Horas de recordar y seguir aprendiendo, son las que vivimos los periodistas cubanos en estos días de festejos por el aniversario 130 de Patria, el periódico que fundara José Martí para apoyar las luchas independentistas de Cuba y Puerto Rico frente al l dominio español.
En mi caso, es la ocasión —no la única— para agradecer la fortuna de haber compartido con glorias del periodismo cubano, de mencionar (y así homenajearlos) a muchos de los que fueron maestros virtuales, ejemplos e inspiradores en una profesión a la que llegué hace más de medio siglo sin estudios especializados, pero con el mandato de asumirla y aportarle a un medio tan complejo como una agencia internacional de noticias: Prensa Latina (PL).
Me ceñiré a aquellos colegas que solo nos acompañan en el ánimo y recuerdo, porque ya no están con nosotros físicamente. Otros, activos y vigentes, harían muy larga su sola mención.
Entre los primeros en marcar mi derrotero en PL, están figuras que quizás no hayan tenido tanta trascendencia pública debido al propio carácter anónimo de su gestión cotidiana: Gerardo César, Pedro Atienza, Leoncio Fernández, Carlos Mora, Aroldo Wall, Elmer Rodríguez, Félix Olivera, Miguel Viñas y Jesús Martí, meritarían conocerles mejor. Fueron pilares de aquella agencia intimidante para un aprendiz, a finales de los años 1960. A ellos les siguieron muchos otros con los que compartí episodios de variada categoría.
El resumen, me resulta engorroso —por el número de profesionales y la diversidad de acontecimientos— referirme a todos, sin embargo continuo el intento con el agudo reportero Luis Báez y el incisivo Jorge Timossi, este último inmortalizado, además, como Felipito gracias a su compatriota y caricaturista argentino Quino. Encabezar coberturas en el extranjero con ellos, fue una escuela permanente para obtener los propósitos informativos buscados.
De igual manera, tengo un sentido recuerdo de Orlando Castellanos, el creador del programa “Formalmente Informal” de Radio Habana Cuba, y de Elio Constantín, subdirector del diario Granma. Con ellos confraternicé en la frontera sandinista con las montañas hondureñas durante una cobertura inédita de periodistas cubanos en la Nicaragua agredida por una contrarrevolución alentada desde el Norte.
¡Y qué decir del primer Premio Nacional de Periodismo José Martí (1991), el cineasta Santiago Álvarez! A él lo recibí en mi casa de Berlín en la década de 1980, tras una de sus exitosas asistencias al Festival de Cine Documental, en Leipzig. Luego compartí más de una misión en coberturas con sus grandes colaboradores, Iván Nápoles y Derbis Pastor. Nos unía, igualmente, nuestra mutua admiración por la música como vehículo para comunicar emociones.
Un lugar cimero, ahora y siempre, debe dársele en cualquier recuento de periodismo digno, revolucionario y de combate al maestro Ernesto Vera Méndez, quien era capaz de acoger, como su igual, a jóvenes e inexpertos redactores-reporteros y desplegar su elocuente palabra —escrita u oral— en los más difíciles entornos de sus altas funciones internacionales.
Asimismo, la vida me concedió el privilegio de tener docenas de otros grandes nombres para incorporar en esta relación, todos con una labor que merece ser conocida y constituye material de estudio para las nuevas generaciones.
Enrique de la Osa, Julio Batista, Juan Emilio Friguls, Marta Rojas, Guillermo Cabrera, Eddy Martin, Baldomero Álvarez Ríos, José Antonio Benítez, Tomás Lapique, Roberto Pavón, Evelio Tellería Toca, Luis Felipe Wilson, Juan Sánchez, Héctor Rodríguez, Alberto Pozo y Lázaro Barredo, son algunos imprescindibles.
Muchas anécdotas para compartir guardo también con Susana Lee, Luis Orlando Pantoja, Liborio Noval, Virgilio Martínez, Frank Guiral, Alfredo García-Pierrat, Elio Menéndez, Aldo Isidrón del Valle, Joaquín Oramas, Luis Suardíaz, Roberto Agudo, José Aurelio Paz, Francisco Blanco Ávila (Blanquito) e Isabel Moya.
Para el final he dejado, aunque encabezan la hornada de mis héroes del periodismo, a tres inmortales y paradigmáticos como, Juan Marrero González, Antonio Moltó y Julio García Luis. De lo mucho escrito por y sobre ellos habría que volver cada 14 de marzo para diseminar la semilla de sabiduría, rectitud y agudeza de las obras que legaron para el futuro y que hoy despiertan el alma de los que se amodorran en tiempos de duros combates por la verdad, el bienestar de las mayorías y un porvenir de paz.
No los dejemos como íconos en pedestales y evocaciones entrañables. Al difundir sus obras los convertiríamos en maestros constantes del buen periodismo al cual estamos y estaremos siempre convocados.