Fue desde una pequeña cabina de madera, en la ciudad estadounidense de Pittsburgh, que el 2 de noviembre de 1920 comienza a funcionar una de las primeras emisoras de programación regular del mundo: la KDKA. Por sus ondas, el ingeniero Frank Conrad (1874-1941) daba a conocer los resultados de las elecciones entre el republicano Warren Gamaliel Harding (1865-1923) y el demócrata James Middleton Cox (1870-1957). El propio presidente Harding (1921-1923) fue el primero en darle uso propagandístico al medio cuando pronunció uno de sus discursos en 1923.
La radio comenzaba así a transformar la política, con un éxito tal que hacia 1922 era insuficiente la fabricación de receptores para satisfacer la demanda, mientras que al llegar 1924, Estados Unidos contaba ya con 1 400 emisoras.
Dos años antes, a ocho días de su toma de posesión, Franklin Delano Roosevelt (1882-1945) había bajado a los sótanos de la Casa Blanca e iniciado desde allí sus “fireside chats” -charlas al calor de la lumbre-.
Por aquella época, la radio llenaba el espacio perdido por otras instituciones, en momentos en que el mundo transitaba por la depresión económica de 1929. En esos años, aún los radioescuchas eran concebidos como clase o como masa inculta impresionable y expuesta a los efectos mediáticos.
Marcadas por esas realidades, no es de extrañar que las primeras corrientes de estudios de la comunicación estuvieran signadas por el conductismo, escuela psicológica que considera a toda conducta humana como una respuesta frente a estímulos externos.
De ese contexto se derivó el interés por el estudio de la recepción radiofónica, en una época singularizada, además, por la difusión de la propaganda nazi a través del éter. Entonces, los investigadores sociales empezaron a preguntarse, qué misterioso “poder” ejercía la radio en su audiencia y por qué tanta gente respondía al “estímulo”. A partir de tales cuestionamientos nació la llamada Teoría de la Aguja Hipodérmica o de la bala mágica, que se puede sintetizar con la afirmación de Mauro Wolf (1987) que cada miembro del público “es atacado” por el mensaje.
Se hizo evidente la concepción de la audiencia bajo una percepción mecanicista, de cuya esencia fueron expresión algunos estudios realizados a finales de 1920. La década siguiente y la llegada de los años 40 propició la aparición de visiones comunicológicas más elaboradas.
Culminada la crisis económica, tanto las nacientes como las antiguas instituciones retomaron sus círculos de influencia. Serían tiempos de transformación de las ciencias sociales estadounidenses hacia elaboraciones más científicas.
Para entonces, el sociólogo Paul Lazarsfeld analizó, por ejemplo, el papel de los medios en las prácticas electorales en el Condado de Erie, en Ohio, durante la campaña presidencial de 1940 en Estados Unidos, en colaboración con otros investigadores como Bernard Berelson y Hazle Gaudet. Los resultados se publicaron en el libro The People’s Choice, el primer gran estudio sistemático sobre la formación y evolución de la conducta electoral a lo largo de meses previos a los comicios.
En 1946, también Lazarsfeld puso en circulación The People look at Radio. Ambas propuestas contribuyeron a la comprensión de los factores mediadores en la relación de los emisores con sus públicos, a la ubicación de los efectos de la comunicación en el entramado social, y a la consideración del papel de los grupos primarios y el rol diferenciado de sus individuos.
Por aquellos tiempos, otra corriente, la psicológica experimental, tuvo como principal exponente al psicólogo estadounidense Carl Hovland, quien presentó una estructura lógica de análisis muy similar al modelo mecanicista hipodérmico, pero sumándole los procesos psicológicos del receptor como los influjos de las mediaciones.
No obstante, como crítica general a los enfoques metodológicos esbozados hasta quí, puede apuntarse que su aplicación es limitada. En su mayoría, desconocen que los hombres viven en un entramado complejo, y no toman en cuenta ni las interacciones, ni el rol -sin duda relevante- de los condicionamientos culturales, entre otros.
Mientras, la radio proseguía su expansión. Con la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en Alemania aparecían clubes y asociaciones, cuyos miembros se reunían para escuchar un único aparato de radio, debido a los altos precios para adquirirlos de manera individual. Los nazis crearían su propio receptor, la Volksempfanger o radio del pueblo, producida en 1933 y vendida a la mitad de lo que costaba una normal. Alemania había estrenado sus servicios de onda corta en 1938. La audiencia creció inesperadamente. Marcados por el uso que el nazismo hizo del medio, los alemanes Max Horkheimer y Theodor Adorno manifiestan en sus textos que la radio, “nos vuelve a todos por igual escuchas, para remitirnos autoritariamente a los programas por completo iguales de las diversas estaciones”.
En ese contexto se funda la BBC en Londres, en 1932. Desde sus estudios, varios jefes de las fuerzas aliadas enviaron también mensajes a sus compatriotas, como el general francés Charles de Gaulle (1890-1970). En 1945, la BBC contaba con más de 40 servicios en otros idiomas, mientras que transmitía en inglés a todo el mundo las veinticuatro horas al día.
Entre tanto, Radio Moscú se había convertido en la más poderosa del mundo. Ya en 1922, Vladimir Ilich Lenin, quien definía a la radio como un periódico “sin papel y sin fronteras”, había concebido una planta transmisora. Ni siquiera la invasión al territorio soviético en 1941 silenció aquellos micrófonos.
Otros acontecimientos ocurridos durante la conflagración global revelan el empleo del medio como protagonista de diferentes conflictos. En 1943, la radio fue utilizada para que las fuerzas italianas ganaran el sitio a la ciudad de Malta, un importante acontecimiento militar. Benito Mussolini (1883-1945), estrecho aliado de Hitler, llegó a poseer dos estaciones. A la par, en Francia, el medio había contribuido a desarrollar la popularidad del Mariscal Pétain (1856- 1951). Por último, en Japón, único país asiático donde la radiodifusión se había desarrollado con anterioridad a 1939, las ondas hertzianas resultaron decisivas en la conquista de Indochina, Filipinas (1942), Hong Kong (1942), Guam (1941), Birmania (1942) y las costas de China (1937). El 15 de agosto de 1945, tras el bombardeo nuclear y la entrada de la Unión Soviética en la guerra, el emperador Hirohito (1901-1989) anunció la rendición por radio.
Durante aquella guerra mundial, como bien dijo el sociólogo de origen belga Armand Mattelar, la información y la cultura llegaron a convertirse en frentes estratégicos de la geopolítica, al igual que la radio.
Bajo ese precepto nace la Voz de América (VOA) en febrero de 1942. Hacia ese año, la alemana Herta Herzog, quien llegó a ser su primera directora de investigación, comienza a identificar en sus estudios varias de las gratificaciones obtenidas por las amas de casa en el consumo de radionovelas: liberación emocional, búsqueda de ilusiones y consejos para enfrentar problemas cotidianos. Herzog desarrolla el primer trabajo sobre los seriales radiofónicos y la naturaleza de “experiencias prestadas” que el medio introduce en las audiencias, analizando cómo ese producto trasciende la segmentación de las clases sociales y alcanza, en general, al gran público femenino.
Herta Herzog abrió una línea de investigación que siguió Joseph Klapper, uno de sus asesores de la VOA, quien llegó a considerar que “los guerreros psicológicos” de los Estados Unidos deberían estar comprometidos con los medios de comunicación de masas. Correspondería a Klapper elaborar para su época una definición más sintética y precisa sobre la recepción.
Como Klapper, otros exponentes de la Teoría de los Usos y Gratificaciones en la radio, no tuvieron en cuenta factores estructurales, y sobre todo contextuales, sin los cuales no se puede entender el empleo de los medios. Tampoco exploraron los vínculos existentes entre las gratificaciones y los orígenes psicológicos o sociológicos de las necesidades satisfechas.
La aparición del concepto de efecto cognitivo marcó a mitad de los 70 un giro en las investigaciones. Comienzan entonces a tenerse en cuenta no los efectos puntuales, derivados de la exposición a cada mensaje, sino los efectos acumulativos, sedimentados en el tiempo, al decir de Wolf. Desde esas visiones, se exige entonces la interpretación de las relaciones de significación de los mensajes. Las nuevas visiones agrupan ahora sus rumbos además en asuntos como el papel que ocupan los medios y las rutinas de sus profesionales en el desarrollo del sistema social.
Las principales diferencias entre el viejo y el nuevo paradigma se sintetizan en que ya no se priorizan estudios de casos individuales, sino la cobertura global de todo el ecosistema mediático. Ya no se utilizarían datos extraídos principalmente de las entrevistas al público, sino metodologías más integradas y complejas. Tampoco la observación y estimación de los cambios de actitud y de opinión serían el eje principal de las pesquisas, sino la reconstrucción del proceso mediante el cual el individuo modifica su propia representación de la realización social.
Por ese camino, los investigadores de los entonces nacientes Estudios Culturales estrenaron sus críticas contra muchos de sus predecesores, al reprocharles, con acierto, que esencialmente pasaron por alto las dimensiones sociales e ideológicas de los significados culturales, y el divorcio analítico de la práctica social. Esos nuevos e importantes aportes se tradujeron en la radio en la aparición de reflexiones de corte hermenéutico-culturalista, cuyos senderos abarcaron la consideración de la arqueología del receptor, la antropología del sonido, la etnomusicología, la semiótica radiofónica y la antropología de la recepción.
En la actualidad, la totalidad de las nuevas corrientes ofrecen miradas renovadas a la radio, al considerar el mundo sensorial del sonido-con-sentido, el ambiente acústico de la cultura, la construcción del mensaje y la idea de la transmisión cultural sonora.
Imagen destacada: La radio, compañera de generaciones desde su aparición. Tomada de MCH. Internet.
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