Quince años atrás, una seguidora de la Tecla Ocurrente, que publicaba cada jueves el diario Juventud Rebelde (JR), escribía al redactor de la sección y queridísimo periodista, Guillermo Cabrera, para compartir con los demás lectores una “ocurrencia”: el centro de Cuba es Guaracabulla.
Según historias que nos han contado nuestros abuelos, y a ellos, los suyos, se dice que los españoles midieron nuestra Isla y, de regreso, al llegar al centro, guardaron la cabuya con que midieron. De ahí nuestro nombre. Si alguien no lo cree en nuestro pueblo tenemos una ceiba que debe tener 135 años. Ángela Pineda Pérez, calle Sábalo No. 7, Guaracabulla, Villa Clara.
Fue quizás, para muchos, la primera vez que conocieron acerca de esa pequeña localidad rural ubicada en el municipio de Placetas, en Villa Clara. Para otros, como el inventor de la Tecla y de otras tantas aventuras periodísticas, aquellas letras de Ángela transfiguraron en “el bichito de la curiosidad”, que lo llevaría a indagar más sobre el lugar en cuestión; según dejó entrever en su respuesta a la misiva.
“Todo lo averiguado confirma que Guaracabulla es el centro del país por lo menos reconocido por la tradición, si bien geógrafos no lo han medido con rigor científico. En lecturas posteriores supimos que fue fundado a finales del siglo XVII y que no fue hasta 1836 reconocido como pueblo. Su asiento original lo obtuvo en 1814, es decir; que este año cumplen 170 años de nacidos. Pero lo que más nos gustó de la carta es el afán de ustedes porque se conozca su pueblo y el cariño que le tienen. Pronto nuestros periodistas harán una visita. Nuestro poeta, Raúl Ferrer, escribió en 1945 un poema titulado Parada en Guaracabulla, que tal vez no conozcan y dice así:
¡Qué dulce debe ser
vivir aquí en Guaracabulla
junto al guajiro que a los trenes viene
con esa ingenua transparencia suya!Las lomas azuladas en la tarde,
noche que con los astros se encocuya,
mansa quietud del pueblecito aislado.
¡Sueño sin bulla!Un día sacaré
mi boletín hasta Guaracabulla.
Quiero entrar a vivir el sol tranquilo
Que al crucero del tren tanto me embulla.¡Ojalá no me digan que en las lomas
o en el palmar donde la brisa arrulla,
no tienen los muchachos una escuela
ni permite un señor que se construya!¡Ojalá no me encuentre campesinos
trabajando la tierra que no es suya,
logrando su cosecha de sudores
para que venga el amo y se la engulla!Denunciaré esa paz de ruda cáscara
vista con ojo de furtiva grulla,
romperé la quietud del pueblecito,
en el Café se formará la bulla.Dormiré en el cuartel y al día siguiente
¡saldré amarrado de Guaracabulla!”
En esos días, “El Genio”, -como lo había bautizado Fidel durante el VII Congreso de la UPEC-, sazonaba la aventura de reunir a todos los tecleros del país, y según contó luego a los seguidores de la columna de jueves de JR, por esas “ocurrencias cuando son del alma”, pensó en Guaracabulla como capital de la Tecla.
Un entrañable amigo mío, Raúl Ferrer, tenía un raro poema a Guaracabulla, que a mí me gustaba mucho. Me contaba que había sido un reto poético, por la rima, armar un poema a Guaracabulla. Tiempo después volví a leerlo, busqué en el mapa a Guaracabulla, y me di cuenta de que estaba al centro del país, porque en los versos no se menciona ese detalle. Busqué en el calendario el centro del año y entonces por ahí, como son las ocurrencias cuando son del alma, salió la idea de reunirnos aquí hoy, primero de julio, todos los tecleros del país.
Así cientos de cubanos llegaron hasta el pequeño poblado de la geografía placeteña y vivieron con sus propios sentidos, el encantamiento de Guaracabulla. Cuentan que ese día Guillermo motivó a los participantes a pensar en el centro de sus vidas y prometió contar cuál era el suyo, pero terminó la tertulia sin revelarles el secreto. “Tal vez lo sepan las aguas del Agabama, a donde lo llevó su escapada matutina un rato antes de llegar al poblado donde sus ojos se llenaron de naturaleza por última vez”; publicaba luego Juventud Rebelde:
Dicen que el cielo lloró desconsolado y el silencio envolvió al pueblito… Para los vecinos de la zona era una señal divina porque dicen que “cuando muere una gente buena, llueve mucho”. Algunos pensarían que se trataba de la maldición de Guaracabuya, pues según la leyenda, en la que una vez fuera aldea, el cacique taíno, Guara-Cabuya se opuso a los colonizadores españoles y ante el martirio de su muerte, lanzó una maldición contra la prosperidad del lugar.
Sin embargo, los que bien conocían a Guillermo, entendieron que “un hombre tan genial no podía morir de otro modo: viajando y creando, rodeado de aquella tropa numerosa que tanto lo quería. Presentes todos allí, a esa hora, en su última ocurrencia”. Murió como quiso, y eso, no podía ser maldición, sino una gracia concedida por la magia de Guaracabulla.
En honor al Genio, -siempre interesado en compartir con sus amigos lectores y aprendices del “mejor oficio del mundo”, la historia de aquella localidad-, y por esa nobleza y gratitud que caracteriza a los guaracabullenses, poco tiempo después de su partida a la aventura de lo eterno, la Casa de la Cultura del lugar llevó el nombre de Guillermo Cabrera. Entonces hoy día, no hay quien piense en él sin evocar también a Guaracabulla o viceversa.
Hace unos pocos días, cuando pasábamos por el kilómetro 296 de la autopista nacional, de regreso a La Habana, desviamos nuestro rumbo a la derecha y a unos 4000 metros, ya estábamos en el “ombligo” de Cuba; yo por vez primera, motivada por el fotorreportero, quien sí había tenido la dicha de visitar la localidad en varias ocasiones, la primera de ellas, junto al Guille en el año 1995, -cuando el veterano periodista cercano a los sesenta años y con un infarto al corazón en su hoja de vida-, capitaneó la expedición de trabajadores del diario Granma que reeditaron los días del Desembarco y subieron el Turquino. Él también hizo un alto en el camino y cambió la dirección de su brújula, para compartir con la tropa de aventureros, historias y leyendas del corazón de su Isla.
Probablemente por la influencia de la filosofía renacentista del “hombre como centro del universo”, verse en el punto medio de Cuba causa en uno, sensación de poder, perfección, equilibrio, magia… El día invernal, las callejuelas solitarias y el humo que escapaba de los leños de una hoguera, trastocaban el sentido de nuestra realidad, con los tiempos de corsarios, indios, colonizadores y mambises en la comarca.
Pero en unos pocos minutos, la vida empezó a despertar la mañana de sábado en Guracabulla y volvimos a una cotidianidad igual de mágica. Ahí, sigue en pie la ceiba, -centenaria, aseguran algunos-, que marca el sitio de un posible o errado centro de la geografía cubana. Símbolo identitario del poblador de la zona, por lo que a sus pies descansa una tarja conmemorativa.
A pocos metros de la ceiba, en las casas cercanas de la acera de enfrente, se siente la matraca de una madre con el hijo para que se levante a ayudar en los muchos trajines de la casa, o con su compañero, a quien le reclama por algún motivo. Pero no logro descifrar los detalles, no quiero perder tiempo en sutilezas habituales, quiero llevarme la mayor cantidad posibles de recuerdos de la médula geográfica de Cuba.
El paisaje es común al de muchos poblados rurales de la Isla, mas no por ello, menos encantador. Una mujer le arrebata fuego a la lecha y lo apacigua poniéndole un gran caldero encima. Imagino yo, sea para cocinar la comida del puerquito que está criando para fin de año o para vender y satisfacer necesidades de la familia.
Muy cerca de esta escena guajira, otra igual de real-maravillosa: un hombre lanza un cubo amarrado por una soga a un pozo artesanal, para extraer agua y poder hacer el café matutino, el que de seguro, tomarán los de la casa y otros vecinos que sientan el aroma de la coladita.
El oído no engaña, se aproxima un quitrín de caballo, y su conductor, aunque con unos cuantos años sobre sus espaldas, cual Aquiles, héroe griego de La Ilíada, pero contemporáneo. Camisa abierta, un pie en el escalón y otro dentro de su carro, riendas en las manos, sombrero, nasobuco… Sin embargo, una mirada noble, como las flores silvestres de los jardines de las casa del poblado.
Llega un amigo a saludarnos. Luego otro. Cuentan cómo la vida les ha cambiado para bien en estos últimos años, con el fruto de su trabajo. Uno de ellos ahora se ha convertido en el taxista del pueblo, porque como no hay mucho transporte allí, siempre tiene trabajo yendo alquilado de un lugar a otro. El último en llegar habla de sus viajes al exterior, que le han ayudado a mejorar económicamente.
Nos hacen saber de la muerte de Pedro Osés, el pintor mágico del pueblo, aquel descubierto en 1974 por la pintora Aida Ida Morales, quien halló en un taller de artes plásticas de Santa Clara, las obras de un dibujante desconocido y conmovida por el misterio de aquellas creaciones desconcertantes, ajenas a todas las formas de la academia, mostró enseguida el descubrimiento a Samuel Feijóo. Y sin espera, a la mañana siguiente, ambos se fueron a Guaracabulla a encontrarlo y lo hallaron como un fantasma, envuelto en una sábana.
Hasta esa mañana, Pedro Alberto Osés Díaz había soñado con la pintura. La extirpación de un tumor en su médula ósea, cuando era un niño, le atrofió toda la anatomía del cuerpo y pudo haberlo recluido al sosiego permanente de las aulas vacías, con una maestra, sin compañeros. Pero necesitó expresarse y echó mano de semillas, galán de noche, pasta dental, flores y crayolas derretidas que usó como pinturas. Fabricó pinceles con pelo de caballo y combinó colores en las cartulinas que conseguía. Ya su mente estaba poblada con las particulares imágenes de una plástica en ciernes. Feijóo le prohibió conocer la obra de otros artistas, y le regaló pinturas; reseñaba un cronista.
Aunque nunca recibió preparación académica, cultivó la pintura y se distinguió fácilmente de la de otros artistas “primitivos” o “naif” (ingenuos). Cuando murió, a la edad de 54 años, contaba con numerosas exposiciones personales y colectivas, en Cuba y el extranjero. Pero sobre todo, había conquistado el reconocimiento de su pueblo que encontraba en los trazos de su pincel, la recreación de los mitos y realidades de Guaracabulla.
Jamás accedió a cambiar su residencia de allí. Y por esas ocurrencias “mágicas” del lugar, murió un 11 de julio, justo 46 años después de aquella intervención quirúrgica, cuando tenía nueve años, y tras la que los cirujanos le pronosticaron apenas unos meses de vida.
¡Cosas “mágicas” de Guaracabulla! Los vecinos siguen sin saber, a ciencia cierta, el origen del nombre del poblado; si guarda relación con la voz: guarda la cabuya, cuerda con la que los colonizadores españoles midieron a Cuba hasta llegar a su mitad, o si responde al cacique Guara-Cabuya, el que lanzó la maldición a la comarca. Cuenta con la única mina subterránea de oro que se mantiene activa en el país, pero no es común ver a sus pobladores ostentar este material. En su demarcación se enfrentaron españoles y mambises, y el coronel José Callejas, siendo ibérico, se lanzó a la manigua a favor de la causa de los cubanos, y fue quien el 9 de abril de 1869, protagonizó la quema del pueblo. Un soñador muere mientras visita el centro de una de sus quimeras. Un hijo suyo renace cuando está condenado a morir. Y nuevos aventureros de la vida hacen una parada y le escriben a Guaracabulla (Tomado de Cubadebate).
Imagen destacada: Gente de Guaracabulla/Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.