Pocho
COLUMNISTAS

El cronista de la diáspora

El ensayista que durante décadas demostró que sí se puede lograr la ubicuidad en géneros tan disímiles como la crítica, el cuento, la edición y el guion de cine, el escritor que de tan esencial a la hora de desentrañar el alma de Cuba inventaba nuevos conceptos, Ambrosio Fornet, nacido en 1932, murió tranquilo en su casa de La Habana a los 89 años.

Ambrosio era un ídolo discreto en Cuba. Aparecía poco, pero su figura ha estado presente por décadas en el altar de los devotos de la literatura. Al morir el pasado 5 de abril, tenía dos Premios Nacionales, el de Literatura y el de Edición. En los años de mayor esplendor de la industria editorial, cuando se publicaron miles de autores de todo el mundo a precios simbólicos, Fornet fue el editor y traductor de una gran porción de aquellas obras que todavía pueden encontrarse en los hogares cubanos. Con fino humor, el poeta Eliseo Diego le propuso publicar unas Solapas completas, mientras elogiaba la agudeza de sus comentarios para motivar a los lectores, como el que hizo para una novela de Agatha Christie donde definía a la autora como “la mujer que más ha ganado con sus crímenes después de Lucrecia Borgia”.

Pocho, como lo llamaban su familia y sus amigos, hizo carrera también en el cine luego de beberse decenas de bibliotecas, volverse un experto de la historia del libro en Cuba durante los siglos XVIII y XIX, formar parte de la catarata editorial del siglo XX, fundar con Gabriel García Márquez la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, iluminar las principales polémicas culturales y acuñar términos como “quinquenio gris”, que fijaron para siempre, como mariposas disecadas por un entomólogo, períodos traumáticos de la cultura nacional.

Pero quizás el título que mejor le aviene es el de cronista de la diáspora. A finales de los años setenta, cuando regresaron a Cuba por primera vez jóvenes que habían emigrado de niños, él se apasionó con la vida literaria de la comunidad emigrada. Descubrió experiencias diferentes a las acontecidas en el país que habían dejado atrás -muchos “sin pecado original”-, pero coincidentes en la sustancia. Ambrosio calificó la suya como una “generación que antes de cumplir los treinta años tuvo que encarar la difícil tarea de aprender a sobrevivir mientras asumía los dramáticos riesgos de su apuesta al futuro”, pero, como advirtió alguna vez el poeta cubano José Lezama Lima, dondequiera que esté el cubano “tiene la costumbre de convertirlo todo en isla”.

En sus famosos dossiers publicados en La Gaceta, una de las más antiguas y sólidas revistas de literatura cubana, rescató por géneros a los escritores emigrados para “afirmar, en la práctica, que la cultura cubana es una sola, lo que no quiere decir que estemos tratando de inventar una nueva versión del paraíso -esta vez un paraíso letrado- sin contradicciones, malentendidos o polémicas”.

Él procuró respuesta a una necesidad profunda, tanto de información, como de coherencia intelectual.  Cumplió también “una función imprevista -una doble función, de hecho: sociocultural y psicosocial- puesto que a los autores les permitía incorporarse a su ámbito mayor, el formado por los lectores de la isla, y a nosotros nos permitía recobrar esos fragmentos de nuestra propia memoria colectiva, escindida por el trauma recurrente de la diáspora”.

Es Ambrosio Fornet quien rescata la realidad de una diáspora de la que casi nadie hablaba, diluida en el silencio o en el ruido de los exabruptos políticos. En un ensayo dedicado al tema habló de la “inversión ideológica” del concepto “exilio”, que en Cuba formó parte de una tradición revolucionaria y cultural que se remonta a los próceres de la independencia contra el colonialismo español, cuyo principal referente, José Martí, también fue el intelectual más brillante de su época. Recordaría que algunos de los símbolos patrios, como la estrella solitaria y las palmas, son nostálgicas visiones de un poeta desterrado. “Pero -añade- a los exiliados cubanos de hoy, y no solo al núcleo político más recalcitrante, el que se conoce entre nosotros como ‘la mafia de Miami’, les resulta difícil reivindicar los términos de esa tradición sin sacarla de contexto, o prefieren, para sortear el obstáculo, negar que esto sea una revolución y no el simple escenario de una lucha por el poder. De ahí́ que hablen siempre de ‘Castro’ y nunca de la Revolución cubana.”

Diáspora, que en griego significa “dispersión”, para Ambrosio era el Aleph borgiano, un lugar donde el mapa imposible es posible. Un punto donde pueden confluir, en simultáneo, todos los puntos. Un tiempo sin tiempo. Un lugar que es todos los lugares donde la cultura y la patria pueden ser. (Foto de portada: Omara García.Texto tomado de La Jornada).

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Rosa Miriam Elizalde
Periodista y editora cubana, Doctora en Ciencias de la Comunicación y profesora de la Universidad de La Habana. Columnista del diario La Jornada, de México. Tiene varios libros publicados. Fue fundadora y editora del semanario digital La Jiribilla y del diario on line Cubadebate.

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