Ya viuda Leonor Pérez Cabrera, la madre de nuestro Héroe Nacional José Martí, recibía dinero que su hijo Pepe le enviaba de las colaboraciones que realizaba para diarios de América Latina. A seis años de la muerte de Martí en Dos Ríos, no pueden imaginarse cuán penosa era la situación económica y de salud de la doña.
Ahora, con 72 años, estaba achacosa y casi ciega, pero consciente, al cuidado de Amelia, la quinta en orden cronológico de las siete hijas, siempre acompañándola como su lazarillo y a la vez atendiendo a dos hijos y al esposo. Entonces, en 1901, Cuba estaba ocupada por Estados Unidos, al que España había entregado la posesión de la Isla el primero de enero de 1899.
Jorge Mañach hacía notar en su libro Martí el Apóstol que uno de los ojos de doña Leonor se mostraba empañado por una nube desde que era joven. Ahora no se atrevía a ser operada por segunda vez de la vista, pues necesitaba recursos que no tenía.
El ayuntamiento de La Habana había discutido concederle una pensión vitalicia, pero en el debate se conoció que en el presupuesto del municipio no estaba prevista tal asignación, por lo que debía otorgarse con carácter extraordinario, acorde con el artículo 142 de la Ley Municipal y Órdenes Militares vigentes. Se decidió pedirle a cada ayuntamiento del país una suscripción de dos pesos mensuales y diez al de La Habana para reunir una suma aceptable que, era la opinión de los ediles en sus intervenciones, remediara en algo la lastimosa situación de la anciana.
Como el habanero, todos los consistorios municipales cubanos habían sido elegidos en la farsa electoral efectuada hacía un año, el 16 de junio de 1900, bajo el mando del gobernador militar yanqui, el improvisado general Leonardo Wood. Fue farsa porque hubo fraude y votó solo un siete por ciento de la población para elegir autoridades municipales.
El manual de Historia de Cuba editado por el MINFAR en mayo de 1967, puntualiza que el Partido Revolucionario Cubano fundado por Martí, única organización política integrada en su totalidad por cubanos independentistas, ya había sido inexplicablemente disuelto por su delegado Tomás Estrada Palma.
Contendían en las urnas tres partidos políticos: Unión Democrática, en el que se agrupaban autonomistas, anexionistas y aquellos deseosos de que el poder de Estados Unidos sustituyera al de España; Republicano, donde se reunían patriotas verticalmente independentistas; y Nacional, también de partidarios de la causa por la independencia, aunque con concesiones. Unión Democrática se retiró de la contienda por carecer de apoyo popular; pero Wood, abusando del poder, influyó en la elección de candidatos convenientes a sus intereses anexionistas.
La Ley Electoral, camisa de fuerza impuesta, determinaba que solamente podían votar los ciudadanos cubanos mayores de 21 años que tuvieran instrucción y que además poseyeran bienes muebles e inmuebles valorados en no menos de $250, y eliminaba el derecho al voto a los cubanos negros que hacía 14 años habían ganado su libertad y nadie, cuando eran esclavos ni después, se preocupó de enseñarlos a leer y escribir. En cambio, se permitía votar a los españoles residentes en Cuba y transformados en cubanos al no ratificar su ciudadanía. Por el Tratado de París suscrito por Estados Unidos y España sin la participación cubana, se fijaba que tales peninsulares podían, si lo deseaban, confirmar su origen. Muchos no lo hicieron. En su mayoría con nivel de instrucción y propietarios de bienes muebles e inmuebles valorados en más de $250, podrían ejercer el sufragio.
En las elecciones realizadas el 16 de junio de 1900, de una población de 1´572,797 habitantes, solo pudieron empadronase, por la Ley Electoral, 150,648 electores, de los cuales votaron no más de 110,816, o sea, el 7 % de la población del país.
En conclusión. No votaron cientos de miles de cubanos pobres de todos los colores de piel. Fue la primera farsa electoral en Cuba libre de España y dependiente de Estados Unidos. Como sentencia el libro de Historia citado: “La farsa que inauguraba en Cuba el sistema de la ´democracia representativa´”.
Hacía meses del acuerdo del consistorio habanero y aquellos concejales que se condolían de la Doña por su situación lastimosa, ante las dificultades para recibir las suscripciones o colecta de los ayuntamientos, pidieron una reunión. Esta se efectuó el 2 de agosto. A todos los municipios se había enviado el proyecto y nadie sabía en qué municipios se había tratado el asunto en cuestión. Se acordó suspender la sesión para averiguar qué suma se había recogido. Entretanto, doña Leonor seguía esperando.
Qué se publicaba en la prensa habanera de aquellos meses. Nada del quebranto de salud y económico de la madre de Martí; ni una sola palabra en favor o en contra de su pensión. En una página destacaban los grupos de compañías norteamericanas que aumentaban sus intereses en Cuba, como la United Fruit Company, por ejemplo, que adquiría mucha tierra en la costa norte de Oriente, y la American Sugar, que fomentaba centrales en Matanzas.
Las órdenes militares ocupaban frecuentemente espacios en los diarios; también los comentarios a favor de la Enmienda Platt, con la que Estados Unidos se arrogaba el derecho a intervenir militarmente y ubicar estaciones navales en nuestro país. Indignaba leerlos, porque trataban de presentarnos como una horda semisalvaje, incapaz de gobernarnos por nosotros mismos. Así pensaba Wood, aunque insincero e hipócrita dijera otra cosa. Bastaría recordar que cuando tembló La Habana el 2 de marzo de 1901 por la gran manifestación contra la Enmienda, los manifestantes se dirigieron a la sede del gobierno en el Palacio de los Capitanes Generales; el recibió a una comisión y le prometió que si la Enmienda no fuera aceptada por la Asamblea Constituyente, el presidente McKinley convocaría de nuevo al Congreso de Estados Unidos y pediría su modificación. El Congreso la aprobó en definitiva, el presidente McKinley la firmó y Wood la impuso a la Asamblea Constituyente cubana después de dos votaciones, finalmente con el voto a favor de 16 constituyentistas y de 11 en contra.
Me faltaba señalar el hecho más relevante para la crónica social de esos días: la visita de Elizabeth Drake, esposa del conocido financiero Mr. Merville Drake. Refería el cronista que a la distinguida dama le habían preparado lujosas habitaciones en el hotel Telégrafo, y añadía una descripción de los lujosos tocados de ella y su séquito
El 6 de agosto se producía otra sesión para tratar la pensión de doña Leonor. El concejal Mario García Kohly, autor de la moción, informó que el de La Habana y otros tres ayuntamientos habían hecho efectiva la suscripción, cuyo importe ascendía a 16 pesos. Seguidamente propuso, modificando el acuerdo anterior, que por el ayuntamiento habanero se asignaran cien pesos mensuales en lugar de diez, hasta que los demás cabildos remitieran sus correspondientes cuotas. El concejal O’Farril se sumó a la propuesta y añadió que para no gravar los fondos municipales, cada concejal donara tres pesos mensuales. Ambas propuestas fusionadas fueron aprobadas con el voto unánime de los ediles presentes. A doña Leonor se le informó del acuerdo y se le pidió una vez más que esperara.
Varios días después le entregaron 34 centenes, incluidos los diez con que se puso el Alcalde. En mi investigación no pude llegar a saber por cuánto tiempo recibió doña Leonor la colecta o pensión. Sí que ciega dejó de existir en La Habana en la calle Consulado número 30, el 19 de junio de 1907, a los 78 años de edad.