Queridos colegas:
Cuando me dijeron que debía hablar en nombre de todos los que hoy reciben esta condecoración, me sentí abrumada. ¿Qué puedo decir yo que nos represente a todos, que pueda sintetizar las disímiles ideas y opiniones que aquí confluyen, cuando de sobra sabemos que en el periodismo, si algo abunda son los criterios y pensamientos diversos?
Confieso que me atreví incluso a pedirles palabras prestadas a varios amigos, hasta al presidente de la UPEC, pero todos creyeron que bromeaba, así es que no tuve otra opción que volver frente a la página en blanco y comenzar a escribir estas líneas desde la honestidad, que según me dijo alguien una vez, es la mejor manera de escribir.
Casi 17 años han pasado desde que salí de las aulas de la Universidad de Oriente con más temores que certezas. Entonces no me sentía lista para la responsabilidad que entraña el periodismo y asumí otra, la de aprender y enseñar. Pero la profesión y las circunstancias fueron más fuertes y me permitieron emprender un camino que me ha llevado a tener las experiencias más asombrosas y a vivir los momentos más intensos, lo mismo en una redacción que en cualquier sitio adonde me condujo la noticia.
Esa es mi historia. Miro sus rostros y trato de imaginar la de cada quien. Cuántos dejaron atrás la seguridad de su hogar y su familia para brindar información en detalle del paso de un huracán o, más recientemente y a riesgo de su propia salud, para contar lo que ha sido la lucha contra una pandemia. Cuántos dolores, tristezas y también cuántas alegrías habrán sentido de cerca y cuánto habrán sufrido por encontrar la palabra exacta que trasmita esas emociones.
En cada uno de ustedes hay huellas de las horas sin dormir, de las tensiones de una investigación, del estrés de una cobertura importante. Todos tienen mil y una anécdotas y otros mil y un dolores, no solo los de la cervical, sino aquellos más profundos: los de no compartir más tiempo con los hijos, los padres, la pareja; quizá incluso los de la distancia y el no poder regresar por la necesidad de cumplir con un deber.
Todos seguramente tendrán cicatrices de las batallas cotidianas, de las luchas contra gigantes molinos a los que día a día nos empeñamos en vencer. Y quizá todos, a la vuelta de los años transcurridos, más de una vez hayamos sentido cansancio y el deseo de sucumbir a la invitación de las sillas del camino.
Pero estamos aquí. Y si eso es posible, es porque el periodismo no ha sido para nosotros un medio de vida, sino la vida misma, como lo fue para aquel hombre cuyo nombre tiene la condecoración que hoy recibimos. Uno que desde muy temprano se enamoró de esta profesión y no renunció a ella ni siquiera cuando un deber mayor lo condujo a morir por su pueblo.
Para Félix Elmusa Agaisse no había mayor orgullo que ser periodista. Nos toca ahora a nosotros enaltecer la profesión, para que quienes nos sigan sientan el mismo orgullo.
Que los años transcurridos no nos quiten la capacidad de asombrarnos, de estremecernos, de enojarnos; que el tiempo no nos borre la inquietud, la curiosidad, el afán de justicia, la ganas de acercarnos a la verdad.
Que en momentos tan oscuros, de guerras y maldades, encontremos en el periodismo la luz.