todo un suceso social”.
El día que el Guille se desplomó en Guaracabuya, ese “pueblo enamorado” del que habla Polanco, o la capital oficial de La Tecla, y salió volando-imagina Katiuska-como una de las mariposas amarillas de Gabriel García Márquez, absolutamente todos los presentes, comprendieron que había sido un acto planificado.
Hasta con su muerte rindió culto al apodo con el que lo bautizara Fidel durante el VII Congreso de la UPEC, porque solo alguien como el Genio podía ser crónica viva y encarnar una concentración tan alta de cariño, respeto y admiración profesados por colegas y amigos.
El año próximo, cuando cumpliría 80, bien podría ser un año “guillermiano”, que es lo mismo que 12 meses llenos de ocurrencias periodísticas y de uniones creativas; eso, para decirlo con Fernando Martínez, quien hace tres años y medio heredó los laberínticos pasajes de La tecla, sería el mejor homenaje para el Guille, “ese otro nacedor” que a la manera de Eduardo Galeano, ha parido Cuba.
Foto de portada: Maykel Espinosa Rodríguez/ Cubaperiodistas.
Excelente reseña de un homenaje a nuestro Guille, quien merece ser más conocido, en primer lugar por los jóvenes periodistas cubanos y por aquellos que aspiran a ejercer esta profesión que nos compromete a ser cada día más cultos, más luchadores y sobre todo más comprometidos con nuestros lectores. ¡Gracias!