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En busca de un hombre culto

¿Cómo hacer de nuestros jóvenes personas sensibles, creativas, cultas, integralmente preparadas en una sociedad cada vez más preocupada por dar a sus ciudadanos herramientas que los lleven a la plenitud de las capacidades intelectuales, en condiciones de iguales posibilidades?

La pregunta no es enunciado fortuito ante los desafíos que impone a los docentes cada curso escolar y desde la perspectiva de miles de cubanos hoy día, empeñados en propiciar aulas útiles y sabrosas como las pensó José Martí, para quien educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido, hacer a cada hombre resumen del mundo viviente, ponerlo a nivel de su tiempo, para que flote sobre él, y no dejarlo debajo de su tiempo: es preparar al hombre para la vida.

Las actividades extra docentes que faciliten el conocimiento del pasado y su inserción en el presente, inciden en la relación entre alumnos y profesores.

A mi juicio, desde el conocimiento y el ímpetu, desde los saberes establecidos, el compromiso ético y la responsabilidad social, compete a cada maestro, a cada profesor, dar prioridad en las aulas a la pasión de colaborar en la comprensión profunda acerca de la identidad nacional, las tradiciones y el patrimonio, como partes indisolubles ligadas a la educación estética y ética: saber qué somos y de dónde venimos es fortaleza del ser humano que debe echar raíces desde la infancia y en ese empeño trabajar para que perdure a lo largo de la vida.

José de la Luz y Caballero proponía formar hombres y no farsantes, y hablaba de hombres cultos, sinceros, patriotas y laboriosos. Y para el gran pedagogo cubano, ese ideal exigía remover los cimientos de la educación a partir de la enseñanza primaria, utilizar métodos que propiciaran la actividad consciente de los alumnos, los enseñara a observar, a analizar, a buscar por sí mismos la verdad. Y volando en el tiempo, la escritora sueca Derek Curtis resumía: “Si usted cree que la educación es cara, prueba con la ignorancia”.

En esa enseñanza para la vida, un elemento primerísimo tiene que ver con los valores, palabra que, por repetida a diestra y siniestra, sin contextualizaciones, a veces parece perder sentido cuando debiera erigirse como guía personal. Los valores, de ellos habló Martí, están en cada acto de nuestras vidas. Y no podrá apuntalarse en ellos quienes no los llevan como brújula respetada.

Para alcanzar estos empeños -pilares en la voluntad de cada docente y su perseverancia por llevarlos al aula y hacerlos germinar entre los estudiantes-, es imprescindible la preparación de ellos mismos, las fortalezas de ellos mismos, pues nada prospera sin el aliento de lo útil y bueno si no va precedido por la sinceridad y honestidad de quien impulsa el proyecto.

Llevar las aulas a espacios abiertos, en contacto con la comunidad, resulta un ejercicio humano que se recordará siempre.

En ese acto de modelación, John Steinbeck, Premio Nobel de Literatura, aseguraba que un gran maestro es un gran artista y la enseñanza puede ser la más grande de las artes, pues el medio es la mente y espíritu humanos. En tanto, el escritor estadounidense William Arthur Ward afirmaba: “La enseñanza es más que impartir conocimiento, es inspirar el cambio. El aprendizaje es más que absorber hechos, es adquirir entendimiento”.

Pandemia y retos

La pandemia de la Covid 19 y casi dos años de fustigamiento dejan la experiencia de haber sobrevivido a una catástrofe mundial multiplicada en todos los ámbitos de las sociedades que integran el planeta, cuyos resultados devienen en crisis de dimensiones todavía dolorosamente crecientes.

Aún así, la mayoría de los sistemas educativos continuaron su labor enseñando a distancia, en lo denominado por los especialistas como “educación en línea de emergencia”. Y como los datos del 2021 no cierran, pongamos como ejemplo que la disrupción educativa más importante de la historia se dio en el 2020, cuando cerca de 160 000 millones de estudiantes tuvieron perjuicios en más de 190 países, al no poder continuar la escolaridad de manera presencial.

Según las previsiones de organismos como la UNESCO, UNICEF y el Banco Mundial, el cierre de escuelas y las perturbaciones que la situación conlleva en la participación y el aprendizaje, generarán pérdidas por valor de alrededor de 10 billones de dólares en lo relacionado con los ingresos futuros de los niños afectados. Son esas mismas instituciones las promotoras de la denominada Misión: recuperar la educación en 2021, centrada en tres grandes prioridades: lograr que todos los niños vuelvan a la escuela, recobrar el aprendizaje perdido y preparar y apoyar a los docentes.

Las relaciones deben fomentarse desde bases de confianza y en ellas están contenidos los vínculos de afecto y felicidad.

En Cuba y desde la circunstancia universitaria que es la que me atañe, las grande prioridades han tenido cauce en un período académico de trabajo complejo para abrazar y concluir con resultados decorosos las clases y tesis virtuales, la asunción del Entorno Virtual de Enseñanza y Aprendizaje (EVEA) y sus múltiples dificultades dada la irregular conectividad y los limitados conocimientos sobre ella por parte de los profesores.

Ante un contexto educativo inédito en la cual la no presencialidad fue impuesta a causa del distanciamiento físico, el apoyo de las nuevas tecnologías en cualquiera de los ámbitos de la vida cotidiana se hizo inaplazable y, sobre todo, la plataforma WhatsApp permitió para el aula personal de cada profesor, tomas de decisiones rápidas y viables para enfrentar la pandemia, continuar con niveles de eficiencia y eficacia el proceso docente-educativo y, dentro de él, llevar a cabo la terminación de estudios en el pregrado, cuya expresión final es la entrega del trabajo investigativo conceptualizado como tesis.

En este proceso casi angustioso en no pocos momentos, la figura del profesor fue imprescindible. Y lo fue no solo por llevar y difundir saberes, por cumplir planes de estudios, asegurar entregas de notas y  demás desempeños propios de la docencia. Lo ha sido, sobre todas las cosas, por insuflar en los alumnos el valor de los desafíos, mostrarles su propio esfuerzo, miedos y certezas y alentarlos en la voluntad de llegar a cualquier meta lo cual es, también, una manera de ser cultos. El filósofo Sidney Hook apunta: “Todo el que recuerda su propia educación, recuerda a sus maestros, no los métodos o técnicas, porque el maestro es el corazón del sistema educativo”.

Columna llamada maestro

Rubem Alves, educador y escritor brasileño, resume que enseñar es un ejercicio de inmortalidad; el filósofo y matemático griego Pitágoras, recuerda que educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida; y Domingo Faustino Sarmiento, escritor, docente y estadista argentino, lega diáfano: “Los discípulos son la biografía del maestro.

El contacto físico con el alumno les hace sentir que nos son cercanos y no seres parlantes vertiendo constantemente conocimientos desde posiciones bancarias.

A todos ellos me sumo. Para que nuestros alumnos crean en nuestro verbo, hemos de vestirnos de sinceridad y pasión. De firme convicción por lo que hacemos. De creer que los sueños son posibles y las metas no son palabras artificiosas para llenar oralidades sin sentido. Es crear, entonces, espacios y propósitos favorables para fomentar, promover y exaltar lo mejor de cada individuo.

En estos tiempos donde la dicotomía en los haceres y deberes parece querer ganar terreno, sigo sosteniendo que el pedagogo preciado de su investidura ve en cada alumno no un número abstracto en el listado de asistencia, no una nota registrada al término del examen. Cada alumno es el ser humano a quien debe abrazar en toda su espiritualidad, sensibilidad, creatividad y manera de relacionarse, entre los más disímiles comportamientos humanos que los hacen únicos e irrepetibles.

Vayamos a ellos sin campañas. Busquemos su inserción natural y deseada, la voluntad entusiasta para incorporarse a movimientos culturales del aula, de la escuela, de la comunidad. Forjemos en ellos la pasión por el aprendizaje creativo, colaborador, participativo. Que sientan que el espacio del aula trasciende las paredes, y las sillas y pupitres, el olor a la tiza y la voz del profesor los llevan a todas partes como etapa divina y exclusiva de sus vidas: como período de crecimiento personal y colectivo que imprimió una huella para siempre. Amo este pensamiento de Henry Adams, historiador y filósofo norteamericano: “El maestro deja una huella para la eternidad; nunca puede decir cuándo se detiene su influencia”.

El maestro ha de vincularse activamente a los intereses de sus estudiantes y colaborar así en su formación ideológica.

Y aquí vuelvo a la propuesta inicial de buscar entre todos al hombre culto que necesitamos para continuar la obra humana de cualquier sociedad. Un hombre –y uso el genérico porque abomino los términos incluyentes que no contienen lo de veras importante en el actuar de mujeres y hombres-, forjado ajeno a la formación bancaria y crecido en la concepción educativa del pedagogo y filósofo brasileño Paulo Freire, quien propone la educación de pleno y autentico desarrollo del otro, el desarrollo de la libertad, del diálogo, de la comunicación, del desarrollo con y por el otro. Ya lo suscribió el periodista y profesor Walter Isaacson: “La ventaja competitiva de una sociedad no vendrá de lo bien que se enseñe en sus escuelas la multiplicación y las tablas periódicas, sino de lo bien que se sepa estimular la imaginación y la creatividad”.

En lo particular, asumo que un hombre culto no es quien más libros leyó ni más obras de arte distingue ni el de más prosopopeya en el lenguaje. Forjemos a un hombre culto porque conoce el mundo y lo contextualiza sin artificios, porque ama a sus semejantes, porque asume posturas flexibles ante la vida, porque la bondad lo viste, porque el conocimiento profundo de la universalidad que vive, lo hace ser sencillo, equilibrado, modesto, sincero. Un hombre culto es hombre sabio y honrado. Ese es el ser humano que debiera ser cada maestro para, desde el ejemplo, colaborar a una especie humana mejor.

Foto de portada: El aula debe ser el espacio de intercambio de saberes académicos y humanos, en un sentido bidireccional, amplio, colaborativo.

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Iraida Calzadilla Rodriguez
Doctora en Ciencias de la Comunicación. Profesora Titular del Departamento de Periodismo de la Universidad de La Habana. Su campo de estudio abarca la periodística, la pedagogía y las relaciones entre la historia y la prensa. Editora del blog docente Isla al Sur.

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