Si con toda la participación que Máximo Gómez tuvo en la contienda independentista cubana de 1895 desde que ella se preparaba, sostuvo que esa era la guerra de Martí, no menos fundado resulta decir otro tanto del periódico Patria. No porque Martí, que ni siquiera se acreditaba como director y por lo general no firmaba sus textos, lo tomara como propiedad personal, sino por el peso decisivo que tuvo en su gestación y en su rumbo, mientras él vivió.
Simbólicamente vale considerar que esa etapa llegó hasta la entrega del 25 de junio de 1895, con la que Patria, que había reproducido en anteriores ediciones noticias de la muerte de su fundador, le rindió homenaje con textos presididos por el obituario “¡Inmortal!”, obra del puertorriqueño Sotero Figueroa. Ese artículo refrendó una vez más la presencia de la Antilla hermana en el periódico, y en la organización a cuyos propósitos contribuyeron sus páginas.
Poeta esencial, Martí hizo armas en el periodismo desde las vísperas de sus dieciséis años, en publicaciones de enero de 1869 que tuvieron un solo número: El Diablo Cojuelo, de pequeño formato y aire juvenil, y La Patria Libre, que parece más bien obra de adultos, pero a la cual el autor adolescente le aportó el pilar de su perdurabilidad, el poema dramático “Abdala”, de tan especial resonancia en estos tiempos pandémicos.
Hasta el final de su vida se mantuvo activamente vinculado con la prensa, y Patria coronó ese nexo. Para Pedro Henríquez Ureña (Las corrientes literarias en la América Hispánica, La Habana, 1971, pp. 167-168), Martí “hizo suyo un estilo enteramente nuevo en el idioma”, con una obra que fue, en lo fundamental, una “forma de periodismo literario desconocida antes de 1870”; pero —añade el sabio dominicano— “periodismo elevado a un nivel artístico como jamás se ha visto en español, ni probablemente en ningún otro idioma”.
Al fundar Patria, brillaba largamente el autor a quien el crítico español Guillermo Díaz-Plaja (Antología crítica de José Martí, Manuel Pedro González [ed.], México, 1960, p. 247) valoró cómo “ese gigantesco fenómeno de la lengua hispánica, raíz segura de la prosa de Rubén y, desde luego, el primer ‘creador’ de prosa que ha tenido el mundo hispánico”.
La referencia a la prosa martiana como raíz para Rubén Darío recuerda una declaración del gran nicaragüense en carta del 12 de noviembre de 1888 (Antología crítica…, cit., p. 247): “¡Si yo pudiera poner en verso las grandezas luminosas de José Martí!” Para entonces este había publicado uno solo de sus poemarios, Ismaelillo, en cuya grandeza fundacional cabe preguntarse si habría calado lo bastante el autor de Azul…, quien no podía conocer la aparente levedad de Versos sencillos, editado tres años más tarde, ni la intensidad volcánica de Versos libres, inédito hasta 1913.
Más que artístico, Martí se sentía, y era, arte —“Arte soy entre las artes,/ En los montes, monte soy”, escribió en el poema inicial de Versos sencillos—, y llevó esa organicidad a las páginas de Patria, llamadas a ser ágiles por los escasos recursos materiales disponibles, y por el cometido de auxiliar la preparación de una guerra. En su crónica “La exhibición de pinturas del ruso Vereschagin”, de 1889, Martí había postulado: “¡Todo al fuego, hasta el arte, para alimentar la hoguera!” Lejos de menospreciarlo, valoraba sus potencialidades fecundantes. Lo sugiere —como se ha hecho notar— la preposición que define el sentido de “hasta el arte”, que para él no era un adorno.
Incluso la campaña independentista la preparaba “como una obra de arte”. Se lo hizo saber a Manuel Mercado, su gran amigo y confidente mexicano, en carta de un 13 de noviembre que vale situar en 1884. Tenía un alto concepto de la belleza como abono para el espíritu y los mejores actos quien en otra carta, la del 16 de noviembre de 1889 a Gonzalo de Quesada, expresó su plan de fundar un periódico en medio de las estrecheces económicas que encaraba: “¿Pero qué he de poder hacer con $25, que es lo que puedo quitarles de la boca a los que reciben el pan de mí, y $15 más que tres amigos redondos me tienen ofrecido? $5 le impongo a Vd. de contribución mensual, si el periódico se publica, por seis meses a lo menos”.
Antes que el apretado cálculo del dinero disponible, ya le ha dicho a Quesada: “Lo haré, como pueda, porque es preciso”. Luego asegura: “Y las ideas saldrán a luz, en una forma u otra, y el periódico, aunque no fuese más que con 1os $40”. Esforcémonos para no abundar en los recursos persuasivos de quien le dice al destinario: “¿No lo ofendería a Vd. si no aceptara su oferta?”
No quería un periódico cualquiera, porque las ideas deben estar bien defendidas. Que no expresaba con ello un esteticismo de salón lo confirma el artículo con que en Patria del 28 de mayo de 1892 saludó a La Revista de Florida, publicación de Tampa “que los cubanos veíamos con placer”. Al elogiarla, afirmó: “Se ha de cuidar de la hermosura, como de la libertad, porque las verdades mismas andan más de prisa por los caminos bien atendidos […]; un rifle bello da deseos de ensayar la bala en los árboles venenosos; contra el veneno nada más han de ir las balas”.
Llegado el momento de poner en pie el periódico que resultaba posible, las carencias materiales —por las que Patria no pudo ser un diario, sino un rotativo que tendría dos o tres entregas semanales— las compensaron el esplendor de su palabra, que llenaba buena parte del espacio disponible, y el aliento que los colaboradores hallarían en su ejemplo. Se piensa en aportes como los “Héroes humildes”, de Serafín Sánchez.
El despliegue de textos del propio Martí habla de su condición de gran trabajador, que, unida a su fértil grafomanía —nada de escribir por escribir—, daba los mejores frutos. Ya antes, en publicaciones menos dependientes de él, como el diario Revista Universal, del México de su juventud, y luego El Economista Americano, mensuario de Nueva York, llegó a escribir números enteros.
En ese recuento le corresponde un sitio especial a La Edad de Oro. Pero en Patria, donde tensó su portentosa escritura, halló espacio y reclamo concentrados su consagración a los preparativos de una guerra para fundar una república digna. Asumiendo que lo bello debe servir a lo bueno, sus textos de Patria serían parte de la caballería que se alistaba para el combate. Una compilación de ellos podría llevar el de un artículo publicado el 17 de noviembre de 1894: “¡Ah de los jinetes!”
Junto con la ética y el peso conceptual, la altura artística es uno de los baluartes de la perdurabilidad de su obra. Su poder creativo, que fue orgánico, rebasó temas. También el arte le trazó asuntos y caminos. El 8 de diciembre de 1894, cercano ya el recorrido que haría desde Nueva York por tierras y aguas del Caribe hasta Cuba para incorporarse a la guerra en cuya fragua había sido determinante, apareció en Patria su artículo sobre el pintor cubano José Joaquín Tejada y su cuadro que terminaría conociéndose como La lista de la lotería. Es el título que Martí le dio en ese texto, abono para la permanencia y los valores de Tejada, uno de los tesoros del Museo Bacardí, en Santiago de Cuba.
Martí, que sabía ver, hizo justicia a Juan Gualberto Gómez, acaso el cubano que en distintos sentidos esenciales más cerca estuvo del creador de Patria, una relación de hermandad en pensamiento y actos en la que no es posible detenerse ahora. Del amigo y leal colaborador elogió virtudes que también eran suyas: “el tesón del periodista, la energía del organizador, y la visión distante del hombre de Estado”, escribió en la semblanza con que saludó en el Patria del 11 de junio de 1892 el ingreso en la Sociedad Económica de Amigos del País del compatriota acerca de quien le escribió a Máximo Gómez el 4 de enero de 1894: “Es joya grande, y el único que prepara en masa la opinión”. En su capacidad para ponderar, Martí podía proyectarse en las personas a quienes elogiaba: ver en ellas “lo que en sí propio llevaba”, como en crónica fechada 29 de marzo de 1883 dijo de Carlos Marx, muerto el 14 de ese mes, hace hoy ciento treinta y nueve años.
Por coincidencia, el primer número de Patria apareció el 14 de marzo de 1892, y Enrique Trujillo, director de El Porvenir, saludó a la nueva publicación llamándola órgano del Partido Revolucionario Cubano. Martí, que sabía prudente desconfiar de las intenciones de Trujillo —sobre quien no es el momento de abundar, pero que también se encargó de publicar los Estatutos secretos del Partido— tuvo el cuidado de responder que Patria no podía ser el órgano de algo que aún no se había constituido y a lo cual le correspondería en su momento darse la representación que estimara adecuada.
El Partido se proclamaría el 10 de abril siguiente, fecha en la que sí se debe percibir un propósito: rendir tributo de superación a la imperfecta pero fundadora Asamblea de Guáimaro, de 1869. Patria no sería más, ni menos, que un soldado en la prensa, como lo definió Martí en la aludida respuesta, publicada en la segunda entrega del periódico.
Al hacerlo, no seguía Martí formalismos administrativos o burocráticos: atendía cuestiones de fondo. Por un lado, buscaría no lastimar a publicaciones que de años atrás cultivaban valores patrióticos para la guerra y para la independencia que debía alcanzarse con ella. Por otro, lo que se ha dicho de distintos modos, reducirlo a órgano del Partido Revolucionario Cubano le impondría al rotativo los límites ideológicos de un frente nacional necesariamente heterogéneo. Libre de esa responsabilidad, podría promover el pensamiento más avanzado, empezando por el del propio Martí, quien fue —como lo definió Blas Roca desde el título del texto que dedicó al tema en 1948— un revolucionario radical de su tiempo. Y es justo añadir que no se agotó en esa frontera.
Su temprano antimperialismo halló cauce en artículos de Patria como “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”, concentrada visión del papel que el vecino del Norte les reservaba a las Antillas en sus planes para apoderarse de nuestra América y abrirse camino hacia la hegemonía planetaria. O como “La verdad sobre los Estados Unidos”, inicio de una sección de “Apuntes” destinados a revelar, con textos de la propia prensa estadounidense, la índole de la sociedad que allí se consolidaba en detrimento de la justicia y las buenas relaciones internacionales.
Pero que la guerra era ya en lo fundamental, más que contra la decadente España, contra la emergente potencia resuelta a capitalizar el desequilibrio del mundo con un nuevo “sistema de colonización” —así llamó Martí al neocolonialismo que se gestaba—, debía mantenerse “en silencio […], y como indirectamente”. Esa declaración de Martí, escrita en su carta póstuma a Manuel Mercado, habla de la prudencia necesaria ante la voracidad del vecino imperialista, y ante posibles ilusiones que su propaganda de poder “mesiánico” podía generar, o generaba, incluso entre sus víctimas.
Entre los textos de Martí publicados en Patria figura la versión original del mensaje dirigido al pueblo y al gobierno de los Estados Unidos, que él entregó, para su publicación en The New York Herald, al corresponsal en Cuba del poderoso diario, sobre el cual había mostrado fundadas aprensiones. El texto lo mutiló y adulteró la traducción que Martí no pudo conocer, porque se publicó el 19 de mayo de 1895, el mismo día en que él murió en combate por el que entendía que era su deber: impedir a tiempo la expansión imperialista de los Estados Unidos, a la que servía el Herald.
Si nunca se habrá agradecido lo bastante que Patria reprodujera el original martiano, la escueta nota de agradecimiento —acrítica, sin reparar en la perfidia del diario estadounidense— con que presentó el texto de Martí, avala la conciencia que él podía tener de la radicalidad de su pensamiento, que no debía suponer presente por igual en todas las filas de la organización. Por naturaleza, la vanguardia es minoritaria, y la de aquel frente la rebasaba Martí con la radicalidad por la que hoy sigue vivo y guiador.
Ni siquiera ocultó la posibilidad de que, enfrentada a grandes obstáculos internos y, sobre todo, externos, la revolución fuera derrotada. Se entiende que no insistiera en ese punto, pero lo abordó en “Crece”, artículo publicado el 5 de abril de 1894, pocos días antes de “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”, y no por ceder a pesimismo alguno, sino para dejar sentada una advertencia cardinal: “No yerra quien intenta componer un pueblo en la hora en que aún se lo puede; sino el que no lo intenta. Si no se lograse la composición, se lograría al menos el conocimiento de las causas por que no podía lograrse; y eso limpiaría el camino para lograrla mañana”.
Hay que amarrarse las manos para no citar más extensamente un texto escrito con mirada planetaria y en el cual se lee: “En lo que cabe duda es en la posibilidad de la revolución. Eso es lo de hombres: hacerla posible. Eso es el deber patrio de hoy, y el verdadero y único deber científico en la sociedad cubana”, y esto otro: “Ni hombres ni pueblos pueden rehuir la obra de desarrollarse por sí,—de costearse el paso por el mundo. En este mundo, todos, pueblos y hombres, hemos de pagar el pasaje”.
En el Patria de Martí no cabían detalles banales. Todo tributaba al pensamiento estructurador con que el guía preparaba en masa la opinión. Hasta las brevedades de “En casa”, sección escrita por él y que Manuel Isidro Méndez consideró la crónica social del periódico —¡pero qué crónica social!—, son fuentes de sabiduría.
El valor de Patria aumenta cuando urge dignificar la propaganda bien entendida, la que Martí enalteció al reconocer en una publicación ya citada lo que llamó “el don de propaganda, de esparcir, de comunicarse, de meterse por el mundo”. En unas “Reflexiones” de su estancia en Guatemala —donde residió entre 1877 y 1878— había escrito: “Hay propagandas que deben hacerse infatigablemente, y toda ocasión es oportuna para hacerlas”.
Lo hasta aquí esbozado no pretende, ni podría hacerlo, valorar exhaustivamente un periódico que sigue y seguirá siendo aleccionador. Habría que recordar también la atención que durante años había brindado Martí a los adelantos tecnológicos, junto con una actitud que lo libró de las estrecheces positivistas. Su espiritualidad dialéctica lo enfrentó al pragmatismo, que, pensamiento propio del sistema capitalista, ponía y pone barreras a los ideales justicieros.
Cuando se fomentan modas que edulcoran las noticias falsas con un tecnicismo no por casualidad en inglés, fake news, el periodismo martiano aporta luz contra maniobras que disfrazan la mentira con el perverso nombre de posverdad. Frente a tanta falacia nos corresponde cumplir el reclamo que Martí consumó a lo largo y profundo de su obra, y blandió como arranque en su “Poética” de Versos libres: “La verdad quiere cetro”.
Hermoso trabajo, con profundo conocimiento de nuestra historia y maestría periodística, además de exquisita prosa y claro hilo conductor de principios. Toda una clase magistral. Ojalá nuestros jóvenes pudieran acceder a ella y amar así más a Cuba y a Martí. !Felicidades!
Magnífico trabajo como toda la obra de Luis Toledo Sande. La relación Martí – Juan Gualberto Gómez es un tema poco abordado que merece un trabajo mayor. Coincido con Toledo el periodismo martiano arroja luz. Felicidades al autor y éxitos en sus próximos artículos.
Bello texto del maestro Luis Toledo. ¡Con qué maestría enhebra párrafo tras párrafo de prosa diáfana dechado de elegancia!
Vaya desde Tierra Azteca un saludo emocionado al escritor que tan justamente ha hecho suyo el rico legado del Apóstol de la Independencia.
Con un abrazo fraternal, tu amigo mexicano: Federico.