Decir que la izquierda latinoamericana retorna a formar gobierno en países de la región no es noticia nueva; sin embargo, vale la pena echar un vistazo al escenario en que se verifica este acontecimiento.
El ascenso a la presidencia de México, en 2018, de Andrés Manuel López Obrador abrió el camino. La tendencia parece confirmarse en los dos últimos años con los comicios electorales ganados con nuevos liderazgos como el de Luis Arce, en Bolivia; Pedro Castillo, en Perú; Xiomara Castro, en Honduras; Gabriel Boric, en Chile, vitrina del neoliberalismo en el subcontinente.
La nueva oportunidad viene dada, en lo fundamental, por el mismo motivo que concitó, veinte años atrás, el histórico triunfo de la “ola progresista”: el repudio al neoliberalismo en cuya génesis subyace el viejo y agravado problema de la repartición social de la riqueza.
Un complejo panorama se cierne sobre estos nuevos gobiernos. Como punta del iceberg basta señalar la predicción hecha por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal): durante este año se vaticina un modesto 3% del crecimiento del PIB para la zona, acompañado con inflación e incremento de la deuda pública. Súmese a ello la persistencia de la crisis sanitaria generada por pandemia del Covid-19 que no tiene para cuando acabar.
Precisamente, el problema más perentorio a resolver por quienes llegan a las casas presidenciales es cómo atajar a esa serpiente de mil cabezas dejada por la derecha saliente de “regalo” a sus sucesores. Ello lleva consigo la existencia de un malestar social latente capaz de rebrotar mediante protestas sociales masivas y violentas.
Por otro lado, a la izquierda victoriosa hoy en el campo electoral le asechan los fantasmas de los errores internos que la llevaron a restarle credibilidad y autoridad en sus votantes e influyeron en su ulterior derrota dos lustros atrás.
Mucho se ha escrito y debatido sobre el asunto, pero en la práctica están por ver las soluciones a viejos males como las divisiones internas, liderazgos y políticas vencidos por el tiempo, la pérdida de importantes sectores de sus bases sociales, educación política errada, falta de visión estratégica en la conformación de su comunicación política, los casos de corrupción y la imagen nefasta dejada en la opinión pública, el coqueteo con el enemigo de clase, entre otros asuntos que pudieran definir su derrotero en lo adelante.
Hasta ahora, las fuerzas de la actual izquierda muestran una articulación más débil y no tiene la cohesión de principios y la determinación de la década primera del 2000. En todo lo antes expuesto pudiera influir la complejidad aparejada a la búsqueda de amplias e inusitadas alianzas políticas para hacer gobierno las cuales conllevan compromisos, límites y frenos a perspectivas de cambio de reglas en las coordenadas del poder burgués imperante.
No obstante, inteligencia, valentía y astucia política asociadas al sentido de la oportunidad y del momento histórico son necesarias para enrumbar el timón hacia los horizontes de un modelo alternativo al capitalismo según los colores de cada país. Otra perspectiva sería tratar de criar peces de colores en un lago en el desierto.
La puja electoral lleva también aparejada la reconquista del espacio perdido por quienes ahora pasaron a formar oposición. Y no se trata del cándido y divertido juego infantil del cachumbambé.
La derecha en el gobierno sólo dispone del modelo neoliberal puro y duro, pero cuenta con un arsenal de argucias para hacerse del retorno a los recintos del poder y la alianza carnal con Estados Unidos siempre atento y alerta a lo que pasa en su traspatio. Evidencias pasadas sobran. Ahora, mirar hacia el Perú.
Dos momentos decisivos le quedan a la izquierda para determinar hacia dónde se inclina definitivamente la balanza del poder en la región en este decenio. Ellos son los comicios en Colombia (mayo) y Brasil (octubre), países donde encuestas y sondeos le otorgan el favoritismo. Pero vale volver a la niñez y recordar que Cenicienta perdió la zapatilla de cristal cuando aún no había terminado el baile.
No perder de vista una cuestión muy importante. Aquí se dirime un asunto estratégico: el cambio de la correlación de fuerzas en el escenario geopolítico más importante para Estados Unidos en el mundo.