El periodista Pastor Batista me ha pedido que presente su libro Entre col y colegas, de reciente publicación por la editorial Pablo de la Torriente Brau, de la Unión de Periodistas de Cuba, y el primero donde estampó su rúbrica autoral. Acepté, primero porque es mi amigo y colega, y segundo, porque me toca de cerca el tema que aborda. En efecto, siempre he simpatizado con la anécdota como recurso periodístico, tanto por su capacidad para sugerir como por su potencialidad para colorear.
El acierto en su empleo humaniza las historias, desalmidona el texto y lo potabiliza para su entendimiento. La anécdota dice mucho en poco, y lo que es aún mejor: cuenta algo, propósito supremo de esta profesión tan maltratada por la notoria falta de creatividad cuando tomamos asiento frente a la cuartilla en blanco. El caso es que me lo leí de una sentada, lo disfruté y me divertí con tantas ocurrencias y tomaduras de pelo en las que comulgan tanto las víctimas como sus victimarios. Supongo que no a todos los gremios les está dada la posibilidad de mofarse de sí mismo.
El nuestro es, quizás, el que más sucesos simpáticos genera, tal vez porque quienes integramos su nómina solemos permanecer en grupos en las coberturas, con mucho tiempo disponible mientras la proverbial impuntualidad hace de las suyas, lo cual favorece la broma y el chucho. Las mejores anécdotas afloran en esos momentos, y no solo protagonizadas por los humoristas que nunca faltan, sino, incluso, por quienes están lejos de serlo. Pero una cosa es relatar oralmente una anécdota y otra escribirla con gracia y estilo. Para llevarla al papel es imprescindible, amén de fidelidad con lo ocurrido, fantasía para recrear matices. Obvio, no todos disponemos de ese don, pues a muchos la rutina nos ha enquistado la pésima usanza de mirar el mundo solo a través del prisma ideológico, lo cual no es criticable siempre que no se subestime su costado humano.
Pastor cuenta con la rara habilidad de descubrir perfiles anecdóticos en los más heterogéneos escenarios. Como él dice en la introducción de Entre col y colegas, los atrapa “lo mismo en la vorágine del trabajo que en el chanchullo de una fiesta”. Desde esa cuerda, y con la ayuda de terceros, recopiló un puñado de anécdotas cuya autenticidad no admite dudas.
El libro las recoge desde la jocosidad y el respeto, que aquí no resultan para nada excluyentes. Como si se hubiera propuesto considerar un balance territorial –a imagen y semejanza de ciertos medios de prensa- la obra incluye anécdotas habaneras, camagüeyanas, villareñas y, desde luego, tuneras.
Varios colegas aparecen aquí, sorprendidos in fraganti por la pluma del autor en un papelazo mayúsculo o en una circunstancia risible. Hay también –como en los medios de marras-, balance de temas: profesionales, callejeros, domésticos, festivos y hasta policiales.
En fin, Entre col y colegas es un regalo lectivo que, aun a riesgo de ser tildado de chicharrón, recomiendo expresamente a quienes se interesen en este tipo de temas y sean incondicionales de la sonrisa. Para finalizar, una observación: sospecho que no le tocará a Pastor reseñar la anécdota de cómo quedarán los semblantes de los colegas presentes cuando conozcan el precio del libro.
Tomaré nota de ese momento y tal vez me embulle a escribirla. Pero, también entre col y col, no hay motivos para el regateo ni la tacañería. Tal vez a la vuelta de la esquina, la col de un mercado agropecuario deje exhausta nuestras billeteras, y dudo de que la rabia por tamaño desvalijamiento inspire una anécdota.
(Tomado del Facebook del autor)