La primera fotografía nocturna que se tomó en Cuba, con vistas a su publicación en la prensa, la hizo el fotógrafo Alfredo Roqueñí Herrera, del periódico El Mundo. El presidente electo de la República, Tomás Estrada Palma, había desembarcado, procedente de Estados Unidos, por el puerto de Gibara, y en la ciudad de Holguín se le agasajó con un banquete en La Periquera. Para iluminar la escena, Roqueñí disparó su lámpara de magnesio y la explosión que provocó al activarse causó alarma entre los asistentes a la comida.
Un año antes Roqueñí había buscado empleo en El Mundo. Un día hizo falta tomar unas fotos y como el diario no disponía de cámara fotográfica, el director facilitó una de su uso particular. Roqueñí hizo su trabajo, reveló e imprimió las imágenes y, aunque fueron publicadas, se le dijo que quedaron bien de pura chiripa.
Sin embargo, a partir de ahí el fotógrafo comenzó a repetir los “chiripazos” tan seguidos que a la administración no le quedó más remedio que contratarlo por 15 pesos a la semana. Tomó en 1917 las primeras vistas aéreas que se hicieron de La Habana; hoy se le considera el primer fotógrafo del periodismo republicano, aunque en la época en que se inició El Mundo eran ya varios los profesionales del lente.
En Cuba, los primeros periódicos con servicios fotográficos fueron La Caricatura, La Discusión, La Lucha y El Mundo, en tanto que revistas como Bohemia (1908), Gráfico (1913), Social (1916) y Carteles (1919) concedían, asimismo, espacio a la fotografía. En 1920 comienza aquí la guerra de las noticias gráficas cuando el diario La Prensa adopta la forma de tabloide y lo mismo hicieron El Imparcial y La Voz. Con el paso de los años un periódico como El País llegó a publicar cuatro ediciones diarias, y todas ellas cuajadas de fotos.
El magnesio más largo
A comienzos del siglo XX las fotografías no se imprimían como se haría después. Entonces, los grabados a medio tono quedaban imperfectos y se hacían a líneas. Las fotos se imprimían en papel repro —también llamado papel offset o de impresión— y sobre ellas un dibujante trazaba las líneas correspondientes a las imágenes. El pliego se sumergía en una solución de bicloruro de mercurio, la imagen desaparecía y quedaba el dibujo a líneas.
Si se trataba de una fotografía nocturna, no quedaba más alternativa que recurrir a las lámparas de magnesio. Pasarían años para que apareciera el bombillo photo flash, que se utilizó primero en el diario El Mundo y luego en el Havana Post, hasta generalizarse en toda la prensa cubana. Cuando esto ocurrió, el Ministerio de Salubridad prohibió, por su nocividad, el uso de los polvos de magnesio.
Lo que hoy podría considerarse como el magnesio más grande de Cuba —y digno de asentarse en un libro de récords— lo disparó el fotógrafo Federico Gilbert, de La Discusión —periódico de estilo conservador, fundado en el siglo XIX, en La Habana—, con la ayuda de varios aprendices, en ocasión del concierto que la banda de música del crucero chino Hai Chi regaló al pueblo habanero, durante su visita a Cuba , en la glorieta del Malecón. Para iluminar tan vasto espacio tuvo que construirse una artesa de hojalata inmensa en la que pudiera quemarse el magnesio necesario.
Gilbert, que estudió en Alemania, comenzó en la fotografía en Estados Unidos y fue allí donde se anotó un éxito sonado cuando logró, en exclusiva, la foto de la detención del anarquista Czolgose, asesino del presidente William McKinley el 14 de septiembre de 1901. Constituyó, por otra parte, el primer fotógrafo que, en Cuba, captó una pelota en el aire al ser disparada por el bateador durante un juego de béisbol que tuvo lugar en el Almendares Park.
De ayer a hoy
De aquellos fotógrafos del lejano ayer, resulta imposible soslayar los nombres de José Gómez de la Carrera (El Fígaro, La Lucha, La Discusión) y Julio Lagomasino, quien tras pasar por varios diarios hizo carrera en El Mundo.
De la Carrera fue el fotógrafo oficial de la comisión norteamericana que investigó, en el puerto habanero, la voladura del acorazado Maine. Más tarde, como corresponsal de periódicos del exterior, “cubrió” la guerra de Independencia. Al finalizar la contienda, recorrió la isla a fin de captar las imágenes que ilustrarían los libros de historia y geografía del sabio Carlos de la Torre, pero sin abandonar su trabajo para la prensa. En una crónica publicada en El Fígaro —23 de mayo de 1893— se le llamó “esa máquina de fotografiar ambulante”.
Se retiraría abruptamente, sin embargo, de esa labor cuando a propósito de un viaje al interior del país del presidente Tomás Estrada Palma sostuvo, en la estación de ferrocarriles de Villanueva, un violento altercado con otro fotógrafo importante de la época, Rafael Blanco Santa Coloma. En ese incidente Carrera perdió su cámara y sufrió múltiples lesiones. Santa Coloma era el niño terrible de la fotografía cubana: todos lo deseaban y todos le temían.
Siguió Gómez de la Carrera trabajando en su estudio fotográfico de la calle O’ Reilly, en La Habana, pero por poco tiempo pues falleció casi enseguida. Dejó un archivo impresionante que su viuda donó a la Biblioteca Nacional. Entre esas fotos estaban las de toda La Habana que a Carrera le tocó conocer. Con ellas, y contrastándolas adecuadamente con las de su momento, Gilbert animó en La Discusión su columna “Lo que va de ayer a hoy”.
Crimen en el Cangre
Julio Lagomasino era el fotógrafo de los crímenes. No hubo hecho de sangre de comienzos del siglo XX en que no estuviera presente acreditado por El Mundo, y en compañía del gran reportero Eduardo Varela Zequeira. Los crímenes de las niñas Zoila y Luisa y el niño Onelio, el de Tintán, el del baúl… Los “cubrió” todos, y en muchos de ellos se salpicó con el polvo de estrellas de su compañero de faena que, en no pocas ocasiones, esclareció los hechos o puso a la Policía en la pista correcta.
Sucedió así en el crimen de la comunidad del Cangre, en Güines —actual provincia de Mayabeque—, y en el del Cuzco, en la occidental Sierra de los Órganos, en Pinar del Río. En el primero, Varela demostró que eran inocentes los dos jóvenes sentenciados a muerte por los delitos de incendio y asesinato y obligo, con su reportaje, a que se les revisara la causa y se les exonerara. Algo similar sucedió con el de El Cuzco, el cual Varela también lo esclareció, pero no tuvo un final feliz. El hecho permaneció en el misterio hasta que el periodista alertó a las autoridades acerca de la identidad del asesino, gracias a la entrevista que le hiciera a un sujeto al que apodaban El gallego. El criminal, descubierto, le pasó entonces la cuenta al susodicho en las mismas lomas y desapareció para siempre.
“Palos periodísticos”
Si Adolfo Roqueñí tomó imágenes desde un avión, el primer reportaje aéreo de la prensa cubana lo hizo Emilio Molina, en 1928, cuando por espacio de tres días participó en la búsqueda de dos aviadores perdidos. También son suyas las fotos de los combates de Gibara (1931), luego del desembarco de la expedición antimachadista de Carlos Hevia, Emilio Laurent y Sergio Carbó.
De valor periodístico e histórico enorme, es la foto con la cual Fernando Lezcano Mirada captó la imagen del cuerpo a cuerpo entre el estudiante universitario Rafael Trejo y un policía el 30 de septiembre de 1930, un incidente en el que el joven resultó herido de muerte. Igualmente lo son las de Santa Cruz del Sur luego del ras de mar de 1932 que Julio Power dio a conocer con una camarita de aficionado y que publicó El Mundo antes que ningún otro periódico.
Entre las fotos de Power sobresalen, asimismo, las de la fuga de Arroyito, de la cárcel de Matanzas, con las que El Mundo alcanzó la tirada récord de 108 mil ejemplares. Repitió el “palo” periodístico al volverlo a fotografiar cuando el célebre bandido era internado en la prisión del Castillo del Príncipe después de su detención a bordo de un tranvía, en el municipio habanero de Regla.
En el interior del propio Castillo, al que logró colarse escondido bajo la camilla de una ambulancia, realizó Dámaso de la Vega, para La Lucha, las imágenes del general Baldomero Acosta recluido en su celda, herido. No midió para hacerlas las consecuencias y la Policía le echó el guante.
De Vega son, además, unas fotos impactantes de la actriz Eleonora Duse, célebre actriz italiana de teatro de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. La trágica estaba en La Habana, donde haría presentaciones, y el fotógrafo, bien oculto en su camerino, la espió durante casi dos horas hasta que la retrató como quiso.
¡Horror! Intentó la Duse llegar a un arreglo para evitar la publicación de aquellas fotos; no lo consiguió y procuró entonces, en vano, adquirir toda la edición del periódico. No quería que el público, que horas después la aplaudiría a rabiar, viera en aquellas tomas crueles y alevosas lo vieja que estaba.
Fuentes: Cincuenta años de periodismo gráfico (1952) de Rafael Pegudo. O´Reilly, calle de los fotógrafos, (2018) de Grethel Moreno y Arturo Pedroso. Con documentación de Gonzalo Salas.
Ilustración: Isis de Lázaro.