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La condena de Dostoievski

Leer a Fiódor Dostoievski  (Moscú, 1821-San Petersburgo, 1881) puede ser doloroso, pero a la vez,  provocar una sensación casi hipnótica. Su obra tiene la capacidad de mostrarnos al hombre desde el espacio del subconsciente, hasta entonces casi inexplorado, donde habita lo mejor y lo peor de cada  ser. Su literatura está llena de referencias autobiográficas que muestran las penurias que sufrió; con una existencia marcada por la epilepsia, los vicios y las deudas. Pero aun hoy, a 200 años de su natalicio, la complejidad existencialista de los textos que escribió continúa fascinando.

Con toda crudeza, este autor ofrece un retrato decadente de la sociedad rusa durante la época zarista, donde muestra como piezas centrales de la composición, la miseria y el sufrimiento que conducen a los protagonistas a situaciones extremas.

Fue capaz de presentar a las personas en contextos realistas que los convierten, a la vez, en víctimas y victimarios de sus circunstancias. Con un  estilo claro y simple, realiza  un amplio cuestionamiento de la vida, el libre albedrío y la propia subsistencia humana.

La psicología y la filosofía también juegan un papel importantísimo en su narrativa, tanto así, que llegó a inspirar a  personalidades de diversas ramas del saber, como Freud, Nietzsche, Camus, Kafka y Bukowski, por solo mencionar algunos de ellos.

Crimen y Catigo, Los hermanos Karamazov, Memorias del subsuelo y El adolescente, se posicionan entre las  obras cumbres de Dostoievski, de tantas que a pesar de su inestabilidad logró escribir. Quizás fue ese un factor determinante en su producción literaria, con la cual dio sentido a su vida.

El padre fue un médico de carácter autoritario y despótico que lo llevó a refugiarse en el  cariño de su madre. La temparana muerte de ella le provocó e un profundo sufrimiento y lo dejó en una especie de limbo hasta que fue enviado a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo.

Pero no pasó mucho tiempo para que persiguiera su verdadera vocación. Con 24 años logró publicar su primera novela, Pobres gentes, cuya aceptación lo lanzó al estrellato literario. Sin embargo, su éxito fue fugaz pues las obras posteriores fueron consideradas fracasos.

Fue condenado a muerte por conspirar contra el zar. Pero a pocos minutos de pararse frente al pelotón de fusilamiento, la pena le fue conmutada por cuatro años de trabajos forzados en Siberia. Esta experiencia   traumática la plasmó luego en varios de sus libros.

Una vez libre se trasladó a San Petersburgo. Allí inició una revista literaria llamada Vremya (Tiempo). Asimismo,  publicó  Humillados y ofendidos y logró imprimir Recuerdos de la casa de los muertos, que trata sobre su condena.

En compañía de su hermano Mijaíl se involucró en la creación de Epoja, (Época), donde salió a la luz Memorias del Subsuelo. Todas estas publicaciones fueron de corta duración, por lo que la economía se tornó apremiante, a tal punto que tuvo que huir del país para no enfrentarse a los acreedores.

En 1865  regresó a Rusia. Luego de enviudar contrajo  matrimonio y comenzó  a escribir Crimen y Castigo, que le dio el dinero suficiente para pagar parte de lo que debía. Durante varios años realizó viajes a través de Europa, formó una familia y extendió su obra; no obstante lo perseguía la necesidad de escribir sobre aquellos asuntos que lo atormentaban, como las relaciones familiares, la moral y el parricidio. De esta mezcla, surgió su última novela: Los Hermanos Karamazov.

A Fiódor Dostoievski se le considera  uno de los grandes maestros de la literatura. Fue precursor del existencialismo y uno de los primeros autores en posicionar al narrador dentro de la obra.

De igual modo consiguió  recrear escenas que definen estados mentales y espirituales: locura, depresión, pánico…,  y además  plasmar ese estado de media conciencia que es capaz de producir la fiebre.

El escritor Stefan Zweig dijo de sus personajes literarios: “Apartados del mundo por amor al mundo, irreales por pura pasión de realidad, las figuras de Dostoievski parecen, al principio, un poco simplistas. Su marcha no es rectilínea, ni persigue ningún fin visible. Estos hombres todos adultos, todos hombres hechos, andan por el mundo a tientas como los ciegos y tienen el torpor de los borrachos. Los vemos detenerse, mirar en derredor, hacer todo género de preguntas, para aventurarse de nuevo, sin esperar respuesta, hacia lo desconocido”.

En sus novelas y relatos lo más importante no es la historia en sí misma, sino cómo los personajes evolucionan.. No se trata del principio o el final, lo que prima es la trayectoria narrativa. Sus páginas están llenas de momentos autorreflexivos donde el ser común se percata de su propia existencia, y es en ese momento que colisiona con el mundo.

Dostoievski es, sin dudas, un referente de la literatura universal, en su pasión por  describir unas imágenes del mundo y del individuo alejadas de las idealizaciones. Removió, capa por capa, la piel que recubre al cuerpo para llegar a la mente, y en ella encontrar sentido entre tanta locura; porque consideró que “el secreto de la existencia humana no sólo está en vivir, sino también en saber para qué se vive”.

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