Considerado un periodista de primera línea, se desempeñó como corresponsal en Madrid, España, de publicaciones cubanas y norteamericanas, un cervantista de rango, miembro de varias corporaciones académicas y un erudito cuyos estudios le valieron el reconocimiento de círculos intelectuales de Europa y América. Se llama José de Armas y Cárdenas e hizo célebre el seudónimo de Justo de Lara. Si José Martí es el gran periodista del siglo XIX cubano, Justo de Lara, precisó Cintio Vitier, es el primer periodista profesional de dicha centuria. El seudónimo le sirvió para dar nombre al más importante concurso periodístico de los que se convocaban en la República.
José de Armas y Cárdenas nació en Guanabacoa, el 26 de marzo de 1866. Su padre, autor de la novela Frasquito, fue escritor de rica y variada temática, y traductor al inglés de obras de Calderón y Echegaray; la madre, también traductora, colaboró con narraciones y artículos en numerosas publicaciones. El abuelo paterno fue, asimismo, un periodista notable, mientras que por la línea materna tenía como pariente cercano a José María de Cárdenas, quien firmó sus artículos de costumbres bajo el seudónimo de Jeremías de Docaransa.
Con tales antecedentes, De Armas encontró la mesa puesta para su periodismo e investigaciones. Desde niño aprendió con los suyos el inglés, lo que le dio acceso directo a las literaturas inglesa y norteamericana, le permitió traducir a Shakespeare de manera notable y desplegar su quehacer periodístico desde las páginas de The Sun y The New York Herald, para los que escribía directamente en inglés, zona esta apreciable de su labor que permanece desconocida en español.
Parte de su infancia y adolescencia transcurrió en Nueva York, hasta que en 1874 regresó a Cuba para realizar los estudios de segunda enseñanza. Al concluirlos, matriculó la carrera de Derecho, pero jamás ejerció la abogacía. En 1889, ya casado, viajó a la región española de Santander con el único propósito de conocer personalmente al crítico Marcelino Menéndez y Pelayo, con quien mantuvo relaciones epistolares y que siempre distinguió su labor a partir de que el cubano, a los 16 años de edad, diera a conocer sus investigaciones iniciales sobre Miguel de Cervantes, el Quijote apócrifo, de Alonso Fernández de Avellaneda, y La Dorotea, de Lope de Vega, pues Justo de Lara fue un ser de precocidad prodigiosa.
Cuando estalla la guerra del 1895, De Armas creyó prestar un gran servicio a la causa cubana al gestionar con Cánovas del Castillo, presidente del gobierno español, la compra de la independencia de la isla por trescientos millones de pesos, que serían entregados a la Corona por empresarios ingleses bajo la garantía del gobierno norteamericano. Se ha discutido la veracidad de las entrevistas Armas-Cánovas.
Establecido en Estados Unidos, fue redactor de The Sun y corresponsal de ese periódico en la guerra hispano-cubano-norteamericana. Está llena de dignidad la actitud de De Armas cuando, casi al final de la contienda —enterado de las negociaciones relativas a la rendición de la importante plaza militar, de Santiago de Cuba, que sostuvieron norteamericanos y españoles a espaldas de los patriotas cubanos—, lo hizo saber al mayor general Calixto García, quien a su vez le encomienda que escribiera en su nombre la enérgica protesta por la humillación a la que se sometía al Ejército Libertador, ignorado en los acuerdos, y al que, en definitiva, no se le permitió asistir a la rendición de Santiago de Cuba.
Sin embargo, como lo demostró más tarde en sus folletos titulados Los dos protectorados (1906) y El protectorado (1907), De Armas jamás confió en la capacidad política de su pueblo para regir sus destinos soberanos. Peor. A su juicio, la independencia no se conquistó en Cuba gracias a una lucha que se extendió a lo largo de más de treinta años, sino por el concurso del ejército norteamericano.
Cuando la segunda intervención militar yanqui, que sumió al país en la confusión y el desasosiego, De Armas inició en el Diario de la Marina una campaña que puede sintetizarse en estas palabras: “Cuba debe ser para los cubanos bajo la garantía y protección de los Estados Unidos”.
Durante los diez últimos años de vida, José de Armas residió de manera casi permanente en Madrid. Volvió a La Habana en 1919 y aquí murió, el 28 de diciembre de ese año.