“En el arte de vivir, el hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte, es el escultor y el mármol, es el médico y el paciente”.
Erich Fromm, Ética y Psicoanálisis.
La cultura de los mass medias deslegitimó todos aquellos patrones positivistas que antaño nos regían. Esta cultura altamente influenciada por el consumo de dispositivos tecnoelectrónicos, promueve a los sujetos sociales a hacer nuevas lecturas de su entorno y, buscar otras maneras de asumir la realidad y el mercado.
El auge de los mass medias en la cotidianidad del hombre, en especial la televisión, ha contribuido al uso y consumo simbólico de la palabra y de la imagen, lo cual se expresa en la nueva estética social y cultural que el sujeto asume.
Gabriel Ugas Fermín (2000) en una clase magistral del primer semestre de la Maestría en Educación, Mención Enseñanza de la Geohistoria, aludió a su tesis de ascenso postdoctoral, y señaló que “los lenguajes de la imagen suponen una educación no conformada con los significados aparentes del objeto, antes bien el sujeto se abre a descubrir ambigüedades ocultas más allá de la simple analogía”.
A través de la imagen, grandes corporaciones han introducido no solo su cuota de responsabilidad social para los consumidores que se identifican con sus productos, sino que los han educado sobre temas de interés internacional, de tal manera que han creado modelos de consumo que igualan las diferencias y crean modas e invaden el mercado. y, los imitan, los competidores.
Este consumo simbólico de la palabra y de la imagen puede ser, también, desvirtuado en sus significados reales para lograr imponer, en otros segmentos del mercado, la cultura de las elites a los grupos sociales minoritarios que desean ser tomados en cuenta y participar, sin conocer de las manipulaciones (y los escenarios de construcción), del mercado y asumir lo que dicen sin discriminar lo que consumen.
Se debe tener presente que en la televisión predomina la imagen sobre el texto y lo oral sobre lo escrito. Los mensajes utilizan más la lógica de la emoción que la lógica de la razón, intentando siempre captar la atención del espectador. Es la convergencia entre sonido e imagen lo que hace que el espectador esté más pendiente del componente visual, desarrollando el “fenómeno de la evasión”, con la característica pasividad, abstrayéndose del resto de la pantalla.
La popularidad de la televisión ha provocado que el lenguaje, empleado en este medio, se convierta en modelo para muchas personas. En los mass medias, sobre todo en el televisivo , en los que respecta a la programación, producción y diseño de la imagen que se transmite al sujeto, en tanto objeto de su maniqueísmo, a través de las modas léxicas se crean nuevas subjetividades que trastocan los estereotipos, los lenguajes, los discursos, creando y construyendo imágenes que, en muchos de los casos, no concuerdan con los rasgos “coenofílicos”, ni con los patrones de consumo local.
En ello concuerda Jesús Martín-Barbero (1988), al señalar que “la inexistencia de políticas para la programación televisada y la ausencia de productores independientes que propongan innovaciones en el diseño del mensaje y del lenguaje —y la copia de los formatos reiterativos de las televisoras comerciales—, son problemas que han sumido a las televisoras públicas en la postración y, en la soledad, debilitando la programación de las mismas”.
Es importante señalar que las televisoras privadas se manejan con lógicas comerciales bastante significativas, y, por la cuantía de la inversión económica que conlleva a la diversificación del mercado y la racionalización de los procesos de producción, no están de acuerdo con los mecanismos de control que les impone la Comisión Nacional de Telecomunicaciones de Venezuela (CONATEL).
Esta situación mejoró en el país desde el año 2004, con la aprobación de la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión. En ella se regula el uso del lenguaje y se imponen horarios para la programación, actuando de conjunto con la Ley de Protección del niño, niña y adolescente (LOPNA; 2000), para evitar que los menores de edad observen la programación sin la corrección de sus padres o responsables de su cuidado.
Si bien el problema adolece de la falta de una producción de calidad y compra de “refritos” norteamericanos, que se entremezclan con nuestra cultura, no es menos cierto que la inexistencia de una normativa que regulara estas emisiones en el país, llevaban a la televisora nacional a la bancarrota.
Nuestra habla se encuentra en constante proceso de evolución. ¿Pero será renovación o vamos hacia la pobreza expresiva? El cambio de la letra, el uso del infinitivo por el gerundio, la confusión de las formas verbales y el ingenio a la hora de instaurar giros y modismos fónicos, expresiones nuevas, son síntomas irrefutables de que el idioma español es una lengua con mucha vida, que está despierta y en estado dinámico.
Aun cuando los reacomodos son síntomas de la buena salud “per se”, las relaciones del mercado globalizado y “esas otras formas de estar juntos” (Martin Barbero, 1999), los investigadores de la lingüística opinan que la lengua se está vulgarizando, lo que no significa una devaluación sin compensaciones; sin embargo, es de hacer notar que la incorporación de un nuevo léxico enriquece la lengua.
El lenguaje como facultad humana se aprende y educa, en primer lugar, en el entorno familiar, y se rediseña con la interacción en otros lugares, como la escuela, la iglesia, los mass medias, los centros comerciales o los cybors (plural de cyber) para producir los discursos que se emiten en los contextos en los que se socializa.
Georges Gusdorf — filósofo e historiador de las ideas francés—, nos presenta en esta reflexión o parafraseo, al hombre como principal agente en el desarrollo de la comunicación. Al hombre sometido a un flujo constante de mensajes, y le invita a asumir la comunicación como un acto: de afirmación de su ser, de fortalecimiento de la identidad, que le permite controlar su tiempo y espacio y, además, actuar sobre y con los demás.
La palabra comunicación es indicativa de una acción bidireccional en la que se realiza un intercambio de información, o sea, los seres humanos dependen críticamente de su capacidad de comunicar para interactuar, con el fin de afrontar las demandas de una vida en sociedad. Esta bidireccionalidad, entre interlocutores en la televisión, se consigue a través de la “interactividad”, palabra que no encierra toda la gama de matices que puede tener la comunicación como en la radio, sino en la cuota de pantalla que consigue cada programa.
Los espacios de los medias son “lugares” (Augé, 1997), donde fluyen relaciones temporo/espaciales en los cuales se legitiman por el consumo de la palabra, generadora de discursos, los sentidos y significados que en él se imprimen. Asimismo, en ellos se legitiman las formas sociales particulares que re-construyen el carácter subjetivo de las historias particulares y colectivas y las tradiciones del sujeto.
Lo interesante de todo esto radica en que la lengua es babélica y, no existen dos sistemas de lenguas lo suficientemente parecidas para considerar que representan la misma realidad social. En este sentido, Ferdinand de Sausurre — lingüista, semiólogo y filósofo suizo (1945:60)—, planteaba que “la lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso, comparables a la escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a las señales militares, etc., etc. Solo que es la más importante de todos esos sistemas”.
La lengua, deslindada así del conjunto de hechos del lenguaje, es clasificable entre los hechos humanos, mientras que el lenguaje no lo es. La lengua como expresión social otorga identidad y sentido de pertenecía al sujeto con sus contextos, con una realidad particular y, de lo cual no se exime el lenguaje como facultad, por la que ese sujeto se implica en una cultura.
La palabra emitida a través de la lengua es la que le da significado y sentido al sujeto, según la realidad social en la que se emite, en la que se expresa. Esta afirmación reconoce el papel fundamental que posee el lenguaje como transmisor de la cultura.
En ese orden de ideas, Romaine (1995: 51) afirma que a menudo suele repetirse que el vocabulario de una lengua constituye el inventario de las entidades de que se habla en una determinada cultura, inventario ordenado y categorizado de modo que se establezca un cierto orden sobre el mundo. Sin embargo, el lenguaje no es el reflejo de una realidad objetiva que cada lengua modera a su manera. Le lengua nos ayuda a darle sentido al mundo, el lenguaje nos ayuda a construir el modelo.
El sujeto como noción y categoría está en constante mutación. La noción sujeto tiene lecturas en correspondencia con la racionalidad epocal. Deviene sujeto social en la coexistencia transversal de lo vivido, la convivencia y las diferencias que le dan al individuo pertenencia al grupo, y al grupo consistencia por los individuos que lo conforman. Tal como lo señala Deleuze (cfr. Ugas Fermín, 1997:25): “No son los individuos los que constituyen el mundo, sino los mundos plegados, las esencias, los que constituyen a los individuos”.
El sujeto se constituye en actor social que interactúa según reglas de ordenamiento, dando por añadidura la del pensamiento, es decir, las distintas formas en la que participa de la convivencia y la sociabilidad los preforma como sujetos sociales. A partir de su comportamiento y desarrollo vital cognitivo, participa en la sociedad. El sujeto social refiere una tradición, una memoria, un código ético y moral, que pasa por lo natural, por ser los modos y las maneras admitidas como normal en la relación con los otros, acorde con valores que guían las relaciones sociales y las reproducciones que en ella se generan.
La redefinición del término por el descentramiento y la autoafirmación diferenciante, cuyas prácticas ciudadanas no concurren hacia un eje de lucha focal, sino que se disemina en una pluralidad de campos de acción, en la homogenización y fragmentación por las prácticas culturales donde las demandas dependen más de la elocución en los actos comunicativos, y no de los sistemas políticos que logran fluir por múltiples redes de información, el sujeto deviene actor frente a otros actores.
En los actos comunicativos siempre hay un contenido motivacional y expresivo por el que se expresan los sentidos y significaciones que el pensamiento asume; el intercambio que se da entre las personas y los procesos de interpretación que se desencadenan es lo que el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas (cfr. Córdova, 1995: 53), denominó consenso racional.
En este proceso consensual se aprovisiona el hombre de los rasgos identitarios del lugar con un conjunto de signos, vocablos, giros y modismos fónicos, los cuales el sujeto social implementa para hablar y referirse con propiedad sobre un tema, para socializar y comprar su estadía en el grupo.
Esta situación dialógica con el medio, entre sujetos, bidireccional que ha sido siempre la comunicación, se expresa de otra manera en el performance que sobre comunicación manifiesta Edgar Tovar (2008:1). Él dice que es la elicitación de una respuesta. Es decir, todo a nuestro alrededor comunica, aún los seres inanimados. La danza de las abejas, de Kart Von Frisch, un terremoto, una sonrisa, un grito, un laúd. Hay que ser cuidadosos en este sentido, la primera se refiere a la comunicación humana y, la segunda, es más amplia y abstracta.
El término comunicación es omnipresente, puede referirse a todo lo que existe, a personas, animales y seres inanimados. La comunicación se constituye en todo un sistema infinito y continúo de relaciones, por eso podemos hablar de comunicación animal, electrónica, masiva, humana, etcétera.
Sin embargo, la comunicación humana resulta omnipresente y omnipotente, es la protagonista de ese quehacer comunicacional por la amplia facultad que posee el sujeto para hacerlo. En tanto elabora el pensamiento y, le da sentido y significado a la palabra, apropiándosela desarrolla el/los discurso(s) a través de los cuales interrelaciona con los demás.
Dance (cfr. Tovar, 2008: 2) expone su punto de vista de la siguiente manera: “(…), el ser humano tiene acceso a todo el ámbito de los medios no simbólicos de comunicación disponible para todos los animales y para la materia inanimada. Pero a diferencia de cualquier otra criatura o creación, el hombre posee la capacidad de comunicación mediante el uso de símbolos”.
El hombre hasta ahora era el único animal considerado comunicativo/comunicable. Desde luego, no se pueden despreciar los experimentos con perros Dol en Siberia, en lo que a través de los timbres del aullido se ha logrado comprender su organización familiar, en actividades como apareamiento, hora de comer, recogida de la camadas o crías, entre otras experiencias registradas.
La diferencia está en que los animales emiten señales, y el hombre posee un lenguaje que le hace capaz de hablar de sí mismo, de reflexionar sobre sí mismo, de pensar. Dentro de las ideas que sintetiza Sartori (1998:24), acerca de este punto nos dice que “(…) el lenguaje esencial que de verdad caracteriza e instituye al hombre como animal simbólico es “lenguaje-palabra”, el lenguaje de nuestra habla”.
En este mismo orden de ideas, Sebeok (cfr. Esté 1997:108) sostiene que “el lenguaje es un sistema modelador, pero difiere de las representaciones mentales del animal al ser capaz de estructurarse jerárquicamente respondiendo a prioridades lógicas y, en el caso de la lengua, a prioridades sintácticas”.
A diferencia de cualquier otra criatura, el hombre posee la capacidad adquirida de comunicarse, de ser “loquax”, mediante el uso de símbolos, signos y señales idóneas de intercambiarse en la interacción social, para interpretar la realidad, orientar su existencia e interactuar con los demás.
En las distintas lecturas de lo real se difunden diversos mensajes y respuestas interpretativas por las propias prácticas sociales cotidianas en donde las relaciones sociales de ese sujeto, construyen y reconstruyen su experiencia fundamentar con la vida. El pensar, el generar el pensamiento evocando la experiencia, para comunicar lo que siente en el otro y por el otro, para hacernos entender y comprender por el otro.
La “interacción” es una palabra clave en la comunicación cuando se ejercita, cuando se dialogiza, pues cada interlocutor se coloca en el lugar del otro, para percibir el mundo de la misma manera, implica un rol y el empleo de una mutua empatía, o sea, es la proyección de cada quien en el estado interior o en la personalidad de los demás.
La comunicación tiene, entonces, una virtud creadora, da a cada quien la revelación de sí en la reciprocidad con el otro. En el mundo de la palabra ocurre la edificación de la vida personal prestándose la comunicación bajo la forma de una explicitación de valor. La gracia de la comunicación en la que uno da recibiendo, en la que uno recibe dando, es el descubrimiento del semejante, del prójimo, del otro yo mismo, porque se identifica con el valor, cuyo descubrimiento se logra a merced de un encuentro, que se hace propio: la palabra.
Es la puesta en práctica de la racionalidad que está conformándose con los distintos aprendizajes que tienen los distintos contextos en los que se socializa. La comunicación cuando ocurre en la forma adecuada, confiere poder a los conocimientos, a los saberes y a los sentimientos de una persona. Es decir, quien sabe comunicarse tiene poder: de dejar constancia en el mundo de influir sobre otros, transformar, alterar…
Señala Gusdorf que “la palabra es para el hombre comienzo de existencia, afirmación de sí en el orden social y en el orden moral. Antes de la palabra solo hay en el silencio vida orgánica que, por lo demás, no es un silencio de muerte, pues toda vida es comunicación”.
La palabra inicia al hombre en su relación social. Lo que hace único al homo sapiens es su capacidad simbólica de convertir la palabra en lenguaje y, el lenguaje en discursos (Sartori: 1998:23). La evolución del hombre corre paralela al desarrollo del lenguaje y, de los avances tecnológicos que la apoyan y la procesan. Fue así como la escritura y el uso de la palabra pasaron a ser “bienes perdurables” en la cotidianidad y, en el mercado.
Si bien la palabra muere con el hombre, su esencia plasmada en la escritura perdura en la historia. Al almacenar, expandir y explotar el lenguaje como un medio de control simbólico, el sujeto no solo tuvo el control de la realidad, sino que se estableció como una condición fundamental para la privatización de la mente.
El hombre a través de las palabras que son símbolos que evocan representaciones, y por lo tanto llevan a la mente figuras e imágenes de la realidad, de objetos visibles como abstracciones que denotan y connotan resultados visibles/reales en la cotidianidad, articulan el lenguaje para el procesamiento de la información cuyo poder como código al alcance del colectivo le ayuda a percibir la realidad y a sobrevivir en ella.
En el diseño del mensaje de los mass medias tienen una gran responsabilidad los actores que lo argumentan, ya que informarán de lo que es diferente en lo cotidiano, buscarán la primacía informativa y la originalidad y singularidad que desemboca en la uniformidad de la audiencia y la banalización del acontecimiento.
En la televisión coexisten varios lenguajes, se combina lo visual, lo acústico y lo verbal. Existen lenguajes dentro de otros lenguajes. El lenguaje televisivo utiliza recursos y técnicas del cinematográfico (encuadre, sucesión de planos, secuencias, etc.); del periodístico toma en los informativos los modelos de boletines informativos, reportajes entrevistas, entre otros; y del lenguaje radiofónico, desde la estructura de la programación hasta el concepto de audiencia tipo, o el estilo coloquial, directo o conversacional en el proceso comunicativo.
En este medio la palabra debe hacerse, convirtiéndose en visual, para suplir a la vista. El oyente se transforma en un ciego involuntario que quiere recibir a plenitud lo expresado, la información y las referencias de lo que se lee. Solo cuando se lee la escritura en voz alta por un locutor, entonces el acento de una grafía adquiere ánima o soplo de vida.
Por esta razón retomo la idea de que la palabra como grafema es un privilegio de algunas civilizaciones que han alcanzado tal grado de especialización. Los indios samis, del norte de Europa, todavía mantienen un sistema de comunicación oral, no han permitido la escritura de sus tradiciones y su cultura.
La primera utilidad de la palabra fue constituirla en grafos, otorgarle grafía, para disponer de un sistema de representación de las ideas y del pensamiento, lo cual permitió conservar la información para transmitirla a otras personas. La palabra en sí misma es texto y, es registro. O sea, del mismo modo que los sonidos se unen para formar palabras y estas se agrupan de una vez en enunciados, los enunciados se combinan para formar unidades superiores en los textos y en el discurso. Los enunciados que componen un texto deben estar relacionados con el significado, de manera que se presentan como elementos al servicio de un tema en común.
La palabra y el texto tienen como función primordial transmitir información, dependiendo del ámbito en que se producen son textos periodísticos, publicitarios o científicos técnicos. Atendiendo a la intención y a la función comunicativa que predomina en ellos, pueden ser persuasivos, informativos, prescriptivos y literarios.
La experiencia es parte del sujeto en sí mismo, se adquiere a través de la sociabilidad y, en ella se exponen/explicitan las representaciones sociales y culturales, configuradas desde el nacimiento y desde antes del nacimiento en el sujeto, a través de la lengua.
Por lo tanto, el pensamiento se ejecuta como expresión voluntaria de la razón educada, en tanto el hombre desee comunicarse. Como señala (Pereira, 2001), en los procesos comunicativos tenemos que señalar tres dimensiones que afectan al proceso comunicativo: en primer lugar, una dimensión cultural que permite proyectar un discurso individual, personalista, cargado de los matices del emisor; en segundo lugar, la tecnológica, en la cual la instrumentalización para socializar la información debe fascinar al oyente, aunque esto no quiere decir que su significado funcional sea el mismo; y, en tercer lugar, la realidad social que tiene que ver con la visualización de otros problemas y otras lógicas para pensar y asumir la realidad y la palabra.
El objetivo de la comunicación no es tecnológico, en esencia es natural y humano, por lo tanto, cultural (Pereira, 2010); es así que concierne a la comprensión de las relaciones entre los individuos y entre estos y la sociedad. Por eso, Michel Foucault en su libro La Historia de la Sexualidad, en el capítulo II, sobre “El Método”, señala que la palabra y, con ella el discurso, genera poder, no cuando se conocen las relaciones de fuerza, citando a Maquiavelo, sino cuando se conocen los mecanismos de las relaciones de fuerza para ubicarse en el contexto.
El conocimiento/logos, en tanto saber que confluye en una realidad, escapa hoy de las mudanzas ideológicas que nos están transfigurando. El lenguaje que se plasma en el discurso debe adecuarse a los nuevos tiempos y romper con las barreras generacionales que no nos permiten asumir la realidad. Hay que dar un giro a la racionalidad con la que nos de-re-construyeron en el siglo pasado.
No desperdiciarlo todo, pero hay que mirar al futuro con otras maneras de pensar, de asumir la realidad, la identidad y el sentido de pertenencia. Hay que asumir que nos hemos alterado por las nuevas tecnologías, que debemos asumir la palabra y el acto comunicativo en sí de otra manera. Alterándonos.