Carlos Muñiz Varela fue asesinado el 28 de abril de 1979, al filo de las seis de la tarde, cuando se dirigía a ver a su madre en la urbanización San Ramón, Guaynabó, en las cercanías de San Juan, Puerto Rico.
Desde un auto los asesinos le hicieron nueve disparos y el joven de apenas 26 años perdió el control del vehículo que conducía, chocó contra un árbol, se volcó y uno de los sicarios fue a rematarlo.
Trasladado a un hospital de la capital puertorriqueña, los médicos trataron inútilmente de salvarle la vida y en la madrugada del 30 de abril falleció. Según el informe forense dos balas calibre 45 habían penetrado el cráneo y la cervical, respectivamente.
Al menos seis hombres y dos autos participaron en el hecho. Así lo recogen el libro La contrarrevolución cubana en Puerto Rico y el caso de Carlos Muñiz Varela, de la autoría de Jesús Arboleya Cervera, Raúl Álzaga Manresa y Ricardo Fraga del Valle, que recoge la más completa y enjundiosa investigación sobre el homicidio y el contexto en que se produjo.
Ellos subrayan que por la cantidad de implicados, recursos y métodos, el asesinato fue la consecuencia de una compleja conspiración terrorista con ramificaciones en Puerto Rico y Estados Unidos.
¿Por qué Carlos?
Carlos Muñiz Varela nació el 10 de agosto de 1953 en Colón, Matanzas. Al año de vida, él y su hermana Miriam, de cuatro, quedaron huérfanos del padre, Rigoberto Varela, quien murió en un accidente automovilístico dejando a la familia en una situación económica difícil.
Tras el triunfo de la Revolución, la madre y sostén del hogar, Idania Varela, atemorizada por la campaña contrarrevolucionaria sobre la patria potestad, decidió sacar a los niños del país y así se convirtieron en dos de los 14 000 infantes cubanos que formaron parte de la Operación Peter Pan.
Luego de múltiples contratiempos, la familia logró reencontrarse y marchar a Puerto Rico con el apoyo inicial de un primo. Carlos se empinó en la vida en un barrio borinqueño donde predominaba la gente humilde.
Miriam recuerda que desde niño estudiaba, le gustaba hacer teatro, pero también solía trabajar en una gasolinera y con ese dinerito ayudar en la casa. En ese contexto afloraron y maduraron su enrome sensibilidad, generosidad y determinación. No toleraba la injusticia y de ahí su intensa trayectoria en la lucha por la independencia de Puerto Rico, sentencia su hermana.
El ingreso a la Universidad de Puerto Rico en 1971 en la preparatoria devino escenario decisivo en su maduración política. Fue subsecretario de asuntos obreros de la Juventud Independentista Universitaria, integrante del comité del Partido Independentista Puertorriqueño en Guainabó, participó en varias huelgas de trabajadores, impulsó la creación de la Federación de Sindicatos Universitarios.
Sus compañeros lo recuerdan como un hombre delgado, activo, inteligente, agudo y polémico en sus análisis y planteamientos, no cedía en el debate hasta estar convencido. Con ello concuerda Pilar Pérez, su compañera y activista política, con quien tuvo a sus dos hijos.
Tres años después, Carlos comenzó el proceso de reencuentro con Cuba a partir de su amistad con sus compatriotas Raúl Álzaga y Ricardo Fraga. Ambos amigos coinciden en subrayar que en ello resultó fundamental la relación de sus ideales por la independencia de Puerto Rico con la comprensión y apoyo a la Revolución Cubana.
En ese camino se integró al grupo de jóvenes cubanos aglutinados en torno a la Revista Areíto, dirigida por la poetisa y activista política en Estados Unidos, Lourdes Casal, colectivo que estudiaba la historia y la realidad cubana. Carlos fue coordinador de la publicación en Puerto Rico.
Integró el primer contingente de la Brigada Antonio Maceo y fue miembro de su Comité Nacional. Asistió al XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en La Habana en 1978, como parte de la delegación puertorriqueña.
Poco después vino la organización de los viajes de los emigrados cubanos en el contexto del diálogo con figuras representativas de la comunidad cubana en el exterior y las autoridades de la Isla, celebrado en La Habana en diciembre de 1978.
Ese encuentro se pronunció por establecer un espacio de conversación con la Revolución Cubana, favorecer la reunificación familiar, eliminar el bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba y abogar por el sostenimiento de relaciones normales entre La Habana y Washington.
Así nació la Agencia Viajes Varadero, en San Juan, a finales de 1978, de la mano de Carlos, Raúl y Ricardo. A pocas semanas de su apertura, explotó la primera bomba en la oficina. No obstante, unos 2 500 cubanos residentes en Puerto Rico fueron a Cuba, cifra contabilizada desde el inicio de la pequeña empresa hasta unos días antes del asesinato de Muñiz Varela.
Quienes son los culpables
La prensa anticubana y más reaccionaria de Miami y Puerto Rico fue la primera en ser portadora del odio contra Carlos Muñiz y lo que él representaba como líder de un movimiento que rompía de hecho con la imagen de “unidad monolítica de los exiliados cubanos” que hasta ese momento mostraban los enemigos de la revolución.
Por ejemplo, el semanario Alerta dijo que Carlos era agente de comunismo internacional, y el tabloide República, lo nombró a él y su amigo Raúl Álzaga como castrocomunistas residentes en Puerto Rico.
La Crónica hizo púbica la amenaza que flotaba ya en el ambiente: “El tiempo les tiene reservado a estos cobardes su momento. Todo es cuestión de esperar y ver. Pagarán por todo lo que han hecho”; posteriormente, a solo días del asesinato, manifestó en una de sus páginas: “Digamos de paso, que trabajar para la CIA puede ser una tarea digna, útil y hasta patriótica. Todo depende de lo que se haga”.
El periodista y escritor cubano Adrián Betancourt en su libro ¿Por qué Carlos? señala que un personaje clave dentro de la conspiración orquestada para dar muerte al joven cubano fue el senador Nicolás Nogueras, perteneciente al Partido Nuevo Progresista de Puerto Rico, quien poco después del crimen publicó un comunicado de prensa en el que trataba de demostrar que el atentado había sido una maniobra de la izquierda para crear un mártir y estimular los viajes a Cuba.
Desde la cárcel, Orlando Boch ordenó acciones contra los participantes en el diálogo. Por entonces, la periodista venezolana Alicia Herrera hizo declaraciones en una conferencia de prensa en Ciudad México, en la que detallaba las conversaciones que sostuvo con Boch y sus colaboradores. En ellas, el terrorista no solo se vanagloria de haber volado el avión cubano en Barbados, sino que había ordenado la eliminación de Carlos Muñiz y Eulalio Negrín, este último una de las personalidades que llegó a La Habana para participar en la referida reunión de la comunidad cubana en el exterior.
En la lista de implicados aparecen, entre otros, Julio Labatut, Waldo Pimentel y Gustavo Marín, todos terroristas confesos en declaraciones públicas. El FBI sabía desde el principio quiénes eran los complotados y prefirió protegerlos para no poner en evidencia su carnal relación con ellos y no ha emprendido acción definitiva para llevarlos a la justicia.
Para el arquitecto Carlos Muñiz Pérez, su padre fue una víctima de la conspiración organizada y financiada por miembros de la extrema derecha cubana en Puerto Rico y apoyada por grupos similares en los Estados Unidos como también de la policía puertorriqueña. En junio de 2011 solicitó al entonces presidente Barack Obama, que ordenara al FBI la desclasificación de los documentos referidos al caso que permitirían llevar ante la justicia a los asesinos de su padre, pero nada ha cambiado.
En conferencia de prensa en La Habana en el 2014, Muñiz Pérez dijo que le tocó conocer y develar la presencia de su padre en él a través de fotos, de historias contadas por periodistas, familiares y amigos. Aunque dice conocer muy poco de la vida del hombre que le dio vida, es consciente de que esta fue intensa. Y habría que agregarle que comprometida y ejemplar.