El 11 de junio de 1892, en el periódico Patria, José Martí expresa el gran aprecio que siente por Juan Gualberto Gómez
Aunque sería un error decir que su legado patriótico, revolucionario y periodístico es desconocido, la divulgación de su pensamiento y acción es aún insuficiente, dado su extraordinario papel en las páginas de la historia de Cuba.
Baste con señalar que fue el “hermano mulato” de José Martí, quien le diera misiones importantes en la preparación de la Guerra Necesaria. Fue un incansable luchador por la igualdad y la fraternidad de los seres humanos: por algo los dos primeros periódicos que fundó en Cuba llevaron esos nombres. Y también recordar su visión y sus acciones al oponerse a la Enmienda Platt, impuesta por Estados Unidos a Cuba como apéndice a la Constitución de 1901, que hizo nacer una república mutilada, oprimida y saqueada por los gobernantes y monopolios norteamericanos.
Las lecciones para todos los tiempos que dejó a los cubanos son inconmensurables. De ahí que el nombre de Juan Gualberto Gómez esté inscripto entre los grandes de la patria.
El joven liberto
Advierto al lector que la brevedad de esta nota periodística nos obliga a centrarnos solo en algunos episodios significativos de la vida de este hijo de esclavos, nacido el 12 de julio de 1854 en una finca del ingenio Vellocino de Oro, de Sabanilla del Encomendador, en Unión de Reyes, provincia de Matanzas, y quien vivió intensamente durante casi 84 años.
Allí, en aquel pedazo de su tierra natal, vio en sus primeros años de vida, en barracones y cañaverales, a los mayorales descargando sus látigos sobre las espaldas de no pocos de sus hermanos negros, y de ahí que luchar contra la esclavitud y por la libertad y justicia estuvo entre sus primeras inquietudes sociales.
Él tuvo el privilegio, si así es posible llamarlo, de que sus padres lograran reunir 25 pesos oro y compraran su carta de libertad cuando aún estaba en el vientre de la madre. Eso le abrió las puertas como negro liberto a que pudiese ir a un colegio. Aprende a leer y escribir, desarrolla su inteligencia y adquiere tales conocimientos que todos disfrutan y admiran, incluso Catalina, la dueña del ingenio.
Tenía solo 15 años cuando se produce el alzamiento del 10 de octubre de 1868. Al año siguiente, sus padres, con la ayuda de Catalina, logran que Juan Gualberto vaya a Paris a estudiar el oficio de carpintero de carruajes. Allí es donde empieza a vincularse a los ideales separatistas y de igualdad para todos los hombres. Influye mucho en ello la presencia en la capital gala de Francisco Vicente Aguilera, quien le solicita su contribución como intérprete.
Hechos como la Comuna de París, la primera revolución proletaria de la historia, acaecida en esa década, y que la prensa cubana en el exilio, abierta o disimuladamente, no dejó de manifestarle solidaridad por considerarla expresión de lucha por un mundo mejor, posiblemente también contribuyeron a una radicalización del pensamiento del entonces joven estudiante cubano.
El periodista
A juzgar por lo escrito por el propio Juan Gualberto en 1890, en el primer número del refundado periódico La Fraternidad, no ocultó que “imberbe aún, al abandonar los bancos del colegio, inicié mis trabajos periodísticos defendiendo los principios de la Revolución de Yara”.
Sin suficientes recursos para lograr que Juan Gualberto se mantenga en Francia, los padres le demandan su retorno a Cuba. Pero él decide permanecer en Europa y agenciarse la manera de buscarse fondos para su manutención. Y ahí comienza su carrera periodística. Trabaja como corrector y buscando noticias; más tarde como articulista de publicaciones de Francia, Suiza y Bélgica. Y, desde entonces, el “bichito” del periodismo lo acompañará el resto de su vida.
Regresa definitivamente a Cuba tras el Pacto del Zanjón, consciente de que su letra y espíritu ahondará más la crisis y que las luchas futuras entre cubanos y españoles “serán más violentas que las pasadas”. Funda La Fraternidad y, a la vez, colabora en La Discusión y La Lucha. Después, cuando lo encarcelan y destierran (1879), durante siete años ocupa responsabilidades de dirección en El Abolicionista y en La Tribuna, actúa como editorialista y cronista parlamentario de los periódicos El Progreso y El Pueblo, todos editados en la misma España.
Tras diez años de destierro, vuelve a la patria en 1890 y lo primero que hace es refundar La Fraternidad y, posteriormente, La Igualdad para servir a “la libertad pública de mi patria”.
El columnista e investigador Ciro Bianchi, al hablar sobre el periodismo de Juan Gualberto, señaló que apenas dejó transcurrir un día sin llenar una cuartilla en blanco, y recordó una anécdota que retrata al mulato matancero. En una de las ocasiones en que estuvo preso en el Castillo del Morro, Juan Gualberto le escribe a un amigo y no le pide medicinas o alimentos para enfrentar las privaciones de la cárcel, sino diez centavos para comprar papel, pues no tenía ni una sola hoja para el artículo del día siguiente.
Su amigo José Martí
A finales de 1878, en La Habana, ha conocido a José Martí, con quien sostiene frecuentes encuentros en los bufetes de los abogados Nicolás Azcárate y Miguel Viondi. Ambos coinciden en sus pensamientos sobre que el Zanjón no era más que una tregua, y que era necesario consagrarse a conspirar para renovar la lucha libertadora.
Conspiran para ayudar con armas y recursos a los alzados en Oriente y en Las Villas durante lo que se llamó La Guerra Chiquita. En tales propósitos, Martí y Juan Gualberto fomentan una fraternal amistad. En septiembre de 1879, cuando almorzaban juntos, Martí es detenido y desterrado por segunda vez a España. Tiempo después, a Gómez lo deportan a Ceuta.
Nunca más ambos pudieron verse cara a cara, pero no dejaron de profundizar su amistad e intercambiar ideas y proyectos, así como coordinar acciones revolucionarias, a través del correo o emisarios.
Coincidieron también en las batallas por la igualdad en el tema racial, en las que Juan Gualberto no descansó jamás. La campaña que este inició en Cuba en 1890 y 1891, basada en los principios que sustentó en su artículo “Por qué somos separatistas”, y que lo guió a fundar La Fraternidad, “un periódico netamente separatista”, mereció que José Martí le mandase una carta de felicitación. Y le confió, después, al designarlo delegado del Partido Revolucionario Cubano en la Isla, la tarea de organizar dentro de Cuba el levantamiento del 24 de febrero de 1895, que marcó el inicio de la nueva etapa independentista. Se convirtió así en el puente natural entre los conspiradores dentro de la patria y Martí.
Ya en tiempos de la República, Juan Gualberto contó que la última carta de José Martí a él fue escrita la víspera del día en que salió para Santo Domingo a reunirse con el general Máximo Gómez, antes de viajar a Cuba y desembarcar por Playitas. Y al final de su carta, Martí le decía: “¿Lo veré…? ¿Volveré a escribirle…? Me siento tan ligado a usted, que callo… Conquistaremos toda la justicia”.
Esta última frase es significativa por el momento en que se dijo. Expresa, en fin, que tanto Martí como Juan Gualberto, a quien se la confía, no tenían solo su vista puesta en alcanzar la independencia, sino conquistar toda la justicia para todo nuestro pueblo y la humanidad.
Consecuente con el legado martiano
Al no fructificar el intento de levantamiento en el occidente cubano, el 24 de febrero de 1895, y ser arrestado por las autoridades españolas, Juan Gualberto cumple una nueva prisión en España. Cuando sale de la cárcel, va a Francia, y desde allí le escribe a don Tomás Estrada Palma: “¡España no puede más! Yo traigo la impresión directa y fresca, de que allí todo está agotado: recursos materiales, entusiasmo y fuerza moral. La pérdida de Cuba está descontada… ¡Por todos los santos del cielo! No cedan ustedes un palmo de terreno: no desmayen ni se dejen seducir por nadie. La independencia completa, absoluta e inmediata, fuera de esa solución no acepten ninguna otra… No hagamos bancarrota a la hora del triunfo. Por nuestros muertos y por nuestros hijos, perseveremos…”
Irónicamente, el receptor de esa carta fue quien estimuló la intervención militar norteamericana en Cuba y, después, se convirtió en el testaferro político de los círculos de poder de Washington en la Isla.
Al volver a Cuba, Juan Gualberto fue uno de los que consideraron totalmente inaceptable la Enmienda Platt, la cual reglamentaba, en tres de sus artículos, el derecho de intervención de Estados Unidos, la omisión de Isla de Pinos de los límites nacionales y la venta o arriendo de tierras para establecer bases navales o carboneras. Fue uno de los 11 delegados de la Convención que mantuvieron hasta el final el voto en contra de ese oprobioso apéndice constitucional que convertía a Cuba en una neocolonia.
El entonces gobernador militar norteamericano, Leonardo Word, intentó comprarlo. Le ofreció para acallarlo la dirección del Archivo Nacional, puesto jugosamente remunerado entonces. Juan Gualberto rechazó ese ofrecimiento. Días después, un periodista le preguntó por qué lo había hecho, y él respondió: “Porque yo, ‘vate’, no me dejo archivar”. Y otro digno gesto suyo fue renunciar a la jefatura de Redacción del diario La Discusión porque sus dueños determinaron dejar de combatir la Enmienda Platt.
A lo largo de la república neocolonial, como polemista de primera línea, en sus artículos y crónicas denunció la corrupción de los políticos y las genuflexas posturas de los proanexionistas. Mantuvo, en fin, una actitud consecuente con el legado martiano.
Así de digno fue Juan Gualberto. Nada le impidió trabajar para conquistar toda la justicia hasta que falleció, el 5 de marzo de 1933. (Publicado en Bohemia el 11 de julio de 2014. Ilustración Isis de Lázaro).