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Todos los huevos azules en la cesta de Elon Musk

Como solía ocurrirles a tripulantes y pasajeros si su galera era tomada en el mar —le pasó en 1575 al mismísimo Miguel de Cervantes y Saavedra cuando, tras combatir en Lepanto, fue capturado por piratas berberiscos—, los trescientos y tantos millones de usuarios activos de Twitter quedaron cautivos de Elon Musk, el nuevo capitán que, sin parche ni pata de palo pero con muchos tesoros guardados, acaba de comprar esa influyente red social por 44 000 millones de dólares.

En la actual «corrida» de noticias, la gran Red no ha pescado pieza mayor, al punto de que este jueves 28 de abril Google ofrecía a quien buscara el tema más de 101 millones de resultados en solo 0.44 segundos.

No es para menos: el hombre más rico del mundo, cuya fortuna alcanza los 264.9 mil millones de dólares, acaba de comprarse una de las mayores plataformas de comunicación, así que todos tenemos derecho a preguntar qué hará con este «capricho» potencialmente explosivo que se ha regalado, cariñoso de sí mismo.

El también propietario de Tesla y de SpaceX promete buscar todo el potencial de la red social, para lo cual anunció un giro en la política corporativa que fomentaría la libertad de expresión. Lejos del alivio que era de esperar, semejante farol levantó en seguida polémica, considerando que en su momento Musk mismo fue sancionado… ¡por Twitter!, por difamar a uno de los rescatadores del equipo infantil de fútbol atrapado en una cueva de Tailandia.

Ocurrió en 2018: Musk no solo llamó pedófilo a un submarinista británico que había calificado como «autopromoción» su intento de ayudar a los 12 niños atrapados, sino que pagó 50 000 dólares a un detective privado con el encargo de que hurgara en la vida privada del hombre para demostrar —intento fallido, a la postre— que la ofensa era correcta.

Parece inverosímil lanzarse a por la libertad de expresión cuando se oprime la crítica. Cierta vez, ante el llamado del político estadounidense Bernie Sanders a elevar los impuestos a los ricos, Musk le ripostó con un áspero: «me sigo olvidando de que sigues vivo».

Son un secreto «a tuits» las quejas, tanto en Tesla como en SpaceX, por el amordazamiento de las opiniones de los empleados, quienes para llegar a serlo están obligados firmar cláusulas en las que se abstienen de llevar a la compañía a juicio, en caso de disputa. No extrañó entonces que los titulares de esta compra partieran al medio las pasiones: mientras los fanáticos rebosaban entusiasmo, una legión contraria creó la etiqueta #RIPTwitter, que no requiere explicaciones.

Los pasajes de la conmoción han ido desde la duda del personal de la red acerca de si ahora serán nuevos ricos o flamantes desempleados, y desde los miles de usuarios diciendo que abandonan el nido hasta eurodiputados recordándole al amo del pájaro azul que, con todo y su poder de encantador de empresas, tendrá que acatar las regulaciones dispuestas en el Viejo (in)Continente.

A saber, Musk es connotado militante de un partido: el capital. Fuera de eso, su ubicación en un mundo donde todo —el dinero, en primerísimo lugar— es política vuelve locos a tirios y troyanos.

Hace unas pocas semanas, cuando la Unión Europea acababa de vetar a los canales RT y Sputnik, Musk se negó a bloquear el acceso de estos medios rusos a Starlink, su empresa de internet satelital. Cuando le preguntaron, porque obviamente le iban a preguntar, el magnate soltó una frase que ya se ha hecho célebre: «Lo siento, por ser un absolutista de la libertad de expresión».

De otro lado, todas las puntas de lengua tienen una pregunta en flor: ¿restaurará Twitter los privilegios a la todavía censurada cuenta de Donald Trump? La duda atrapa, más allá de que el expresidente —menos rico, pero más caprichoso que Musk— haya descartado regresar a la red, porque la cuestión de peso es cuánta violencia de cuántos como el «rubio peligroso» cabría en la ventana de permisibilidad que al parecer se abriría «the new boss».

Es probable que ese tormento de ideas fuese lo que provocó el fracasado amago del consejo de administración de la compañía —derrotado muy pronto por el entusiasmo de los accionistas— de frenar la adquisición, para lo cual intentaron la «poison pill» o pastilla envenenada, que consiste en vender barato papeletas de nuevas participaciones para diluir el poder y dificultar la transacción desde una sola chequera. Por lo que parece, Musk derrumbó la idea a puro billetazo.

Pocos saben a ciencia cierta qué ruta de vuelo emprenderá el ave celeste, pero lo que no puede dudarse es que esta que ahora escandaliza casi tanto como la guerra presencial es una operación de poder a la altura de otros cañones. Musk no tuvo reparos en admitir que la transacción no responde a motivaciones económicas ni cae en el trauma común por la rentabilidad: todo se centra en la influencia.

En efecto, políticos, líderes empresariales, periodistas, artistas, activistas e intelectuales y figuras públicas cargadas de seguidores integran el núcleo duro que permite a Twitter tener mucho más impacto en la opinión y en la vida de sociedades enteras, a pesar de contar, en relación con otras redes, con una participación notablemente menor de personas enlistadas.

Según el Pew Research Center, más de dos tercios de los usuarios estadounidenses consideran que Twitter es una fuente de noticias importante, si no la más importante, de modo que no es difícil deducir frente a cuál pastel Elon Musk se afila los dientes.

«Su compra de Twitter para hacer de esta una empresa privada hace que un servicio esencial sea aún menos transparente y más irresponsable», dijo Adam Connor, exempleado de Facebook y vicepresidente de política tecnológica del Center for American Progress. Nótese que Connor, que trabajó para uno de los grandes competidores de la compañía, usa la expresión «aún menos» transparente.

Veteranos de corticales Lepanto y ahora, tal vez, mancos de la mano de tuitear, millones de terrícolas presenciamos —como hiciera en otros tiempos el padre de Don Quijote— una guerra hecha con dinero para conquistar… el verbo.

Elon Musk sabe lo que se trae entre cheques. Se dice antes ganó ¡4000 millones! con un tuit, cuando anunció su intención de comprar Tesla al completo. Nerviosos, algunos legisladores estadounidenses se preguntan qué impacto podría tener, en las elecciones presidenciales de 2024, la actual salida de compras del magnate.

Jill Lepore, una académica de Harvard, afirmó a The Washington Post que él simplemente adapta a esta época sus referentes de ciencia-ficción de la infancia: en concreto la saga de Fundación, de Isaac Asimov, y las aventuras de Iron Man/Tony Stark.

«Se ve a sí mismo como un superhéroe, un líder planetario en el nuevo panorama del capitalismo especulativo de las startups y las plataformas», dice la profesora y uno, en el Sur, tan lejos del nido y de la «mata» del capital, solo puede preguntarse qué hará Elon Musk ahora que echó a su canasta todos los huevos de Twitter: ¿pedirá un rescate por nosotros —como hicieran, con Cervantes, los temibles berberiscos— o, simplemente, nos lanzará de la nave?

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Enrique Milanés León
Forma partede la redacción de Cubaperiodistas. Recibió el Premio Patria en reconocimiento a sus virtudes y prestigio profesional otorgado por la Sociedad Cultural José Martí. También ha obtenido el Premio Juan Gualberto Gómez, de la UPEC, por la obra del año.

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