El filósofo español Francisco Jarauta, catedrático de la Universidad de Murcia, integrante del grupo Tánger junto a personalidades como Sami Nair e Ignacio Ramonet, es una de las voces más autorizadas del pensamiento europeo. Con un largo recorrido en el análisis de los procesos globalizadores -incluido el lugar que ocupa la comunicación- tiene en su haber numerosos textos sobre las imbricaciones del arte, la cultura y la sociedad contemporánea. Constituye, además, un referente para el estudio de los fenómenos civilizatorios actuales desde América Latina, por su cercanía a la región en importantes etapas de los estudios teóricos latinoamericanos.
–Usted participó junto a Jesús Martín Barbero en la fundación de la Escuela de Comunicación de la Universidad del Valle, en Colombia. Me gustaría rememorara esa etapa y su trascendencia hacia los estudios de comunicación en Latinoamérica.
Aquellos años coinciden con mi llegada a la Universidad del Valle, en Cali, en el año 1974 y allí permanecí hasta 1978 cuando nuevamente regresé a Europa. Ese periodo fue probablemente uno de los más efervescentes y espléndidos dentro del debate político cultural en América Latina, con muchos frentes abiertos.
Estábamos muy próximos al mito de la Revolución Cubana -muy alto en aquel momento-, pero al mismo tiempo había otras grandes disponibilidades teóricas para hacer frente a procesos de renovación dentro de las instituciones universitarias. La Universidad del Valle, por otra parte, fue un centro creado dentro de lo que serían los esquemas de la universidad colombiana, con un plus de innovación.
Frente a la Universidad Nacional, y a las universidades, que entre Medellín y Barcelona eran casi hegemónicas, nace la Universidad del Valle, con gran apoyo de la Fundación Rockefeller para determinados programas, fundamentalmente educativos. Junto a ello había un gran programa en la Facultad de Educación, financiado por la Organización de Estados Americanos, la OEA, que atendía la formación de postgrados de personas que después iban a tener responsabilidades políticas en la gestiones de tipo educativo. Venían de todos los países de América Latina y era un colectivo muy atractivo.
En ese momento Martín todavía no había llegado a la Universidad del Valle, trabajaba en Bogotá, ya tenía un prestigio como teórico de la comunicación y, a través de contactos en el segundo año de mi estancia en la Facultad de Humanidades, llega él, se incorpora a nuestra área y comienza a diseñarse, en el transcurso de más de un año, el proyecto de la nueva Facultad de Comunicación.
El área de comunicación y lenguaje sufrió en los años 70 un impacto fortísimo en el campo de los nuevos discursos, que procedían fundamentalmente de la cultura francesa y luego trascendieron a la teoría de la comunicación. La semiótica sirvió de matriz general y a partir de ahí comenzaron a domiciliarse una serie de dispositivos teóricos y críticos que relevaron totalmente el discurso de la comunicación.
Por otra parte, en un contexto más global -aunque los términos de globalización fueran muy posteriormente utilizados- ya el discurso político sobre la comunicación era emergente. Se daban dos direcciones diferentes, una que podría llamarse la específicamente técnica, que consistía en apropiarse de los instrumentos semióticos para el análisis del discurso, comunicación, publicitario o lo que fuere, y otro aspecto político de la comunicación, que era desde los trabajos del Sur, chilenos y argentinos esencialmente, referencias que progresivamente se irían incorporando.
Era muy interesante el estudio de los años 70 para ver cómo en ámbitos latinoamericanos se daban las manos, se cruzan los dos caminos: el de la renovación del discurso técnico, analítico, semiótico y, la incorporación de los elementos políticos. Una persona clave que precedió a Martín Barbero y con prestigio enorme, es Eliseo Verón, quien genera un modelo de lectura que tiene una legitimación muy alta en los aspectos prácticos de Latinoamérica, fue en ese momento el único intelectual latinoamericano que llega a tener cierto reconocimiento europeo.
En ese contexto local y global se genera el debate sobre crear una nueva Facultad de Comunicación asociada a la Escuela de Humanidades, partiendo del profesorado que tenía esta; y el proyecto se va dibujando con la coordinación de Jesús Martín Barbero, quien se traslada con su familia a Cali y comienza a concebirse un proyecto donde hay que tener en cuenta por le menos tres variables.
Uno, se inscribe en el proyecto académico de las ciencias humanas o ciencias sociales, según se hable. En segundo lugar, tiene que ser moderno al plantear los problemas de la comunicación y, tercero, tiene que organizar un modelo académico que ofrezca al estudiante una formación rigurosa pero interdisciplinar. No se iría solamente a tratar tales problemas, si no que había que tener una formación excelente desde la antropología y la economía política, para estar bien preparados para hacer frente a sus problemas.
En aquel momento, el modelo adolece -en los primeros dos años yo atendía la formación teórica- de implementación práctica, laboratorios, pero sé que eso se produjo más tarde.
–¿A su modo de ver esta semilla qué impacto tendría en el desarrollo de los estudios teóricos de comunicación en la América Latina de los 80?
No fue tan afortunada esa época. Los 70 reunieron una serie de condiciones muy especiales y, los trastornos políticos, las dictaduras, la congelación de los procesos de cultura democrática, no permitieron que los grandes proyectos que nacieron entre los 60 y los 70 tuvieran un desarrollo posterior, ni FLACSO, la gran madre de todos los proyectos en las ciencias sociales, incluida la arquitectura, cuyos propuestas fueron ejemplares en la implementación de posiciones teóricas importantes, ni aquellas otras que vinieron de la sección chilena, abortada y donde todos sus miembros tuvieron que exiliarse. Y en los contextos que más de cerca conozco como Brasil, México y Colombia, prevaleció una línea de flotación relativamente modesta. No he seguido esa dirección últimamente, pero me los hubiera encontrado en el camino.
Los 80 para América Latina fue una década triste desde el punto de vista del desarrollo teórico, con un debate político difícil, y con la emergencia posterior de los programas neoliberales, sobre todo en Chile, se normalizarían otro tipo de orientación académica en los campos de las ciencias sociales, muy al margen de las ideas de los años 60 y 70.
–¿Qué consideraciones le merecen las investigaciones actuales de Néstor García Canclini y de Jesús Martín Barbero?
Son dos nombres competentes e inteligentes que han ido evolucionando desde las ideas de los años 60 y 70. En la gran comunidad científica internacional el problema de la comunicación se plantea hoy desde perspectivas diferentes y al mismo tiempo mucho más abiertas y complejas.
Es a partir de los años 80 que se generalizan fenómenos a nivel cosmopolita de grandes innovaciones en los sistemas de comunicación, que atraviesan las fronteras, reglan la historia del planeta y eliminan distancias que prácticamente transforman el mundo. Es necesario entonces cambiar de perspectiva, que significa pensar que los problemas de la comunicación están sometidos a algo que le es previo, la Sociedad de la Información; y en ese contexto las hipótesis de trabajo que entran son totalmente nuevas.
Una lectura de La era de la Información, de Manuel Castells, es sintomáticamente un tipo de obra que marca la frontera de los estudios. Ese Castells de los 90 -excesivamente funcionalista- se hace cargo del gran mapa de la cultura contemporánea, de las sociedades de la información, pero posteriormente prestará más atención a ciertos elementos que son para él a priori políticos y que antes había descartado de su agenda de trabajo. Hoy sus investigaciones en la Universidad de California dirigidas a Comunication and Power, muestran que está queriendo subsanar ciertos límites que tenía su investigación anterior.
No he seguido todos los trabajos de Martín, a Canclini lo sigo más de cerca, pero sus propuestas se pueden situar más en diálogo con las complejidades nuevas que surgen. Los centros de poder se han desplazado, los referentes ya no son locales o regionales y estamos en el gran sistema de la comunicación o de la información que se modifica radicalmente. Una vez que introduces el tema de la Sociedad de la Información, todos los otros problemas deben resituarse.
–Usted sostiene que es necesario construir hoy una nueva cartografía del mundo. ¿Desde qué coordenadas? ¿Cómo?
Lo he dicho, lo he escrito, lo sigo pensando. Uno de los trabajos más urgentes del pensamiento actual, en el que nos encontramos unos y otros, unas y otras, es justamente construir una nueva cartografía, un nuevo mapa del mundo, pues en primer lugar -desde mi punto de vista- nunca en un periodo tan corto como los últimos 30 años, las transformaciones del planeta han sido tan profundas y aceleradas.
Cuando en los años 70 comienza a hablarse casi con obsesión de cómo será el año 2000, aparecen en el mundo institutos de prospectivas, por ejemplo, en Osaka y Houston. Ellos tienen como objeto de sus investigaciones hacer el dibujo del año 2000 y cuando por fin llega, ninguno de aquellos informes se edita porque simplemente la realidad había superado la ficción. ¿Cómo es posible que en 1973 no se diga una sola palabra de la posibilidad de la computadora personal? Cuando aparece la palabra computadora está asociada a un proyecto del Departamento de Estado de Estados Unidos titulado Top Secret, es un secreto militar asociado a IBM como proceso de trabajo, donde no se dice tampoco una sola palabra del teléfono móvil.
El último trabajo de Castells sobre los comportamientos e implicaciones antropológicas del uso de la telefonía móvil, son espectaculares. Yo tomo unos 25 vuelos al mes y observo cómo cuando uno termina el viaje, inmediatamente la gente abre su teléfono móvil, y veo los rostros de decepción total que aparecen al descubrir que en dos horas en que ha viajado nadie lo ha llamado. ¡Es insoportable esa soledad! ¡Ni siquiera un mensaje comercial! Hay rostros que casi exigen la piedad.
–¿Qué denota esto?
Los implícitos antropológicos al entrar en escena un medio como es el teléfono móvil cambian, todo nuestro comportamiento se adapta a la nueva comunicación, a las nuevas deudas que la comunicación implica, con una relación de dependencia absoluta. La correspondencia entre mundo exterior e interior, entre subjetividad y sistema, se adaptan a través de un perverso régimen que obliga a ser carne de obsesión, en un ritual devastador. Sin embargo, eso no se descubre en las previsiones de los años 70, no aparece siquiera la palabra Internet.
Los cambios han sido tan profundos, que es necesario situarse en un umbral del cual se pueda ver con cierta lucidez la agenda de lo que ha pasado y nos ubique en una perspectiva de futuro, de cuya instancia tenemos que hacer una mínima carta. La cartografía actual es deudora y tiene que remitirse a aspectos hondamente geopolíticos, hacerse cargo de cuál es el mapa político del mundo de hoy, pues han pasado más de 20 años desde la caída del Muro de Berlín.
Es una situación de emergencias sucesivas de altas velocidades que nos han convertido en observadores globales con una potentísima información. Caen ante nosotros cataratas de datos, depurados o no, muchísimo spam, cae de todo, y nosotros estamos construyendo una especie de ente fatal que no tiene criterio de análisis. No hay disección, y en consecuencia lo que ocurre ante nosotros es una especie de zona viscosa que podemos llamar no identificada, que es nuestra imagen del mundo.
Sobre esa zona hay que construir un mapa. Primero hay que construir los conceptos que permitan crearlo, instrumentalizar sistemas educativos que sean eficaces, que es lo único que nos va a permitir anticipar el futuro. Es una de las tareas actuales más urgentes: anticipar el futuro. Esta crisis generalizada del sistema mundial, no solamente el sistema capitalista, sino del sistema global, nos obliga precisamente a postular un trabajo cuyo objetivo principal sea exactamente responder a eso: ¿cómo será el futuro?
–Refiriéndose a este mundo que usted ha descrito, ¿dónde situar el pensamiento, la cultura y la comunicación?
Los primeros años del siglo XXI no han sido felices, han precipitado fuera de agenda pronósticos -que fueron considerados pesimistas- sobre la viabilidad de un modelo de crecimiento permanente que garantizaba un enriquecimiento cada vez más alto de las sociedades industriales, y en cuyo horizonte nunca aparecía el término crisis. Sin embargo, la realidad es que el sistema está profundamente agrietado e incapaz de subsanar sus propias heridas.
El escenario actual resulta inquietante e inédito, pues no hay en la historia de la economía internacional situaciones paralelas, ni la crisis del 29, ni las crisis regionales como la del 92 para Europa. Esta crisis de hoy acumula una gran incertidumbre a la hora de identificar mejor cuáles podrían ser las soluciones para hacerle frente. Nadie sabe nada, en la administración norteamericana inversiones colosales del estado en las grandes empresas en quiebra, no garantizan la solución ni a mediano ni a corto plazo. ¿Hacia dónde vamos?
El futuro es realmente complicado al desestabilizarse el modelo con el que se ha operado en los últimos 30 años, y esta situación de reflujo altera los referentes de bienestar de protección social conseguidos en países como los de Europa, fruto de las ideas, las luchas sociales y el pragmatismo político, y hoy pueden estallar. Nos encontramos en un momento de incertidumbre, sin identificación de los instrumentos y las mediaciones que nos permitirían hacer frente a la crisis y sin saber cómo será ese futuro.
Este escenario no es solo es complejo, sino global. Hoy todo hay que pensarlo globalmente, no podemos enrocarnos en un lugar protegido, hay que soportar la intemperie de la época y abrirnos a situaciones totalmente nuevas. Es cierto que ahí entran en juego todos los subsistemas como cultura y comunicación y, una y otra, que nunca son autónomas sino inscritas en ese global sistema, obligan a que la cultura se retire de los rituales del espectáculo y vuelva a ser más realistamente social, más cercana y en diálogo con ello.
Me posiciono frontalmente contra las ideas de una cultura autónoma. Esta tiene que tener una profunda inscripción social, tiene que ser memoria, historia y al mismo tiempo creación e innovación, tener un meridiano claro en que los anclajes de una y otra tensión se resuelvan.
–¿Y la comunicación?
La comunicación es un caso todavía más embarazoso porque en el gran proceso de tendencia a la homologación global que hemos podido observar en los últimos 20 años, los dos instrumentos más poderosos han sido, en primer lugar la comunicación mediática y en segundo lugar, el mercado. La homologación es el resultado de la efectividad de los procesos que se expresan de la homologación al mercado. ¿Pues, quién tiene el poder de los medios en este momento? Entonces, la creación de la opinión pública internacional pasa fundamentalmente por sugerir una independencia con respecto a los medios.
Soy de los que no abdican y por ello estoy convencido de que hay que reivindicar y crear la opinión pública. Por ejemplo, he viajado a Rusia sistemáticamente en los últimos tiempos y he observado aterrorizado que no existe opinión pública, pero al mismo tiempo tampoco hay demanda de ella. Los rusos hasta 1904 fueron sometidos a la férula del emperador, en una situación casi medieval, después llegó la Revolución, pero el estalinismo eliminó todos los espacios de libertad de opinión; los rusos han querido tener siempre un buen padre -aunque les haya salido un padrastro tantas veces- y ahora hay graves problemas sociales.
Así pues, crear la opinión pública conlleva a modificar los sistemas de trabajo, dar voz a lo social, a la emergencia social, crear espacios para la democracia, la participación y, la comunicación.
–¿Hasta dónde han cuajado o no los procesos socioculturales que venían desde finales del siglo XX?
En los finales del siglo XX tenemos que hacer algunas precisiones: los años 80, caracterizados o titulados como los de la cultura posmoderna, representaron un laboratorio muy interesante desde el punto de vista del pensamiento, pusieron en escena instrumentos de lectura nuevos, dentro de la deconstrucción que permitió otra aproximación a los fenómenos de la cultura, que abrió el espacio a los Estudios Culturales, a los Estudios poscoloniales, con gran validez también en América Latina.
Todos esos elementos que fueron acumulándose y plantearon problemas serios, en un momento determinado dejaron de ser eficaces porque orientaron el trabajo hacia una estatización de la cultura, con el predominio de los valores estéticos y de la legitimación de los mundos individuales.
A finales de los años 80 se genera un giro ético muy importante de la cultura que produce un distanciamiento de los modelos anteriores y se replantea la importancia de lo social por encima de lo individual, la relevancia de lo colectivo ante lo subjetivo y, comienzan a expresarse una serie de lecturas que van abordando al mismo tiempo la reivindicación de las diferencias, lo genérico, la sexualidad, y de otros referentes que han tenido a los años 90 como el espacio de la gran teatralización -en el sentido más interesante del concepto- o sea, dramaturgias completas de elementos que han visibilizado la individualidad homosexual, los problemas de género, la violencia, el SIDA, todos grandes mares con sus propios ruidos y ha habido un significativo esfuerzo por interpretarlos.
La diferencia y la identidad se han convertido en la pareja más perturbadora, en que no llegamos a saber si somos un 25 por ciento de identidad y un 75 por ciento de diferencia, nadie lo explica bien. Somos definitivamente y al mismo tiempo identidades transeúntes, nómadas, mestizas. En esa dirección fueron enormes los resultados que se acumularon en los años 90 y en los primeros años del siglo XXI.
Creo que en este momento la situación es diferente, hay circunstancias que cambian la orientación. La crisis actual está generando un espacio nuevo y complejo, donde hay una jerarquía en los problemas, que resulta necesario pensarlos desde la totalidad y la globalidad, donde aparecen en algunos grupos de trabajo ideas sobre -no digo el final del capitalismo-, pero sí su crisis en términos eficaces.
Nos encontramos ante un hecho tremendo, que es un déficit político, en un mundo complejo por definición y con unas instituciones políticas totalmente insuficientes para la gestión de ese mundo. El déficit, que califico de dramático, erosiona a las instituciones internacionales como la Organización de Naciones Unidas y a todas las demás y, esa usurpación del poder lleva a una situación preocupante donde no es fácil sustituirlas, dada la configuración del poder estratégico que se produce en el mundo. No sabría indicar en cuál dirección vamos a andar, pero sí confirmo que debemos pensar más desde lo global.
–¿Qué lugar ocupa el ser humano en este escenario?
¡Pobre del ser humano! Su lugar puede plantearse en términos de paradoja: ocupa el centro…
–¿Sin embargo…?
No lo ocupa. Siempre ha habido una ilusión mítica de la modernidad: el hombre como medida de las cosas. Sin embargo, hace tiempo que dejó de serlo. Hay algo inconmensurable y, los grandes filósofos modernos, de Kant a Marx, siempre hablaban de pensar en términos de humanidad, y hay que tener un concepto fuerte de ella aunque luego cuando tomemos un café dialoguemos de nosotras o de nosotros.
Pensar en representaciones de humanidad es la lectura, la elección de Marx en términos rotundos. Implica otra dialéctica en la perspectiva del pensamiento: pensar cada instancia individual del mundo como microcosmos y cada microcosmos como demandas del mundo global.
Tengo en mi clase 50 alumnas y alumnos y, cada una, cada uno, son diferentes. ¿Pensamos desde las diferencias radicales que comienzan por el nombre, o podemos sostener que al margen de ellas, del universo de cada quien, somos lo mismo? Somos seres humanos, ciudadanos, depende de por dónde comiences a pensar. Yo prefiero, cuando se aborda la temática personal, recordar una campanita que diga: reconócete antes en la humanidad. Sin embargo, esto produce una gran fatiga porque ese concepto ha decepcionado mucho. Pero debemos entonces volver a construirlo, desde la complejidad, las derivas, desde esa especie de fuga permanente que se produce entre unos y otros.
–¿Entonces hoy ya no tendría vigencia el concepto de utopía?
Ese es mi concepto preferido y afirmo que nunca como hoy es más necesaria la recuperación de la idea de la utopía y de sus proyectos. Alguien ha dicho que nuestra época puede reconocerse como posutópica. No estoy de acuerdo. La utopía nace precisamente de la propia raíz de la experiencia humana, que siempre será insatisfecha y, por ello hay que postular ese lugar de los sueños y de los deseos, del proyecto político y del amor. Posiblemente ha habido épocas que han pensado la utopía en términos globales, como el comunismo. Siempre he dicho -para escándalo de más de uno- que es el concepto más avanzado, éticamente hablando, que ha construido la época moderna, pero los resultados no se corresponden con lo que podríamos haber soñado. Entonces hay que volver a empezar.
Pensar en grandes utopías es absolutamente difícil, yo soy partidario de apostar por microutopías, tener muchos frentes abiertos, realizar diariamente pequeñas utopías liberadoras, emancipatorias, que nos permitan poner en escena la verdad y el compromiso con ella, más que el compromiso con la belleza que es deudora de una restauración preocupante. Hay apostar por eso y crear las condiciones, tal vez en la utopía de la ciudad, o del barrio, del vecino, esa confraternización es meritoria. En cada una de las acciones nuestras ese proceso utópico puede inscribirse, con los añadidos negociables de la igualdad, la libertad, y de la creación de lo social.
-¿En la denominada por Manuel Castells Sociedad en red, qué desafíos tiene la humanidad?
Hemos entrado en un periodo en que la Sociedad de la Información y sus efectos estructurales, la sociedad en red, han alterado toda la geografía en la que nos habíamos situado en el planeta. Cada vez más el mundo es menos físico en una situación que afecta nuestro sistema de relaciones y de pertenencia a él. Todos estamos más cerca en una estructura en red, se afecta nuestro método de aprendizaje y, la ignorancia no está causada por la lejanía donde todo está más cerca.
Estamos también en un tipo de relaciones geopolíticas distintas donde las fronteras han caído: desde la computadora del hotel en La Habana hago el mismo trabajo que desde mi casa en Murcia, España. El mundo de la comunicación está operando potente delante de nosotros, asistiendo a todas las transformaciones del mundo actual.
Resulta muy curiosa la valoración que se ha hecho de Barak Obama, es como si al tratar a Obama entráramos de nuevo en lo que Levy Strauss llamó el pensamiento mágico: No tenemos capacidad de… No somos inteligentes para…No tenemos salida…. Pero tenemos a Obama. ¿Qué quiere decir esto? Expresa que Obama no puede fallar, pero si sucede, muchas garantías y sueños que se han depositado en él se frustran, porque sin haberlo elegido la mayoría del planeta, hemos cambiado de lugar físico para empezar a actuar en una unidad virtual en la que las relaciones lo atraviesan todo, trazando permanentemente esa red virtual.
Pero evidentemente no podemos eliminar el componente material de la existencia individual, uno es real, sin embargo, las soluciones, permanencias y resistencias deben ser pensadas de otra manera.
-¿Cómo se altera entonces la comunicación de masas?
La comunicación de masas es el grandísimo salto que se ha producido en la segunda mitad del siglo XX. La homogeneización del mundo ha conllevado al concepto de masas, que es un concepto delicado, nacido en los años 20, pero al que luego sigue la masa anónima, silenciosa, de los que a las cinco de la tarde están sentados delante del televisor: una sociedad de masas supeditada a una cultura de masas. En este paradigma lo que importa es si vas a un museo, no preguntarte qué haces en él, es impresionante el perfil de curiosidad del usurario del museo, del nuevo espectador.
La cultura de masas y la sociedad de masas son correlativas y este es un fenómeno que transita a través de la comunicación, y este es el punto político importante, porque desde ella se produce la inducción de aquellos procesos que generan la homogeneización de las formas de la vida, estilos que terminan siendo comunes, no importa en qué lugar del planeta vivan los seres humanos. Y los estilos de vida son cada vez más próximos, y la comunicación es la maestra encargada de esa gran escuela. Un pensamiento crítico que intercepte, detenga y haga no fácil la homologación es un capítulo muy interesante del trabajo teórico.
–¿Es posible desde el escenario de la Sociedad de la Información construir una comunicación contrahegemónica?
Es posible y ya existe. Reconozco muchas redes de jóvenes que comparten tipos de comunicación ajenos a lo que podemos llamar el discurso hegemónico. Existen en Madrid, por ejemplo, redes extraordinariamente activas, que pueden calificarse por algunos de insignificantes, irrelevantes, no al nivel del proceso de homologación. ¿Por ello evaluarlas de anecdóticas? No, yo amo las intensidades, los lugares en los que se crea algo nuevo, sus emergencias. ¿Cómo se hace? Surgen por afinidades electivas, de pensamiento, de trabajo, y me emocionan. Crean no desde la pretensión del gran proyecto si no desde lo modesto, lo pequeño.
–¿Y cómo desde la comunicación institucional, desde la televisión, desde los informativos de televisión, incorporar y contaminarse de este discurso contrahegemónico que viene emergiendo?
Lo veo casi imposible. Personas cercanas a mí trabajan en Televisión española, excelentes profesionales, quienes han luchado duro por mantener o crear espacios con estos conceptos. Pero la resistencia del sistema es insuperable por la prevalencia de criterios de audiencia y de mercado. Sin embargo, no hay que esperar que la innovación se produzca en los medios institucionalizados, tengo una experiencia muy crítica al respecto.
–¿Esas experiencias que pueden nacer de la comunicación comunitaria podrían llegar a dinamizar a las grandes instituciones?
Podrían -a mi modo de ver- tener una relación en la doble dirección, en el sentido de convertirse en la sombra de la comunicación hegemónica y generar dinámicas autónomas, creando su propia red. Así el fenómeno adquiriría una relevancia social.
–¿Este análisis tiene el mismo valor hacia la televisión pública que la privada?
La televisión privada -desde mi punto de vista- está supeditada a mayores hipotecas y en el caso de las cadenas privadas del estado español están sometidas a criterios fundamentalmente comerciales. En cambio, las redes comunitarias tienen una autonomía distinta y allí se producen fenómenos generacionales donde los que intervienen son jóvenes con una presencia distinta, con más libertad de opinión, que generan dinámicas diferentes.
–¿Qué nichos podrían encontrarse en América Latina en la Sociedad de la Información, por sus peculiaridades de búsqueda hoy de modelos más participativos?
El sector informal ligado a los medios de comunicación en América Latina es muy alto y existen experiencias más ricas que las que se pueden encontrar en Europa. América Latina siempre ha tenido un margen mayor para ese tipo de emergencias ligadas a los medios y a su trabajo. ¿De qué manera fomentarlo? Es complejo, pero confirmo que este es un gran espacio abierto, que ustedes conocen mejor que yo. El reto está en descubrirlo y potenciarlo.
–Una pregunta inevitable para un filósofo, ¿desde dónde se mira hoy, hacia dónde?
A mis alumnos, a quienes dedico la mejor parte de mi vida, les digo: hay que atreverse a pensar históricamente, pero a su vez, tener una relación ética con el conocimiento para dotar al saber de una tensión que arroja hacia el futuro. Platón escribe en su testamento, que es la famosa Carta Séptima, que el objeto de la filosofía es salvar la polis. Cada época enuncia qué entiende por salvar, o qué interpreta por polis: ciudad, sociedad, o comunidad, pero la tensión es construir las condiciones de esa liberación. Me he definido siempre como un escéptico apasionado, por eso soy utópico. Creo invariablemente en las posibilidades del sujeto humano.
La Habana, 2014.